Doce Notas

Peralada estrena La flauta mágica en la producción de Oriol Broggi

opinion  Peralada estrena La flauta mágica en la producción de Oriol Broggi

© Toti Ferrer

Precedido por sus éxitos en la escena teatral, el director catalán debutaba en el terreno operístico con este singspiel mozartiano, una ópera cómica y fantasiosa que ha sido valorizada en tiempos recientes – hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX era un título infrecuente fuera del ámbito germánico – y de la cual hoy se aventuran todo tipo de lecturas esotéricas e iniciáticas, siendo reivindicada por algunos como la primera gran ópera alemana. En su estudio de este singspiel (Lettura del Flauto magico, Torino 1989), el eminente musicólogo Massimo Mila hace un riguroso análisis de su partitura y del contexto histórico, personal y artístico que lo alumbró, destacando las múltiples influencias y tradiciones que en él convergen. Fiel a su esencia teatral, Broggi nos plantea una lectura que pone el acento en la humanización de este cuento fantástico, despojando el escenario de barroquismos y distracciones innecesarias y dejando que la acción dramática fluya directamente de la excelsa música mozartiana.

En un escenario prácticamente desnudo, con la única presencia de unas pocas sillas, baquetas y unas cañas, que a la postre harán la función de umbrales del templo de Sarastro, el director recrea las aventuras del principe Tamino y el pajarero Papageno partiendo de una dirección escénica que busca su autenticidad en la veracidad del gesto y en la concisión de la expresión. A pesar de la austeridad de su planteamiento escénico, se vale de una plástica iluminación y de diversas proyecciones para ambientar los distintos episodios de la obra – entre estas últimas, destacaron los impactantes primeros planos de Josep Pons dirigiendo la obertura y de la Reina de la Noche entonando su pirotécnica aria Der Hölle Rache, así como también las iniciáticas ilustraciones que Gustave Doré concibió para la “Divina Comedia” de Dante. Un trabajo que se vio reforzado por la introducción del actor Lluís Soler como narrador, quien glosa parte de la trama argumental al público en catalán, como si de un cuento se tratara. Una solución agradecida para un auditorio que mayoritariamente no es germanoparlante, aunque con ello bien se podían haber ahorrado las parrafadas de los diálogos en alemán subtitulados o, mejor aún, desterrando hipócritas complejos puritanistas, haberlos hecho íntegramente en español o en catalán.

La propuesta escénica del director catalán contó con la complicidad de un homogéneo y competente equipo de intérpretes. El armenio Liparit Avetisyan encarnó un Tamino de canto caudaloso y nobles acentos, quien encontró su contrapunto en el simpático y desenvuelto Papageno de Adrian Ërod, sin lugar a dudas, un intérprete consumado de este rol. La soprano Olga Kulchynska representó una delicada Pamina que, dotada de un portentoso instrumento, con tiempo y trabajo podrá crecer en expresión y matices. La Reina de Kathryn Lewek, en cinta y a un mes de romper aguas, nos deleitó con una soberbia interpretación de sus dos diabólicas arias, servidas con una apabullante facilidad para las agilidades y el sobreagudo y con una vibrante intención expresiva. Sobrio y elegante, el Sarastro de Andreas Bauer, aunque sin unos graves muy rotundos, logró imprimir toda la autoridad que el personaje requiere. Los catalanes Júlia Farrés – Llongueras y Francisco Vas encarnaron con gracia y desenvoltura los roles de Papagena y Monostatos, así como también lo hicieron los sacerdotes de Gerard Farreras y Vicenç Esteve Madrid. La tres damas de Anaïs Constans, Mercedes Gancedo y Anna Alàs fueron un trío de auténtico lujo, aunque la primera, en los concertantes iniciales, tendiera a querer destacar en demasía del conjunto. Muy notable también el Orador de Christopher Robertson, así como los niños, doblados en voces, del Cor Infantil Amics de la Unió de Granollers.

La Orquesta y el Coro del Gran Teatre del Liceu se pusieron a las órdenes de su director titular para dar vida a la partitura mozartiana, con un rendimiento, si bien no excepcional, mucho más que satisfactorio. A pesar de algunos tempi que por momentos sonaron un tanto dilatados, el maestro Pons concertó con fluidez y precisión el foso y la escena, logrando subrayar varias de las riquezas musicales que atesora esta culminante partitura mozartiana.

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