Doce Notas

La Agrippina de Haendel encandila al público liceísta

opinion  La Agrippina de Haendel encandila al público liceísta

Desde L’incoronazione di Poppea de Monteverdi (1943), los relatos históricos, más o menos legendarios, sobre la Antigua Roma compartieron protagonismo con la manida mitología clásica como fuente de inspiración para los libretos del teatro musical de la época. En la presente obra, dos mujeres ávidas de poder, Agrippina y Poppea, maquinan y explotan sus encantos para utilizar a los hombres como títeres, los unos contra los otros, en un hábil e intrincado libreto atribuido Vincenzo Grimani. Haendel musicó el texto para el teatro San Giovanni Grisostomo de Venecia, como título inaugural de la temporada de Carnavales de 1709-1710, y, a juzgar por el número de representaciones (27 en total) y los comentarios relativos a su estreno publicados en el diario londinense The Post-Boy (28-31 de enero de 1710) y en las Memorias haendelianas de John Mainwaring, su partitura gozó de una exitosa acogida.

También la tuvo, el pasado 13 de mayo, en Barcelona, gracias a los méritos propios de la obra, así como a la excelente recreación de los intérpretes congregados para darle vida. Lideró el reparto de voces, la extraordinaria mezzo Joyce DiDonato (Agrippina), quien supo imprimir toda la belleza canora y el carácter dramático a su maquiavélico personaje. Inolvidable la magistral recreación de su aria “Pensieri, voi mi tormentate” del segundo acto”. Su rival femenina, Poppea, fue encarnada por una delicada y refinada Elsa Benoit, cantante de elegante línea y cálido timbre. Con el rol de Nerone, debutó el pujante contratenor argentino Franco Fagioli, quien sedujo al auditorio con su canto vitalista, torrencial, de extraordinaria habilidad para la coloratura, y su enfática encarnación del frívolo rol del futuro César. En el rol de Ottone, originalmente para cantante femenina, brilló con luz propia el gran contratenor catalán Xavier Sabata, uno de los intérpretes más sólidos y completos del actual panorama español. Luca Pisaroni fue un Claudio ajustado a las exigencias del libreto y de la partitura (más calzonazos que noble dignatario), mientras que el bajo Andrea Mastroni y el contratenor Carlo Vistoli se revelaron unos perfectos Pallante y Narciso, respectivamente. Biagio Pizzuti (Lesbo) completó el reparto con buen oficio canoro y tablas escénicas.

Mención especial merece también la formación historicista Il Pomo d’Oro, encargada de dar cuerpo musical a la extensa partitura haendeliana, una labor que desempeñaron con gran vitalidad, sentido estilístico y trabajo de las dinámicas, conducidos con gran fervor y entusiasmo por el joven director y clavecinista ruso Maxim Emelyanychev. Pocos días después del estreno de la producción de Les pêcheurs de perles, no se echó de menos la puesta en escena.

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