Doce Notas

Mucho más show que Bizet

opinion  Mucho más show que Bizet

© A. Bofill

El escaso interés que suscitan al gran público los títulos de nueva creación – en gran medida debido a los imperativos pseudo-filosóficos que se autoimponen los libretistas y al intrincado lenguaje experimental utilizado por los compositores operistas contemporáneos, contrariamente a lo que sucede en otros campos como el cine o el teatro musical, mucho más desacomplejados -, empuja a los actuales programadores a ofrecer como novedades los títulos del gran repertorio trastocados escénicamente por las ocurrencias, más o menos inspiradas, de los todopoderosos directores de escena. Hasta el punto de que se habla hoy más del Anillo de la Fura o de la Carmen de Bieito que de sus compositores Wagner y Bizet.

Así las cosas, en la presente producción, la directora germánica ha prescindido prácticamente de la sensibilidad orientalista evocada en la partitura de Bizet, tan solo sugerida aquí por algunos decorados y apuntes del vestuario. Por el contrario, Beer ha optado por convertir el triángulo amoroso de su historia en el argumento que da aliento a un reality a lo Supervivientes, con la presencia constante en el escenario de cámaras, micros, operarios y un gran sacerdote (Nourabad) convertido en una suerte de Jorge Javier Váquez. Los intérpretes se ven obligados a cantar algunas de sus páginas más lucidas en un improvisado confesionario y el coro hace las funciones de televidentes, ubicado en diferentes compartimentos estancos al fondo del escenario.

Si bien la idea tiene su gancho y el montaje es resuelto con efectividad gracias al uso de proyecciones y a las posibilidades de los nuevos recursos tecnológicos, su encaje con la música, tanto vocal como orquestal, es inexistente. Las soluciones escénicas y las atmósferas musicales, hábilmente tejidas por Bizet, se atropellan las unas a las otras, resultando de todo ello un galimatías estético que de tanto querer enfocar acaba perdiendo de vista la presa. No obstante, escena a parte, el resultado estrictamente musical fue dignamente defendido por un competente equipo de intérpretes.

Ekaterina Bakanova, a quien podremos escuchar nuevamente este verano en el Festival de Peralada, debutaba en el teatro barcelonés como Leïla, demostrando un dominio absoluto de los recursos canoros que el rol le exigía, alcanzando a la par una brillante actuación escénica. El tenor John Osborn (Nadir) optó por una expresión delicada y comedida, haciendo uso reiterado del falsete propio del repertorio francés, cosa que pareció no acabar de convencer a una parte del público liceísta, acostumbrado casi siempre al canto a plena voz. El Zurga de Michael Adams resultó convincente y funcional, aunque no nos hizo olvidar a otros barítonos de la casa, alguno de los cuales presente en el patio de butacas. La prestación de Fernando Radó (Nourabad) quedó mucho más desdibujada en su doble calidad de maestro de ceremonias. El coro se las deseó para sonar compactado desde los distintos estantes de la gran casa de muñecas en la que se hallaba diseminado, mientras que el trabajo de la orquesta, aunque sin correspondencia escénica, resultó francamente meritorio bajo la batuta de Yves Abell.

Confiemos no tener que esperar medio siglo más para poder ver en el teatro de Les Rambles una nueva producción más centrada en reivindicar el legado de Bizet que en satisfacer el ego de los registas de turno.

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