Doce Notas

Luisa Miller clausura la temporada liceista

lirica  Luisa Miller clausura la temporada liceista

© A Bofill

La cantante norteamericana, a quien podremos escuchar también este verano en el festival ampurdanés de Peralada, protagonizando un recital en homenaje a Monserrat Caballé (17 de agosto), sedujo nuevamente al público liceísta con una conmovedora interpretación del endiablado rol de Luisa. Considerada una de las últimas creaciones del periodo de los anni di galera, su partitura es una de las más exigentes, aunque no de las más agradecidas, del catálogo verdiano. No obstante, la Radvanovsky salió a la escena determinada a sacar el mejor partido de su papel des del primer minuto y lo hizo con una encarnación soberbia, tanto en el plano vocal como en el escénico. Dominó con un magisterio absoluto los intensos números de alto voltaje dramático que Verdi escribió para este personaje, así como los exigentes pasajes belcantistas que también incluye la partitura. Una vez más, rindió el coliseo de Les Rambles a sus pies, gracias a la feliz conjunción de una técnica prodigiosa y una espléndida interpretación.

Le acompañó en su excelso cometido, el extraordinario Rodolfo del tenor polonés. Nobleza, gallardía y magisterio son tres atributos que, sumados a la belleza de un timbre áurico, hacen de este cantante uno de los intérpretes más sólidos y rotundos de su tesitura a escala planetaria, sin necesidad de glamurosas operaciones de marketing. Su canto elegante y apolíneo se impuso desde su primera escena del primer acto, alcanzando la cúspide de su brillo en la conmovedora aria del segundo “Quando le sere al placido”, que le valió una sonora y prolongada ovación del público. La intensa escena del acto conclusivo, junto a su amada, fue realmente un derroche de alquimia canora por parte de ambos intérpretes. A más de éstos, tuvimos la suerte de contar con dos magníficos padres, el Miller de Michael Chioldi, de canto intenso y elaborada expresión, y el conde Walter de Dmitry Belosselskiy, poseedor de un robusto instrumento y una notable autoridad escénica.

Cumplió puntualmente, la Federica de la mezzo J’Nai Bridges, así como el eficaz mayordomo Wurm de Marko Mimica. A la catalana Gemma Coma-Alabert (Laura) tenemos ganas de escucharla en papeles de mayor envergadura, pues no pierde ocasión de lucir la unción de un canto deliciosamente elaborado. También Albert Casals, como episódico pueblerino, cumplió con dignidad. El coro resolvió con discreción su cometido, mientras que la orquesta de la casa, bajo la batuta del joven director venezolano Domingo Hindoyan, firmó una cumplidora lectura de la partitura, sin brillos – ni sombras- destacables.

La puesta en escena de Damiano Michieletto hace una lectura reduccionista y dualista de la historia de Schiller que poco aporta a la narración del melodrama. La dirección de actores es muy sumaria y prácticamente se reduce al movimiento circular de una plataforma central, encima de la cual se van alternando los distintos elementos escenográficos. La aparición de dos niños que evocan la infancia, a más de un recurso muy sobado, no enriquece en absoluto la puesta en escena. Lo mejor de ésta, las proyecciones del tercer acto.

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