Doce Notas

Soledades obregonianas

opinion  Soledades obregonianas

A su prácticamente infalible solvencia como violonchelista de primera orden se suma también la faceta de director del grupo de música antigua que probablemente mayor estatus de institución ha alcanzado en la capital madrileña, La Ritirata, nombre inevitable teniendo en cuenta la fundación a manos de un consagrado violonchelista como es el bilbaíno.

Fue ese primer Obregón en solitario el que hace escasos días dio el pistoletazo de salida a la ramificación más personal de El canto de Polifemo, encarnada en el novedoso ciclo Soledades de la Iglesia Evangélica Alemana. Para ello, el chelista se presentó con un verdadero arsenal de combate, bien cargado de las mejores (y primerizas) músicas italianas que vieron dar al hermano mayor del violín sus primeros pasos, para redondearse a través de la omnipresente, omnipotente y siempre indispensable figura de Johann Sebastian Bach.

Era el todopoderoso genio de Eisenach el que abría y cerraba el programa con sendas suites de la archiconocida colección que Anna Magdalena nos dejó escrita. La segunda suite suponía un comienzo desde la sobriedad, algo peligroso teniendo en cuenta el enorme contenido emocional que encierra esta obra, pero resuelto con impecable factura desde su principio a su fin, y encajando perfectamente con su conclusiva contrapartida en do mayor (cuarta suite), obra siempre viva, decisiva y no exenta de dificultades. Las lecturas del vasco fueron de un rigor envidiable, muy lejos de los desvaríos que en no pocas ocasiones se escudan bajo la correosa etiqueta de la historically informed performance, pero no por ello resultaron tediosas o monótonas, sino al contrario, imbuidas de un sentido y buen gusto reunidos más que necesarios para unas obras tan exageradamente programadas.

Junto al enorme peso que suponía traer la suite bachiana por partida doble, centraba el programa una buena dosis de aire fresco resultante de la inclusión de piezas boloñesas a modo de contraataque. Los ricercari de Domenico Gabrielli (al que presuponemos ajeno a la eminente saga de polifonistas venecianos) debieron suponer un verdadero descubrimiento para más de uno de los numerosísimos presentes, y sin embargo resultan joyas de incuestionable valor, piezas breves verdaderamente jugosas para el oído hambriento de música nueva. Síguese en los mismos términos la Toccata y bergamasca de G. B. Vitali, tan rústica como agradecida, tan oportuna como brillante, verdadero momento de solaz frente al poderoso contrapunto que es capaz de desarrollar un solo instrumento como el que nos ocupa.

Una primera apuesta indiscutiblemente bien ganada la que ha realizado el equipo de El canto de Polifemo con motivo de su germánico y castellano reestreno, al que un lleno absoluto obsequió en la categoría de éxito. Quedan dos partidas más por jugar de un breve ciclo aún por completar, y sin embargo, auguramos felices resultados si se prestan a seguir la gloriosa estela desplegada en esta ocasión.

 

 

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