Doce Notas

‘Dante’ Trifonov o el nuevo Mefisto del piano

entrevistas  ‘Dante’ Trifonov o el nuevo Mefisto del piano

Daniil Trifonov

Poema del Éxtasis de Alexander Scriabin. Sin titubear, sin requiebros, Daniil Trifonov no esquiva la cuestión y menta a su compatriota al ser preguntado por su partitura de cabecera. Apostilla, “no es una obra pianística”. Pero bien sabemos que Scriabin fue también pianista, además de compositor y visionario. Trazar un paralelismo entre el joven intérprete y el enigmático compositor puede resultar una impostura fácil. Lo cierto es que el nombre de Scriabin sale a relucir durante la entrevista, tanto o más como el de Liszt o el de Chopin. A sus 26 años Trifonov no sólo pertenece al top 10 de los pianistas más codiciados, estamos también ante un compositor en ciernes y, a juzgar por sus ideas, un atento analista.

Reside en Cleveland, pero conserva intacta esa seña eslava de aparente frialdad, tan contrastada con el manierismo latino. Impasibilidad, que se desvanece nada más sentarse al piano. Tan pronto posa las manos sobre el teclado entra en acción su maquinaria dactilar y gestual. Persona difícilmente impresionable pero bien capaz de impresionar al prójimo. Su técnica es envidiable, Marta Argerich le encumbró en Varsovia al Olimpo y desde allí su carrera se ha convertido en un torbellino. Visita de nuevo el Auditorio Nacional, esta vez para interpretar por primera vez la Burlesca de Richard Strauss.

Su percha pianística es todo menos ortodoxa. Trifonov toca con el cerebro, con sus diabólicos dedos, sí, pero, qué duda cabe, con todo su ser. Se retuerce ante el teclado sin camuflar en lo más mínimo el trance musical. Exhibe placer y tienta la dificultad cual alpinista acariciando la caída libre bajo sus crampones. En ese desgarbo corporal, tan cercano por momentos a Glenn Gould, uno parece ver al pianista poseído. Asiduo del abismo, esteta del riesgo, esa cuerda floja tendida entre la racionalidad y la trascendencia. Los pasajes infernales suenan tan diáfanos y nítidos como un canto de serafines, como esas ráfagas de Oscar Peterson, inverosímiles, bellas, métricamente perfectas. Hay algo fáustico en su forma de tocar, sabedor de que los precipicios abundan y no hay bálsamos eternos, ni mal que cien años dure. Las emociones fuertes, aseguradas. Es lo que pasa con las montañas rusas.

Aprovechando su reciente gira por España y la presentación de su nueva grabación para DG (Chopin Evocations), entrevistamos a Daniel Trifonov en Madrid, antes del concierto ofrecido con la Orquesta y Coro Nacionales de España

En su vigente gira europea se presenta con dos obras poco habituales del repertorio pianístico. La Burlesque de Richard Strauss (Madrid) y las Variaciones sobre un tema de Chopin de Mompou (Barcelona y Alicante). Otro paisano suyo, Arcadi Volodos, es otro de los grandes defensores del compositor catalán. ¿Por qué estas obras? ¿Qué le atrae de Mompou y de la obra seleccionada?

Creo que no tengo por costumbre decantarme por las obras más populares. Me gusta explorar el repertorio. La prueba más palmaria de ello es el Concierto para cuerdas y piano de Schnittke que interpreté hace un año y medio. O, por citar otras obras no excesivamente frecuentadas, el Concierto para vientos y piano de Stravinski o el Concierto número 2 para piano de Glazunov, del que existen muy pocas grabaciones.

Así es, Volodos fue el primero quizás en descubrir Mompou al gran público internacional y podemos decir que me he unido a la liga. Con independencia del tiempo en el que fue escrita, diversas vanguardias, estilos e influencias convergen en esta obra. Mompou se mantiene fiel a la idea inspiradora, la sutilidad de su armonía hace la obra especialmente interesante. Encierra mucha ternura en sus aproximaciones, su modo de obtener las progresiones armónicas es lo que me atrae más poderosamente. Siempre hay atención a cada detalle. No hay ninguna alteración aleatoria de las notas. Todas las voces de la variación evolucionan conforme a un mismo patrón.

