
Imagen del montaje del Teatro Real de la temporada 98/99
Las 8 funciones de entonces, dirigidas por Luis Antonio García Navarro (1941-2001), se unían a las 353 que tuvieron lugar en las temporadas anteriores al cierre del teatro, en 1925. Durante ese periodo el popular título verdiano fue el más representado en el Real, siendo Giuseppe Verdi (1813-1901) el compositor preferido del público madrileño.
En la presente temporada de conmemoraciones (los 200 años del bicentenario y los 20 años de su reapertura), el Teatro Real mira, pues, a su historia pasada y reciente a través de la reposición de Aida, uniendo a este auto-homenaje otro más simbólico a Pedro Lavirgen (1930). Este gran tenor no pudo interpretar en el Real a los personajes que lo distinguieron (como Radamès, de Aida, con el que debutó en La Scala de Milán) porque el apogeo de su brillante carrera trascurrió durante el período en que el coliseo de la Plaza de Oriente fue sala de conciertos y las óperas se representaban en el vecino Teatro de la Zarzuela.
Tal como comentó Joan Matabosch en la presentación de Aida, «es inaudito que el Teatro Real no haya vuelto a programar Aida en 20 años. Con esta Aida, celebramos que tenemos un pasado, memoria y generosidad, porque nuestro pasado es el que nos hace estar donde estamos ahora».
Con el estreno de Aida en El Cairo, en 1871, Giuseppe Verdi, sexagenario y con 25 óperas en su haber, culminaba aparentemente una carrera prolífica (que luego duraría hasta los 80 años), con una partitura muy efusiva, pero también honda e intimista, en la que afloran los temas recurrentes en su obra: el triángulo amoroso, el trasfondo político y social, la prepotencia de los dictadores, la humillación de los oprimidos, los sentimientos paterno-filiales, los celos, los amores prohibidos, la traición, la soledad, la muerte…
Desde el punto de vista compositivo, Aida también refleja la veteranía de Verdi: su dominio de la escritura vocal, (privilegiando los dúos y números de conjunto, en detrimento de las arias); la genial utilización de la orquestación para obtener efectos dramatúrgicos; la yuxtaposición de momentos de recogimiento y de esplendor; y la pericia en la articulación de grandes números corales y coreográficos con inspiradas melodías solistas, de gran aliento y profundo dramatismo.
Para el director musical, Nicola Luisotti, «Verdi era un hombre de su tiempo, y como en otras obras aparecen los grandes vínculos entre la política y la iglesia. Aida era una migrante, una mujer etiope pero se siente egipcia y si finalmente decide traicionar a su amado no es por cuestiones políticas sino por el recuerdo de su madre».
Es precisamente esta dualidad entre la espectacularidad de las escenas de masas (con el imperio egipcio, ejércitos, faraones, esclavos, sacerdotisas, invasores, prisioneros, ritos religiosos, celebraciones, etc) y aquellas, recogidas, en las que afloran los conflictos y dramas de los protagonistas, donde radica la dificultad de la puesta en escena de Aida.
Hugo de Ana opta por una producción de fuerte poder simbólico, dominada por una colosal pirámide que sugiere la magnificencia del poder político y religioso, contrapuesta a paisajes desérticos que enfatizan la profunda soledad de los personajes, que se debaten entre sentimientos, dudas y contradicciones.
Tal como comentó Hugo de Ana, «la problemática de Aida es buscar el equilibrio entre momentos majestuosos e intimistas, entre los fastos y el mundo íntimo. Verdi expone la lucha entre el poder político, el religioso y el pueblo. El público debe concentrar su atención en el conflicto dramático y hay que saber mostrar esas escenas y luego están las escenas de masas que representan el momento político en el que el poder religioso siempre está por encima».
Para la actual reposición de Aida, Hugo de Ana ha revisado la producción original de 1998, actualizando elementos escenográficos y parte del vestuario e introduciendo algunas proyecciones. «Tenemos que adaptarnos a las necesidades actuales pero no renunciar al concepto esencial de los especáculos. Hay que verla con ojos nuevos, no con ojos del pasado, presentar un espectáculo que no sea una pieza de museo, sino que sea algo vivo».
Tres repartos se alternarán en la interpretación de los papeles protagonistas de Aida, con Liudmyla Monastyrska, Anna Pirozzi y Lianna Haroutounian en el rol titular; Violeta Urmana, Ekaterina Semenchuk y Daniela Barcellona como Amneris; Gregory Kunde, Alfred Kim y Fabio Sartori como Radames; y Gabriele Viviani, George Gagnidze y Ángel Ódena, como Amonasro. Estarán secundados por el resto del elenco y por el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, bajo la dirección de Nicola Luisotti, que dirigirá su tercer título verdiano en el Teatro Real, después de sus alabadas versiones de Il trovatore y Rigoletto.
Con casi 300 artistas (entre solistas, coro, bailarines, actores y orquesta) y una escenografía ya histórica, Aida vuelve a Madrid entre celebraciones y homenajes, pero, sobre todo, trayendo al escenario del Real a grandes intérpretes, capaces de dar a la obra de Verdi su verdadera dimensión universal.
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