Doce Notas

La frondosa tercera de Mahler envuelve y atrapa al Auditorio Nacional

 

Nott sin notas en el atril. Sin atril. Una de las partituras sinfónicas más extensas y complicadas del repertorio, interiorizada en las muñecas, apuntalada en la mente. Hablamos de la Sinfonía nº3 en Re menor de Gustav Mahler, que escuchamos el pasado 12 de marzo en el ciclo de Ibermúsica. El director inglés dirigió con una concentración pasmosa y sin dejar entrever el menor atisbo de cansancio a la no menos entregada Gustav Mahler Jugendorchester. Tanto es así, que contagió al público del Auditorio Nacional su inmersión, logrando hechizarlo durante más de hora y media ininterrumpida e incluso neutralizar casi por completo la pertinaz tos de otras ocasiones. A quién todavía no ha conseguido domar Jonathan Nott es a los teléfonos móviles (tres esta vez), cuyas sintonías no explicitadas en la partitura, afearon puntualmente la interpretación.

Resulta difícil en una partitura de estas proporciones (algunas grabaciones de la Tercera Sinfonía sobrepasan los 100 minutos) bordar cada uno de los pasajes. Mentiríamos si afirmáramos que la lectura de Nott fue inmaculada. Ahora bien, al escuchar la determinación de las diez trompas en ese fatídico motivo inicial (Kräftig, entschieden: enérgico y con determinación) y la virulenta réplica de los timbales, con la que da inicio a la partitura se intuía que estábamos ante una Tercera Sinfonía de savia joven y efervescente, que no dejaría indiferente a nadie.

El larguísimo primer movimiento, se me antoja que puede ser uno de los que más quebraderos provoca a los directores de orquesta. No ya sólo por la más de media hora de duración, sino porque es donde Mahler realizó más probaturas y atrevimientos motívicos y estructurales. Especialmente sensibles son los momentos de silencio y los pianísimos súbitos. Ese primer movimiento aúna instantes de arquitectura sublime y trazas de galimatías, como si asistiéramos al reptar sigiloso de una planta trepadora, antojosa y genéticamente determinada, que se eleva y se eleva, en un ascenso aleatorio y simétrico a la par. Simetría que se aprecia mejor así uno se aleja; así van sucediéndose los compases.

En el ‘epílogo’, que precede a la reexposición de la trompas (seguimos en el primer movimiento), Nott empezó a hacerse de verdad con las riendas Jugendorchester en toda su dimensión. Fue en este segundo ecuador del primer tiempo, donde ofreció una lectura clara, diáfana y muy bien argumentada del rico, e imprevisible, por momentos enajenado, desarrollo motívico concebido por Mahler

A mi parecer, cuarto y quinto movimiento, resultaron los menos lucidos. A la voz de Zhidkova le faltó quizás algo de intensidad, de mayor presencia para resaltar los versos de Nietzsche (O Mensch, gib Acht!). La sentencia del texto debiera entonarse como conjuro y exhorto. Aún exhibiendo bella voz y excelente sincronía con la orquesta, Zhidkova no terminó de magnetizar, ni emocionar del todo, en su breve intervención solista. El Coro de la Comunidad de Madrid y los Pequeños Cantores cumplieron su cometido vocal en el quinto movimiento.

Más mágico, sin duda, el tercer movimiento con el delicado soliloquio de posthorn (corneta de postillón), extenso pasaje, que sólo emborronó un móvil reincidente. Ubicado a unos 40 metros de la orquesta, en lo alto del anfiteatro, el solista, aún con algún pequeño apuro de afinación puntual, fraseó con exquisito lirismo todas las súplicas y réplicas a sus hermanos mayores: las trompas, alineada en la otra vertiente del valle. En lo que sin duda constituye uno de los más hermosos pasajes de esta Tercera Sinfonía. Por si fuera poco hacia el final se esboza, sin terminar de contornearla, la melodía que antecede a la apoteosis de la Jota Aragonesa en la Obertura Española número 1 de Michail Glinka. ¿Quién lo diría? ¿Amagos de reminiscencia maña en las alturas dolomíticas de Mahler?

Hiedra sinfónica

Una ensoñación a ralentí. El Lustig im Tempo und keck im Ausdruck sirvió antesala al sexto y concluyente movimiento Langsam. Ruhevoll. Empfunden. Una guisa de Adagietto, para que nos entendamos, en el que Mahler cede aquí sí todo el protagonismo a las cuerdas, imponiéndose la vena lírica de los arcos sobre una obra que hasta entonces había depositado el protagonismo tímbrico preferentemente en maderas y metales. Llegado el punto y, tras este apaciguador interludio camerístico, la sinfonía vuelve a enardecerse en sus compases finales en pos a una eclosión final. En ésta convergen dos líneas melódicas, cada una igual de convincente en su determinación de superponerse a la otra o así pareció pretenderlo el director británico. Se escucharon ambos motivos nítidos en perfecta pugna y sincronía a la vez. Tras esta titánica batalla por imponer su ley, su apuesta motivíca acabó alcanzando la tonalidad de partida y de llegada.

Nott da la última consigna, y la última nota no ha terminado de apagarse en el auditorio, cuando la mitad del respetable arrecia con un aplauso precoz y deslavazado. A una obra de más 90 minutos de duración no se la pueda asediar con palmas impetuosas y precipitadas, como a un aria de Rossini por ejemplo. Al instante inmediato de emitirse la última nota, mientras los armónicos van extinguiéndose lentamente, cientos de impacientes palmeaban sin tino. Estos finales, reclaman para sí unos segundos de reposo, de respiro. Hay que dejarlos reposar como si fueran un suculento manjar recién salido del horno o del fuego.

En la línea de este exquisito tramo final se enmarca también el segundo movimiento Tempo de menuetto. Sehr mäßig. Sobre el dijo el propio Mahler que era el fragmento de música más despreocupado que había compuesto en toda su vida. Una auténtica delicia este insignificante y comedido minueto (viniendo de un Allegro de Sonata de más de 30 minutos de duración cualquier añadido sonará siempre como minucia). Fue como si Nott, sabedor de la cita de Mahler, obsequiara a los oyentes con un contra movimiento gentil, elegante, llano y deliciosamente audible.

También dijo Mahler que concebía la composición de una sinfonía como la elaboración de un mundo propio. Un mundo en el que el compositor obraba como demiurgo, creando su propia cartografía personal, su propia orografía, sus Tierras Altas. La de Nott seguro fue una recreación a la altura. Excelente sección de metal en la Gustav Mahler Jugendorchester y no menos omnipresente sección de contrabajos, dispuestos curiosamente en un lugar poco habitual para un instrumento tan aparatoso, incrustados entre los violines y los chelos. Unos y otros rindieron a su mejor nivel.

La enredadera es a la vez arquitectónica y aleatoria, simétrica y descompensada, siempre frondosa. Donde la repetición nunca será lo mismo porque, si bien la naturaleza es ciclo, más es aún espiral que ciclo. Sarmientos y arabescos imposibles que van trepando por los balcones y anfiteatros del Auditorio hasta mutar la sala sinfónica en territorio Mahler.

El octavo concierto de abono de la Serie A estuvo dedicado a la memoria del director norteamericano André Previn, fallecido el pasado 28 de febrero.

 

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