Doce Notas

Un simpático Rossini en el Festival del Escorial

opinion  Un simpático Rossini en el Festival del Escorial

Cortesía Festival de Verano de San Lorenzo de el Escorial

Estrenada en Venecia el año 1813 (sólo dos años después ya llegó a Barcelona), esta ópera bufa, sumamente hilarante, cómica y desmelenada, consagró a Rossini en el género bufo pocos meses después de su espectacular triunfo en el repertorio serio con su ópera Tancredi. Valiéndose de un libreto de Angelo Anelli, Rossini recrea la historia mozartiana de El rapto en el serrallo en clave femenina: en esta ocasión es la mujer (Isabella) quien acude a rescatar a su prometido (Lindoro) de la garras musulmanas. Un argumento plagado de situaciones cómicas y exageradas que Rossini sabe hilvanar con sabia maestría y una torrencial inventiva musical. Solamente por el magistral concertante del finale primo, que es una auténtica pieza de relojería musical, esta obra ya sería digna de figurar entre los títulos más destacados del gran repertorio operístico. Máxime cuando en ella ya encontramos perfectamente conjugados los recursos más característicos de la sintaxis musical rossiniana: ritmos dinámicos y trepidantes, inventiva melódica, preciosismo y ornato canoros, rica paleta orquestal, uso de la estructura de la scena y un vivaz y enérgico sentido de las dinámicas (con sus inconfundibles crescendi, marca de la casa).

La compañía dirigida musicalmente por Paolo Arrivabeni supo sacar un buen partido de todo ello. Gracias a un espléndido reparto de cantantes, las melodías rossinianas hicieron las delicias del público madrileño. Encabezaba el cast, la cotizada mezzo Marianna Pizzolato, quien demostró un dominio absoluto del repertorio belcantista des de su primera intervención (la conocida aria “cruda sorte, amor tiranno”). Su interpretación del rol de Isabella fue todo un derroche de vivacidad y virtuosismo canoros, conjugados a la par con suma maestría y un refinado sentido musical. El tenor argentino Francisco Brito nos sedujo también como Lindoro. Su canto de nobles acentos, suntuoso, fluido y noblemente fraseado, logró exprimir hábilmente el aliento lírico y la vitalidad ya presentes en la cavatina del personaje, “Languir per una bella”. Por su parte, el napolitano Carlo Lepore hizo una recreación antológica del rol de Mustafá, tanto en su vertiente canora, donde exhibió un gran dominio de la coloratura y el sentido rítmico, como en su arrolladora encarnación escénica. Completó felizmente el cuarteto protagonista, el ágil y gracioso Taddeo del catalán Joan Martín Royo, servido con gran solvencia vocal y autoridad escénica. En cuanto a los coprimarios, Arantza Ezenarro y Alejandra Acuña cumplieron con eficacia y desenvoltura en sus respectivos papeles de Elvira y Zulma, mientras que el valenciano Sebastià Peris sacó un buen provecho de su aria di sorbetto.

Joan Anton Rechi, responsable del montaje escénico, supo ambientar la obra con gracia y dotarla de fluidez narrativa. Su opción de trasladar la acción a los años 40 del pasado siglo, en un ambiente de revista musical con harén masculino, funcionó y resultó simpática, sin perjudicar con ello su desarrollo ni la coherencia dramática. Acaso, alguno de los números musicales acusó cierto exceso de sobreinterpretación coreográfica, aunque por lo general el dinamismo escénico y el trabajo actoral lograron exprimir hábilmente el jugo cómico de la obra. Hito al cual contribuyeron la plástica iluminación de Sebastián Marrero, la esquemática escenografía Claudio Hanczyc y el vistoso vestuario, con abundantes plumas y lentejuelas, de Mercè Paloma.

La Orquesta y el Coro de la Comunidad de Madrid rindieron a un espléndido nivel bajo la batuta del maestro Arrivabeni, quien concertó con buen pulso la escena y el foso y acertó a entresacar detalles de calidad de la rica partitura rossiniana.

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