Su estilo es único. A pesar de su naturaleza compositiva – tema y variaciones- y sus armonías fragmentarias, la obra presenta una consistencia muy sólida. Y ello no impide que encontremos en ella un vals, una mazurca y otros géneros diferentes, fieles estilísticamente con todo al motivo de partida.

Su participación en el Concurso Internacional Fryderyk Chopin de Varsovia en 2010 (tercer premio) y los encendidos elogios de Marta Argerich catapultaron su carrera pianística. ¿Marca esa fecha ciertamente un antes y un después en la vida musical de Daniil Trifonov?

Creo que este evento constituyó en muchos aspectos el inicio de mi carrera como concertista. Había participado ya en otros certámenes, pero el que mencionas abarca un espectro de obras tan vasto que lo hacen especial. Es un circuito muy visible, en todos los aspectos y además retransmitido. Por lo general estos concursos como el de Varsovia brindan una ocasión única para ser escuchado. En ese sentido fue la primera edición de dicho nivel en la que tomé parte. Después participé en el Artur Rubinstein de Israel y en el Chaikovski de Moscú.

Hay que tener presente que el Concurso de Varsovia se prolonga a lo largo de un mes, empiezan unos 60 pianistas de los que se erige un único ganador. En mi caso me vi obligado a posponer mi Bachellor en Cleveland. Me olvidé del resto de las asignaturas y me entregué en cuerpo y alma al concurso. Sea como fuere es imposible hacer frente a todas las asignaturas, sobre todo teniendo en cuenta que uno está un mes permanentemente lejos de casa.

Háblenos de su etapa de formación anterior. ¿Qué le hizo decidirse por la carrera de pianista? ¿Algún momento concreto en el que vio claro que lo suyo era el piano?

Desde mi infancia no paré de descubrir música y más música. Pero quizás el momento decisivo llegó cuando me fracturé la mano izquierda y tuve que permanecer tres semanas sin tocar. De resultas de este reposo obligado empecé a escuchar mucha música. En ese momento fui consciente de que de una u otra forma necesitaba la música. Me percate de que había algo en lo que quería estar involucrado. Luego, al recuperarme, creo que retome la práctica si cabe más feliz.

¿Hay algún pianista, algún magisterio o algún disco que considere claves en el devenir de su formación como músico?

Disfruto escuchando a Radu Lupu, a Marta Argerich o Grigori Sokolov. Y sí, tengo una pieza favorita, pero en este caso no se trata de una obra pianística, de hecho, es una grabación orquestal. Me refiero al Poema del Extasis de Alexander Scriabin.

Por lo que se refiere a mis profesores, en Moscú estudié con Tatiana Zelikman y Serguei Babayan. Zelikman tenía una gran colección de LPs sobre todo de principios del siglo XX. Ellos fueron quienes me introdujeron en las interpretaciones de Cortot. He escuchado mucho a Horowitz, Lipatti, Sofronitski, Gieseking, Schnabel o Gould. Todos ellos, de un modo u otro, me han inspirado.

Con tanto bagaje de pianistas vivos, legendarios y cientos de grabaciones históricas, ¿dónde encuentra el intérprete motivación para tratar de superar a sus predecesores y volver a enfrentarse, por ejemplo, con Liszt?

No me lo planteo en esos términos. No intento mejorar a nadie, sino ofrecer otra alternativa. Los tiempos cambian y también la forma en la que percibimos la música. Ni que decir que cada músico tiene una visión de la obra a interpretar. Por supuesto hay una larga historia de grabaciones, pero también ellas son entre sí muy diferentes.

A nivel personal, también juega un papel importante, mi curiosidad por conocer mejor este repertorio. Para cualquier pianista constituye un reto, por sí solo, explorar estas obras canónicas, como vía de formación. Son las bases del repertorio, ya sea del clasicismo o el romanticismo. Schubert, Beethoven, Schumann o Chopin son el punto de partida para convertirse en pianista. Y sólo estudiando estas obras el pianista ya hace acopio de una rica variedad de experiencias formativas.

