Doce Notas

La histórica Aida de Mestres Cabanes encandila al Liceu

 

Último representante de la prestigiosa escuela catalana de pintores escenógrafos, Josep Mestres Cabanes (1898-1990) fue toda una autoridad a escala estatal en los campos del dibujo y de la perspectiva en el pasado siglo – más allá de su actividad en la capital catalana, fueron muy celebradas sus pinturas a lo largo y ancho de la península, como bien demuestran sus cotizadas pinturas de la catedral de Burgos. Aferrado a una tradición centenaria, fue un acérrimo defensor de un oficio artificioso y laborioso, concebido a partir de una depurada técnica del dibujo y de una hábil aplicación del color y de las luces. Muestra de su excelencia plástica son estos decorados milagrosamente salvados del incendio de 1994 y restaurados por el taller de Jordi Castells. Con ellos, gracias a una fiel y sugestiva recreación plástica, el espectador se sumerge de lleno en los ambientes faraónicos del drama, en una experiencia visual de una espectacularidad sumamente edificante. Aunque no era la primera vez que se reponían estos decorados en tiempos recientes, e incluso existe una edición en DVD de hace unos pocos años, confiamos que no sea ésta la última ocasión que tengamos de verlos en el escenario de Les Rambles – como ha venido insinuando algún portavoz oficial; tanto el favor que merecen por parte del público como el testimonio patrimonial que representan así lo demandan.

El complemento musical de esta producción no fue tampoco baladí. Debutaba el papel de Aida la soprano estadounidense Angela Meade, quien demostró poseer una amplia variedad de recursos canoros, administrados con sensibilidad e intuición dramática. La acompañó en su exquisito cometido su rival Amneris, encarnada por la refinada e incisiva mezzo Clémentine Margaine, intensamente aplaudida por el público en la función del pasado 19 de enero. Yonghoon Lee fue un Radamés de voz estentórea que ganó matiz a medida que avanzó la representación. Franco Vassallo encarnó un Amonasro de hondo calado vocal y dramático, mientras que sus colegas de cuerda grave, Mariano Buccino y Kwangchul Youn, cumplieron holgadamente en sus respectivos roles de Faraón y Sumo sacerdote. El veterano Mensajero de Josep Fadó y la Sacerdotisa de Berna Perles complementaron con oficio un más que digno reparto.

El coro, sensiblemente reforzado, y la orquesta del Gran Teatre del Liceu ofrecieron una lectura pulcra y generosa de los pentagramas verdianos, hábilmente concertados por el maestro Gustavo Gimeno. Éste supo equilibrar e imprimir dinamismo musical con pericia a la alternancia de escenas íntimas y corales que atesora la partitura. Muy bien también el cuerpo de ballet contemporáneo que coreografió con gran plasticidad los números de danza, aunque su nombre no aparezca mencionado en el programa de mano (!). La dirección de escena de Thomas Guthrie salió airosa de su cometido aunque pecó de excesiva agilidad a la hora de mover los personajes, cosa que provocó el reiterado zarandeo de los decorados.

____________________________

 

Salir de la versión móvil