
Cortesía Festival de Peralada
Después del éxito arrollador de su debut con la ópera Rinaldo, el pasado 2018, la cantante catalana ha regresado nuevamente al festival ampurdanés, el pasado 8 de agosto, con un concierto dedicado íntegramente al repertorio haendeliano. Acompañada del conjunto historicista Capella Cracovensis, compartió protagonismo con el tenor sevillano Juan Sancho en el escenario de la iglesia del Carme. El programa, titulado “Human love, love divine”, comprendió una escogida selección de números musicales de temática amorosa: arias, duetos y pasajes instrumentales de óperas, cantatas, odas y oratorios del gran maestro anglo-germano.
Con una amplia trayectoria en el repertorio barroco, Rial ha alcanzado un grado de madurez y de magisterio canoro que la singularizan – por sus dotes naturales y expresivos – dentro de la cada vez más nutrida pléyade de intérpretes historicistas. Dotada de timbre de pureza angelical, de emisión nítida, clara y luminosa, su canto recorre los pentagramas con una unción de sinceridad, pulcritud y delicadeza que deviene la quinta esencia de un lirismo natural y esencialista, alejado de todo deje de artificiosidad retórica. Su fraseo limpio, espontáneo y fluido hace virtud de su sencillez y humildad, prendando el ánimo de los espectadores con un candor de irresistible e inmaculada belleza. Desde su primera intervención solista (“Se vago rio” de Aminta e Fillide), el auditorio que llenaba el templo del castillo quedó irradiado por la gracia y el encanto de su voz, alcanzando cuotas de refinada exquisitez (“With darkness deep” de Theodora) y de exultante brillo (“Let the bright Seraphim” de Samson) que desataron su rendida ovación. Con su aria culminante “Eternal source of light divine” de la Ode for the birthday of Queen Anne, una pieza que festeja el aniversario de la reina y el cumplimiento del tratado de Utrecht – el mismo que dejó a su suerte a los territorios tránsfugas de la antigua Corona de Aragón ante las tropas borbónicas de Felipe V, la soprano catalana hizo de sus penetrantes e iridiscentes melodías sostenidas una auténtica revelación de luz divina.
En un registro más humano, que hizo doblemente significativo el título del concierto, el tenor Juan Sancho se empeñó a fondo para dar entidad dramática y relieve expresivo a las atractivas páginas del programa que él mismo había concebido. Hábil en la coloratura y consumado estilista, su canto destiló una refinada expresión y un cuidado sentido de la retórica musical, secundado con una gestualidad de corte un tanto raphaeliana. Sin embrago, mal que nos pese haber de certificarlo, tanto por color como por carácter, su canto – tamizado por una articulación contraída que le resta proyección y empuja el sonido a la zona nasal – quedó en un plano mucho más discreto y terrenal, “humano demasiado humano” como escribiera el filósofo alemán, a la sombra del iridiscente astro catalán. Afortunadamente, el milagro tecnológico de la industria discográfica, de bien seguro que sabrá hermanar mejor lo divino y lo humano en el futuro registro previsto este programa. Por el momento, nos quedamos con el vibrante recuerdo una experiencia musical y artística realmente excepcional.
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