Doce Notas

Hacia la conquista de nosotros mismos

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Repertorios de aquí y de allá, de un lado y otro de Europa, de la corte de Carlos V a los entornos monteverdianos, de tiempos sumamente pretéritos en Aragón a “moderneces” dieciochescas, y un sinfín más de juegos de variedades. Algunos ahondan en la sota, el caballo y el rey del canon musical, con una valentía encomiable sustentada por los cimientos firmes de un valor musical seguro.

Pero otros, auténticos héroes del patrimonio musical, son los que se enfrentan con el verdadero desafío del músico de nuestros días. Son aquellos que se llenan las manos de polvo al recoger volúmenes carcomidos, los que desentierran los huesos sin nombre de decenas de compositores postergados bajo una losa de ostracismo, los que tienen un teléfono rojo directo a cada investigador y los que apuestan, arriesgan y con enorme asiduidad, ganan.

Mariví Blasco y Fernando Aguilá han pasado a formar parte de este grupo, muy numeroso por otra parte en El Canto de Polifemo, de pequeños luchadores. Han sabido coger una música de primer nivel (que permanecería igualmente cubierta de moho si no fuera por la previa labor de edición de Raúl Angulo y Toni Pons) como es la del siciliano de Astorga, y darle más de una vuelta de tuerca para presentarla en su estado puro.

La valenciana posee una voz arquetípica. De emisión libre, sin esfuerzos inútiles ni torrentes de voz destructores, su dicción favorece una lengua tan exageradamente abierta y difícil de cantar como es el castellano. A su lado, sin perder un ápice de compostura, el clavecinista gaditano se defiende como un verdadero jabato, con un continuo (labor siempre tan poco recompensada como reconocida) que no es moco de pavo, ni de cualquier ave menor. Ambos forman un dueto fabuloso, compenetrado, sonriente y por qué no decirlo, encantador.

Se suma a tan singular repertorio como son estas cantadas bilingües, dos pilares fundamentales de la música hispana: a su izquierda, Domenico Scarlatti, con dos sonatas como dos vasos de agua de ese océano inabarcable que suponen sus 555 magistrales creaciones; a su derecha, Sebastián de Albero, el gigante dormido de la música navarra que tuvo que esperar a la singular labor de Genoveva Gálvez para volver a latir con fuerza.

Cinco invitados de primera línea para un encuentro singular y memorable, que no podrían haber resuelto mejor razón para reunirse que el merecido homenaje concedido a tan especial volumen de música publicado en Lisboa. Que los ecos de este encuentro resuenen per secula en las bóvedas de Chueca, y que su ejemplo constituya el nuevo modus vivendi de toda una generación de músicos hispanos dispuestos a la conquista de sus repertorios.

Madrid. Iglesia de las Mercedarias de Góngora.
11 de mayo de 2019
Mariví Blasco, soprano. Fernando Aguilá, clave.
Bellísima prisión de mi albedrío: las cantadas humanas a solo de Emanuele Rincón de Astorga (1680-1757).
Ciclo El canto de Polifemo
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