Doce Notas

La apoteósica Radvanovsky

opinion  La apoteósica Radvanovsky

Cortesía Festival de Peralada

Los números le salen al festival de Peralada. Con un 92% de ocupación (26.700 espectadores) y un total de 25 noches de espectáculos que han gozado del aplauso mayoritario del público y de la crítica, ya se ha empezado a engrasar la próxima temporada con el anuncio de nuevas producciones (una Aida con un reparto de campanillas: Radvanovsky, Beczala, Rachvelishvili y Carlos Álvarez) y la concurrencia de formaciones e intérpretes de prestigio como Les Arts Florissants o el tenor Bryan Jagde. Aunque el mayor estímulo para catapultar los anhelos hacia un próximo verano musical fue el soberbio recital que, el pasado 17 de agosto, se ofreció en la iglesia de Carme como colofón de la presente edición.

La añorada diva Montserrat Caballé fue una cantante muy implicada y vinculada al festival ampurdanés – un escenario en el que llegó a actuar hasta en 16 ocasiones desde su inauguración, en 1987 -, motivo por el cual en la presente edición se ha querido homenajearla doblemente dedicándole una exposición en los jardines del castillo y un recital de clausura a cargo de una de las grandes sopranos del momento. Conocedora del cariño que le profesa el público catalán y de la responsabilidad que supone protagonizar un homenaje a una figura tan legendaria y apegada a su tierra como la Caballé, Sondra Radvanovsky se presentó por quinta vez ante el auditorio de Peralada con un programa que recorría 400 años de música operística.

La primera parte comenzó calentando el ambiente con cuatro piezas de ilustres compositores del Barroco y del Clasicismo como Giulio Caccini (Amarilli, mia bella), Alessandro Scarlatti (Sento nel core), Christoph Willibald Gluck (O del mio dolce ardor) y Francesco Durante, maestro de la gran escuela napolitana (Danza, danza, fanciulla gentile). A éstas siguieron memorables páginas del belcanto romántico (Bellini, Donizetti y Verdi), en donde la soprano desplegó todas sus facultades canoras; la canción belliniana La ricordanza nos transportó a las etéreas melodías de I puritani, con una exhibición magistral en el dominio de los reguladores, mientras que la exuberante cavatina de Elisabetta de Roberto Devereux, después de una emotiva romanza de Il Corsaro verdiano, arrebataron el ánimo del público antes del descanso. Ya en la segunda parte, la páginas de La regata veneziana de Rossini y las canciones puccinianas Sole e amore y E l’uccellino fueron un crescendo que alcanzó su clímax en la arrebatadora interpretación del aria final de Manon Lescaut. La sombría “Una macchia, è qui tuttora” de Lady Macbeth concluyó magistralmente el programa de un vibrante recital que aun tuvo continuidad con una generosa y aplaudida cola de propinas.

Con un público absolutamente entusiasmado y puesto en pie, la cantante norteamericana, dueña de una técnica envidiable y de una intensa capacidad expresiva, ofreció hasta cinco propinas que acabaron desatando el éxtasis del auditorio: “Io son l’umile ancella” de Adriana Lecouvreur – una interpretación que se cuenta entre lo mejor que ha escuchado jamás en directo el que suscribe estas líneas, “Casta Diva” de Norma, “Vissi d’arte” de Tosca, “Ebben? Ne andró lontana” de La Wally y una delicada versión de “Somewhere over the rainbow”. Aunque la voz y el estilo de la estadounidense y la finada diva catalana son de naturaleza bastante diferente, la estelar actuación de la primera logró realzar un repertorio en el que la segunda hizo leyenda. Si a esta última la llamaron la Superba, la americana hizo honores para apodarse la Apoteósica.
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