Para ello, forzando un poco el símil entre el mítico Ave Fénix yla creencia cristiana en la resurrección, ha programado la Segunda Sinfonía de Mahler, conocida como Resurrección (Auferstehung, en alemán), en clara alusión al proyecto liceísta resurgido hace veinte años de los escombros del anterior coliseo.
Lejos de ser una obra efectista y pomposa, la Sinfonía número 2 del compositor bohemio es una composición surgida de un largo proceso creativo, cocinada a fuego lento y portentosa de unas densas e intrincadas texturas. Basada inicialmente en un embrionario poema sinfónico (Totenfeier) que da cuerpo al primer movimiento, inspirado en el drama poético Dziady del polaco Adam Mickiewicz, la obra terminó por ampliarse con cuatro nuevos movimientos. El último de éstos incorpora una nutrida masa coral y fue concebido después de asistir al funeral de su maestro Hans Von Bülow, el mismo que años antes le había desalentado acerca de los méritos artísticos de esta misma partitura. El resultado es una orquestación paragran orquesta sinfónica, un coro mixto, dos solistas (soprano y contralto), órgano y un conjunto extra de metales y percusión. Un total de más de dos centenares de efectivos que en la presente ocasión estuvieron formados por los integrantes del coro y la orquesta liceístas, a los que se sumaron las voces del Orfeó Català, las solistas Chen Reiss (soprano) y Karen Cargill (mezzo) y el refuerzo de numerosos instrumentistas.
Pons dirigió al conjunto con aplomo, claridad discursiva y ponderación en los tempi. Los acentos dramáticos de la marcha fúnebre en el primer movimiento fueron subrayados incisivamente por los ataques y el contraste de dinámicas, muy cuidadas a lo largo de toda la ejecución. Quizás los movimientos centrales, aunque pulcramente articulados, estuvieron faltados de algo más de fluidez y soltura, así como la intervención de la mezzo Karen Cargill en el lied del cuarto movimiento. No obstante, en el extenso y episódico movimiento conclusivo, Pons abordó la variedad de tempi y tonalidades con gran vitalidad, subrayando con gran unción expresiva algunos de los materiales ya escuchados con anterioridad y llevándolos a su culminación en la emotiva y parenética entonación de los versos finales del poeta alemán Friedrich Gottlieb Klopstock. Todo ello servido con gran solvencia y profesionalidad por el conjunto de formaciones e intérpretes.
Más allá de la vibración estética inherente a la música de Mahler, la velada permitió reivindicar con notable magisterio el buen estado de forma de los cuerpos estables del teatro de Les Rambles y la excelente labor que a su frente está realizando Josep Pons. Un director no muy dado a lecturas mesiánicas, sino más bien abonado a una hermenéutica de tinte artesanal, volcada en restaurar más que en actualizar el legado de los grandes compositores. Un labor ardua y paciente, solo apta para los buenos conocedores de su oficio, como sin duda ha demostrado serlo Pons.
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