Sobre los grandes pianistas e intérpretes en general pesa la responsabilidad no sólo de cómo tocar, sino de qué tocar. Al armar su repertorio condicionan, con su elección, criban las obras llamadas a perdurar o a ser olvidadas. ¿Percibe el pianista esa responsabilidad? ¿Cómo afronta la disposición de su propio repertorio?

Por supuesto salen a la luz obras que son redescubrimientos. Estábamos hablando hace nada de Mompou. De un tiempo a esta parte se está convirtiendo en un compositor cada vez más popular y apreciado. Es el caso también de Nikolai Medtner o Mieczyslaw Weinberg. El grosor del repertorio se va ensanchando, pero no todas las obras son concebidas con el fin exclusivo de ser incluidas en la programación al uso de una sala de conciertos.

Me interesan muchas obras de autores contemporáneos, las cuales son difíciles de programar. La evolución de la música del siglo XX fue tan rápida que a menudo es difícil incluirla en un programa de corte romántico, por poner un ejemplo. De cara a futuros recitales, sobre todo ya pensando en la próxima temporada, me planteo programas dedicados exclusivamente a música del siglo XX. Una compilación de obras que compendie la evolución de la literatura pianística del siglo pasado, desde Berg a Stockhausen pasando por Prokofiev, Copland, Bartok o Messiaen, por citar algunos. Ya he cerrado algunos recitales de estas características de cara a la primavera 2018.

En general me gusta descubrir obras nuevas, vínculos entre unas y otras, ideas globales que sobrevuelan el conjunto de las piezas seleccionadas. Por supuesto en algunas de estas el vínculo es más explícito o reconocible, pero no siempre es así. Me gusta además incluir obras que se escuchan rara vez.

Algunos críticos resaltan su capacidad para enfatizar a la vez la luminosidad y la penumbra en una misma obra, pudiendo virar la una en la otra en cuestiones de pocos compases. ¿Coincide con esa apreciación?

Nunca he pensado en ello. Sí es verdad que intento aproximarme al compositor, intento narrar una historia. Y así es especialmente en el caso de Liszt, cuya música tiene un alto contenido dramatúrgico. No sólo una vertiente programática, sino también dramatúrgica. En muchas de sus obras subyace un plot (guión). Seguramente fue uno de los primeros compositores en explorar la sensualidad desde la partitura. Scriabin digamos que siguió la misma senda.

¿Es el romanticismo y post romanticismo el período en el que se siente más cómodo, más identificado como intérprete?

No necesariamente. Es cierto que Chopin, Scriabin y Schumann son posiblemente los compositores en los que más me he prodigado. Pero también he tocado a Bach y Mozart. No he transitado mucho por el siglo XX, pero poco a poco voy incorporando obras de este periodo.

También ha realizado varias incursiones interesantes en el ámbito de la música de cámara. ¿Cómo ha sido la colaboración con la violinista Anne Sophie Mutter?

Nos conocíamos desde hacía tiempo y surgieron con el tiempo algunas ideas, entre ellas la de llevar a estudio algunas obras de Schubert (quintetos con piano). Yo apenas había ejecutado algunas obras para piano del compositor. Empezamos en febrero y en junio tuvimos dos conciertos conjuntamente. A principios de noviembre sale a la venta el disco resultante. Incluye el Nocturno para violonchelo, violín y piano y también la Serenata y el famoso Ave María, en un arreglo que podemos considerar de cosecha propia.

También realice un disco con Gidon Kremer, de hecho, mi primera incursión en la música de cámara. Con el grabamos los tríos con piano de Sergei Rachmaninov.

¿Existe el tiempo libre en la vida de Daniil Trifonov? En caso afirmativo, ¿a qué lo dedica?

Por lo pronto, el próximo año me gustaría disfrutar de unas vacaciones, mis primeras vacaciones en seis años. Por lo demás, al viajar tan a menudo me gusta sobre todo aprovechar, cuando se puede, para visitar las ciudades que visito. Esta mañana, por ejemplo, he ido a dar un paseo por el parque de El Retiro.

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