La autora conocía la historia del músico desde niña por la proximidad de su familia con Argenta. Su madre fue alumna de Ataúlfo y amiga de su mujer, Juana Pallares. Arambarri comenzó el libro siendo tan solo una adolescente y gracias al acceso a la correspondencia entre Ataúlfo y Juanita ha podido concluir su trabajo, que ha sido recientemente publicado por la editorial Galaxia Gutenberg.
La biografía se apoya brillantemente en las cartas que intercambiaron Ataúlfo Argenta y su viuda en diferentes momentos de su relación. La personalidad de Argenta queda perfectamente reflejada en sus palabras, que sirven, a su vez, como base para contextualizar la vida del artista en la historia de nuestro país. La autora sabiamente aprovechará las palabras del músico para narrar los acontecimientos históricos más relevantes y, especialmente, los musicales, que tuvieron una repercusión directa o indirecta en la vida de Ataúlfo. El resultado es una imagen global de la primera mitad del siglo XX español y de su panorama musical.
El estilo de redacción de Arambarri es indudablemente literario. La lectura es amena, siempre alejada de la complejidad y está dotada de buen ritmo. Destaca, por encima de todo, la capacidad de la autora para aunar contexto histórico y narración en un relato sin fisuras. El único impedimento viene dado por la colocación de las innumerables notas que dispone la autora y que se encuentran al final del libro. Esta disposición acarrea un baile entre páginas algo cansino, debido al gran volumen de anotaciones.
El libro no se presenta solamente como un homenaje al artista difunto, es también un homenaje a su esposa Juana Pallares, la mujer que dio todo por él, la mujer de su vida. Como así hubiera deseado Argenta.
El preludio está concebido como una recreación a modo de pinceladas breves de la muerte del músico, que posteriormente será descrita de manera más pormenorizada en las últimas páginas de la biografía.
Ataúlfo Argenta falleció a la edad de 44 años a causa de una intoxicación por inhalación de monóxido de carbono en compañía femenina de la joven pianista francesa Sylvie Mercier. Era una fría noche de enero y la casa les recibía gélida y desapacible. Decidieron permanecer en el interior del coche con el motor encendido mientras la vivienda se calentaba. La débil salud de Ataúlfo no pudo luchar contra las emisiones de anhídrido carbónico y quedó sumido en un profundo sueño del que ya nunca despertaría.
Tras el fugaz inciso, las primeras páginas repasan la infancia de Argenta en Castro Urdiales y la relación con su familia. Su formación primigenia tuvo lugar en dicha población, donde estudió piano, solfeo y violín con Zulio Martínez y tocaba los domingos en las sesiones de cine mudo.
Ya en Madrid, terminó en tres años sus estudios en el conservatorio. En la Masa Coral de Madrid, donde Argenta cantaba de tenor para conseguir los ingresos necesarios para sustentar a su familia, conoció a quien sería su futura mujer, Juanita.
Tras la muerte de su padre y debido a la precariedad económica de su familia tuvo que vender el piano que había ganado en un concurso y trabajar como oficinista para el Ferrocarril. Argenta vivió de tocar en bares, cafés y bailes para sacar adelante a su familia. Dirigió por primera vez en marzo de 1934 en el Teatro María Guerrero con su compañero Emilio Lehmbers, con quien compartía podio.
Durante la Guerra Civil trabajó en un balneario en Pontevedra interpretando música para los huéspedes. Fue reclutado por el ejército donde estuvo en el Regimiento de Transmisiones y permaneció en la cárcel cuatro meses durante el primer embarazo de su esposa por acusaciones enemigas de pertenecer espiritualmente al bando republicano. Sobrevivió la dura represión de la guerra y fue a estudiar piano a Alemania, donde vivió su segunda contienda lejos de su familia.
Su frágil salud fue el principal motivo por el que su médico le aconsejó abandonar el piano y dedicarse a la dirección de orquesta. Trabajó con la Orquesta de Radio Nacional y posteriormente con la misma formación orquestal bajo el nombre de la Orquesta de Cámara de Madrid. Fue nombrado director titular de la Orquesta Nacional el 2 de enero de 1947.
Los restos que dejó en él la tuberculosis hicieron mella durante su carrera con épocas de anulaciones de conciertos y reposo obligado. Sin embargo, la calidad de su trabajo le convirtió en uno de los directores de orquesta más importantes de su generación. La muerte le llevó demasiado pronto, cuando la gloria y su consagración como director en los escenarios del continente americano estaba próxima.
Argenta introdujo en el país obras rechazadas por el público estancado en el pasado e impulsó los estrenos de obras nacionales. Fue un ser con unas capacidades desorbitadas para la música que cayó en el olvido súbitamente dejando a la nación en silencio. “La música en España quedó interrumpida”.
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