Doce Notas

Empíreo celestial

 

Sumergirse en las intimidades del Palacio Real para escuchar música de calidad es un privilegio que poco dista de paladear ambrosía. El recorrido histórico, el ambiente lujoso e idealizado, así como la exclusividad que abarrota el lugar, sensibilizan todos y cada uno de los receptores auditivos. Son las leyendas y la sugestión personal, las que intensifican el asombro y la dicha ineludible de hallarse entre las paredes de tan prestigioso monumento. Y si hay buena música, el placer es ya completo.

El pasado miércoles 20 de marzo, en la capilla del Palacio Real, la soprano Aurora Peña y Concerto 1700 interpretaron tres “cantadas” de José de Torres y dos sonatas de Giovanni Bononcini, en un concierto programado por el XXIX Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid. La música de Torres supuso una absoluta revelación recuperada por los musicólogos Raúl Ángulo y Antoni Pons, y que, recientemente, ha sido grabada por Peña y Concerto 1700 para el sello 1700 Classics.

Alejándose de la opulencia del evento, los artistas crearon un ambiente íntimo y efectista al servicio de la melodía. La tímida iluminación, estratégicamente situada para destacar los elementos más exquisitos de la capilla, dejaba a los intérpretes en ligera penumbra. Esta umbría no restó protagonismo a la voz de Peña, que, en efecto, fue lo más deleitoso de la velada. No obstante, es menester señalar que lo más trascendente no fue la distinguida interpretación de las cantadas del madrileño, sino su perpetuación en el lugar para el que fueron originalmente compuestas. Es así cómo la obra de Torres alcanzó una vez más el empíreo para el que estaba destinada desde su mismísima gestación.

El foco del programa, constituido por las cantadas “El reloj que señala”, “Amoroso Señor” y “Murió por el pecado”, destacó por la excelente declamación de la soprano. Peña impregnó los recitativos con expresividad y grandes dosis de impronta personal. A su impoluta técnica barroca, hay que sumarle la sensualidad con la que describe las melodías, la minuciosa precisión de sus dinámicas y la belleza natural de su instrumento.

Si bien se apreció un insignificante desliz en el control del aire en “Aún en música sonora”, se perdona, ¡incluso el desperfecto se agradece! Sin embargo, no pasaron tan desapercibidas las imprecisiones de afinación de los violines y los problemas de entendimiento entre los músicos de la agrupación. Concerto 1700 aportó una base estable con momentos de gran musicalidad, aunque quizás el violón y el violonchelo pecaron de exceso de protagonismo en algunos pasajes. El programa lo completaron las sonatas de cámara de Giovanni Bononcini no. 9 y no. 2, que dieron aliento a la joven voz de Peña.

Suave acento” de la catada “Amoroso Señor” destacó por un canto muy pasional, de brillantes agudos y con una coloratura de inconmesurable complejidad, que Peña hizo ligera y fácil. Lástima que en la propina, bis de este aria, sus trinos no fueran tan precisos. Aún así, este fue el momento más notable; los sonidos de los intérpretes se elevaron con facilidad por la mágica acústica de la sala, inmortalizando la obra de Torres.
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