Doce Notas

La Lucia de Flórez y Peretyatko hace brillar el 150 aniversario de la Ópera de Viena

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Laurent Pelly firma un montaje en blanco y negro marcado por la austeridad y la frialdad escénica. Los personajes se mueven en un ambiente glacial durante todo el primer acto, sucedido después por unas atmósferas sombrías, desérticas y anodinas, compartimentadas por unos grandes paneles auxiliares. La frialdad escenográfica tuvo su proyección en una parca dirección de actores, que el regista francés abandonó a la suerte de sus respectivos intérpretes, cosa que se acusó especialmente en el movimiento del coro, errático, impreciso, cuando no, pueril. Solamente en la escena de la locura del tercer acto, pudimos apreciar una nota de color rojo intenso en el muro de fondo aterciopelado y la alfombra por donde desfilaba la enloquecida doncella.

Afortunadamente, las virtudes musicales lograran compensar con creces las tibieces del montaje. Peretyatko fue una Lucia de gran altura, que pasó de una cálida timidez inicial a una arrolladora y emotiva recreación en su escena de la locura. Flórez demostró, por enésima vez, no poseer rival en su cuerda; su Edgardo resultó de una gran madurez vocal, elegante, intenso e incisivo en el fraseo, vigoroso, generoso y vibrante en los agudos. También destacó muy positivamente el Enrico de George Petean, de prominente instrumento y gran autoridad escénica, así como el Raimondo de Jongmin Park, de voz caudalosa aunque puntualmente poco timbrada en los graves. Completaron muy satisfactoriamente el reparto, el elegante Arturo de Lukhanyo Moyake y la deliciosa Alisa de Virginie Verrez, aunque misteriosamente ninguno de los dos salió a saludar al finalizar la función. Sí lo hizo el cumplidor Normanno de Leonardo Navarro.

El maestro Evelino Pidò concertó con gran magisterio el foso y el escenario, poniendo en relieve las evocadoras atmósferas de la partitura donizettiana y facilitando a las voces unas dinámicas flexibles y fluidas. Al finalizar el público ovacionó merecidamente al director y a los protagonistas, quienes tuvieron que salir a saludar hasta tras veces. Como apunte anecdótico cabe destacar el uso de la armónica cristal en la escena de locura, tal como Donizetti previó originalmente, aunque luego se viera obligado a substituirla por la flauta.

El próximo 25 de mayo el teatro vienés recordará la solemne inauguración de este escenario, acaecida en 1869, con la presencia del emperador Francisco José I y su esposa Sisi. Si en aquella ocasión la obra elegida fue el «Don Juan» de Mozart, esta vez será celebrado con una nueva versión de «La mujer sin sombra», la única ópera de Richard Strauss que se estrenó en la Ópera de Viena y que este mismo año cumple su centenario.

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