
I masnadieri © Mikel Ponce y Miguel Lorenzo
Así, el primero se convirtió en un ególatra temerario y el segundo en un don nadie amargado. Bajo el signo de esta constelación, las intrigas entre ambos se hicieron efectivas: creyendo que había caído en desgracia, Carlo se convirtió en cabecilla de una pandilla de ladrones. Su novia Amalia, criada como una hermana en la casa paterna, es víctima de los conflictos y rivalidades entre los hombres. Cuando las maquinaciones de Francesco salen finalmente a la luz, la trama conduce inevitablemente al desastre.
Sobre este trasfondo literario, no trasladado con demasiada fortuna al formato de libreto, la sala principal de Les Arts fue nuevamente testigo de una producción operística, esta vez modesta en su vertiente escénica, pero exquisita en la musical. Tanto la orquesta como el coro se lucieron desde el minuto uno de sus respectivas intervenciones, empezando por el bello solo de violonchelo en la obertura. El protagonismo del coro en esta ópera en concreto es parte, y esencial, del contenido dramático-musical, puesto en escena de manera formidable por los miembros del Coro de la Generalitat. Desde la tarima, Roberto Abbado volvió a darlo todo, muy concentrado y presto a conducir a los músicos y a las voces por la senda del éxito.
El bajo italiano Michele Pertusi (Massimiliano) resultó ser un artífice creíble de la tragedia que desencadena. Con voz profunda convenció por igual en las partes declamadas. En cada escena se pudo percibir con claridad el quebrantamiento de su figura dividida entre el amor y el odio. Stefano Secco le otorgó brillo metálico a su Carlo, pero sin alcanzar cotas demasiado altas. Por contra, el barítono polaco Artur Rucinski sí supo inyectarle a su personaje, a Francesco, la diabólica acidez que éste exige, si bien en ocasiones se vislumbraban atisbos de cierto calor humano por entre las capas de maldad. Impecable en sus intervenciones, la soprano Roberta Mantegna puso su límpida voz al servicio de una Amalia dulce y fiel, al igual que el tenor sudcoreano Bum Joo Lee en su papel de Arminio.
Entre todos los participantes y bajo los auspicios de un Verdi menos conocido pero de pura cepa, la velada resultó ser una auténtica velada operística en el sentido más bel cantiano de la palabra.
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