Doce Notas

Netrebko, zarina del Liceu

opinion  Netrebko, zarina del Liceu

© A. Bofill

Envuelta de una gran expectativa y con un programa que abarcaba desde el repertorio romántico italiano al verismo,  no por caprichoso menos ambicioso,  la soprano rusa se presentó el pasado 4 de noviembre en el Gran Teatre del Liceu acompañada de su marido, el tenor Yusif Eyvazov, y del barítono británico Christopher Maltman, tres días después de haber actuado en el Teatro Real madrileño. La primera parte del concierto estuvo dedicada íntegramente a las óperas de Giuseppe Verdi, con especial protagonismo de sus obras de madurez. Después del dúo “Già nella notte densa” del Otello verdiano, donde el matrimonio exhibió una gran compenetración canora, la diva rusa desplegó toda su autoridad vocal en una intensa recreación de las páginas de Don Carlo “Tu che la vanità”, una interpretación que desató las muestras de afecto del público, que irían in crescendo a lo largo del concierto, y que auguraba a una noche lírica de alto voltaje. Su timbre bello, denso y homogéneo, sin fisuras en su extensa tesitura, aunado a un canto de gran amplitud, refinada sensibilidad y prodigiosa técnica – dio reiteradas y subyugantes muestras de ello a lo largo de la velada – hacen de la soprano eslava una de las divas indiscutibles de la lírica actual, marketing y glamour publicitarios al margen. Pero, ¿quién ha dicho que el arte esté reñido con la publicidad? En el mundo de la ópera, desde el tiempo de los castrati, ambos valores, arte y gloria, han ido siempre muy de la mano. No obstante, el programa nos reservaba aún otro motivo de enhorabuena: la intervención del colosal barítono Christopher Maltman, quien dejó atónito al auditorio con su caudalosa voz, magistralmente modulada y de intenso calado dramático, en páginas como “Pietà, rispetto, amore” de Macbeth. Un título al que se sumó la Netrebko para el dueto final del III acto, rubricando ambos cantantes una apoteósica interpretación. El trío “Tace la notte” (Il trovatore) puso el broche de oro a una primera parte proverbial.

El tenor azerbaiyano, se impuso por méritos propios con un canto elegante, pulcro y sólido en el registro agudo, si bien esto no le evitó quedar algo ensombrecido al lado de dos fenómenos de la naturaleza como Netrebko y Maltman (¿Cuantos jugadores excepcionales de primera división resistirían la comparación con un Messi o un Cristiano Ronaldo?). No obstante, su actuación  fue ganando enteros en la segunda parte, de la que cabe destacar un memorable dueto junto a Maltman en la verdiana La forza del destino  (“Invano, Alvaro… La minaccie, i fieri accenti”), así como las emotivas páginas veristas de Cavalleria rusticana (“Mamma, quel vino è generoso”) y Tosca (“E lucevan le stelle”), servidas siempre con una voz de calado más lírico que dramático. Por su parte, el barítono británico siguió afianzando su leyenda liceísta con una arrebatadora “Nemico della patria” (Andrea Chénier) que le valió una atronadora ovación del público, mientras que la galáctica Netrebko, luciendo su tercer vestido de la noche, acabó desatando el furor de la sala con unas ensoñadoras recreaciones de “Ebben?… Ne andrò lontana” (La Wally) y la popular “O mio babbino caro”; ambos intérpretes nos brindaron un punto de exquisita ligereza con el vals de La viuda alegre. Culminó el concierto, el emotivo dueto “Vicino a te s’acqueta” (Andrea Chénier) a cargo de la pareja Netrebko y Eyvazov, con el público exaltado y puesto en pie.

La orquesta del Liceu, bajo la batuta del joven Denis Vlasenko, ofreció una pulcra lectura de las diferentes piezas, acompasada en todo momento con los solistas. El Intermezzo de Cavalleria rusticana fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos instrumentales más brillantes.

Como desafortunadamente es de sobra conocido, en Catalunya vivimos tiempos de ánimos exacerbados, circunstancia que empuja a algunos a rebasar los límites del orden establecido y que otros utilizan como excusa para sembrar el caos en las calles de las urbes. Sin haber de lamentar desperfectos ni actos vandálicos, el Liceu vivió también una inocente anécdota transgresora en el transcurso de esta gala musical cuando una de la no pocas friquis que pululan por el mundo de la ópera aprovechó los ánimos de euforia generalizada del público, al finalizar el concierto, para saltar al escenario y lanzarse a abrazar y a besuquear a la diva y a sus compañeros, cosa que dejó a todos visiblemente sorprendidos por tan estrambótica actuación. Ojalá todos los desórdenes quedaran en eso.

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