Lo más interesante de estas tres conferencias es la multitud de preguntas planteadas, las reflexiones que suscita y las nuevas cuestiones que surgen. La primera de las conferencias, titulada Las fronteras del sinsentido y la tercera, Explicar lo evidente, tratan de aproximarse a la posibilidad de que la música tenga un significado aunque no transmita ningún mensaje; y la segunda, Cómo alcanzar la inmortalidad, aborda el problema de cómo se forma la tradición y pretende disipar algunos de los mitos.
Afrontar estas cuestiones, “¿En qué consiste entender la música? ¿Tiene el hecho musical algún significado?”, tiene siempre el peligro de caer en la habitual falacia de que para comprender la música hay que ser capaz de descifrar un código secreto. Comparto la afirmación de que no hay ni código, ni secreto ni de otro tipo, pero no puedo estar de acuerdo con la tesis que desencadena toda la primera conferencia ya que equipara placer con comprensión. Afirma Rosen que “sentir placer con la música es la señal de comprensión más obvia”; aunque yo me sigo preguntando si hay placer sin comprensión, y mi respuesta es afirmativa. Bien es cierto que hay que partir de algún sitio, “de un nivel más básico”, como dice Rosen, para empezar a argumentar.
Esta condición de entender la música, comprenderla es lo que le da pie para realizar un análisis de la tarea del crítico musical desde la más mordaz de las lenguas. “Si acostumbrarse a la música es la condición primera para comprenderla, no se explica de qué sirve escribir sobre ella”. Escuchar. Esa debe ser la condición primera. Y no sólo para el crítico sino también para el intérprete. ¿Y el editor debería escuchar también? Aquí tampoco tiene Rosen pelos en la lengua y, tareas como las de editor e intérprete se ven retratadas desde sus aciertos hasta sus errores. Analiza varias obras de Beethoven, Shumann y Chopin mostrándonos los puntos débiles y las fortalezas de estas profesiones. Frasecita también para los musicólogos que evidentemente provocó una sonrisa en mi rostro. Me quedo con muchas buenas frases y con la posibilidad de que el error también pueda contener certeza, y de lo maravilloso de su existencia. Si hasta el gran Beethoven escribió a su editor: “Puede reírse de las angustias de este autor. Imagínese que ayer, mientras corregía los errores de la sonata para violonchelo, cometí nuevos errores”[1].
En la segunda conferencia, partiendo de un texto de Charles Burney, se analiza la relación de la música con la cultura y con la civilización de la que forma parte. A menudo la música se apoya en otras artes, pudiendo constatar cómo la reputación de los músicos, durante los siglos XVIII y XIX se solía establecer en comparación con los poetas y de ahí que quede firmemente establecido el canon histórico. Canon difícilmente revisable e inamovible, aunque ya ha llovido desde estas conferencias y podemos constatar que esto está cambiando.
No puedo imaginar lo apasionante que fue la tercera conferencia, ya que estaba concebida en función de los ejemplos musicales propuestos que se interpretaron durante la velada y que además empieza con la mordaz afirmación sobre la dificultad de analizar música o escribir sobre su historia: “Parafraseando una famosa observación de Barnett Newmann, la musicología es para los músicos lo que la ornitología es para los pájaros”. Inteligencia, interpretación, musicología, cóctel explosivo en manos de un hombre que transita y ha sabido explorar con acierto estas cuestiones y otras relacionadas con la composición, la interpretación y la escucha de la obra de distintos compositores.
Lectura intensa y emocionante pues nos ofrece una aproximación a la música en la que tan importantes como las piezas musicales son las tradiciones en las que éstas se inscriben y se concretan así como experiencia auditiva.
[1] Carta del 26 de julio de 1809 a Breitkpf &Härtel
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