Ante esta situación tan complicada, si bien es una constante el rebanarte los sesos día a día haciendo equilibrios para ver como plantar la pequeña semilla musical y su significado, también encuentras pequeños trucos que hacen florecer un atisbo de esperanza: la vida es el relato del día a día y, como tal, por qué no tratar de aplicarlo a lo que nuestros queridos autores nos han estado contando a lo largo de los siglos. El cuento, la narración… cualquier recurso literario es más que válido para poder acercar un mundo que parece lejano a nuestra realidad: Qué arma más potente que la palabra, el medio para hacer volar nuestra imaginación y hacer que se conecten de manera fácil lo extraño y el pensamiento.
Partiendo de la base de que el cuento y la fábula son los medios mediante los que un niño llega a procesos cognitivos superiores, con los relatos de Martín Llade se abrió la puerta a la imaginación de mis chavales; convertirte en el autor-narrador es una osadía se vea por donde se vea, y no paro de recordarles quién es y a qué se dedica nuestro locutor favorito porque leerles un pasaje de los relatos de Llade y acompañarlos después de su música -o a la inversa como rutina de pensamiento- se convirtió desde hace un año, tras el primer volumen, en una experiencia en el aula.
Cierto es que no estamos frente a un manual para entender la música de manera visceral, y por supuesto no es una lección magistral de historia de la música. Quien escuche sus relatos en el premiado programa Sinfonías de la mañana no va a acceder a una clase de expertos ni mucho menos; simple y llanamente accedes a unas pequeñas pinceladas que ayudan a entender la emoción que pudo impregnar tal o tal pequeña obra. Y ahí está el truco que hace que estos relatos se conviertan en algo tuyo: facilitan en cierta manera la comprensión de la melodía, crea una imagen portentosa alrededor del autor, de los personajes que le rodeaban, de las ciudades por donde pasaron, de los momentos en los que se encontraban… con humor aparecen escenas cotidianas, otras veces trágicas, aparecen los intérpretes que hicieron suyas las obras, aparecen desconocidos… aparecen imágenes por doquier que invitan a escuchar la música que les acompaña: o la propia música te invita a descubrir qué hay detrás de ella mediante el relato, si no la conocías.
Con esta segunda antología tampoco volvemos a estar frente a un manual pedagógico. Si bien son esta reseña he querido exponer la experiencia en nuevos melómanos, los relatos de “Sinfonías de la mañana” son en realidad relatos sesudos y en ocasiones pueden ser difíciles de entender; algunos hay que volver a releerlos, siendo una experiencia hacerlo tras escuchar el fragmento musical y ver que el mensaje está inmerso en el sonido, aunque en su mayoría lo puedes hacer de una atacada su lectura. Lo que sí que no he podido hacer es leerlos a la vez que escucho música: me voy por otros derroteros y no logro centrarme ni en la audición ni en la lectura (cosa que no pasa cuando alguien te los cuenta, me confiesan, y tienes el CD puesto de acompañamiento).
Y el mensaje llega, claro que si. Recuerdo el silencio de hace unas semanas en clase… cerré el libro tras leerles A medio metro de tí relato que acompaña la música de Saint-Saëns y puse el CD: sonaba en ese momento Jacqueline Du Pre; al finalizar el Cisne, el silencio lo rompió un niño que se sonó los mocos; alguna risilla indiscreta también se hizo presente en ese momento, pero todos seguían en silencio cuando el mismo niño levantó la mano: “Profe, ¿la de la silla de ruedas que has contado es la del CD? qué guay…” . Abrimos un debate sobre la interpretación musical y los sentimientos.; lo enlazamos con la pintura. Les llegó la música, como pude evaluar después en la rúbrica diaria.
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