Doce Notas

Una jovial producción

opinion  Una jovial producción

La pietra del paragone. Cortesía Festival

El Rossini Opera Festival ha repuesto, en el escenario del Adriatic Arena, la simpática ópera La pietra del paragone, una obra de juventud que significó el primer éxito del maestro de Pesaro en el prestigioso coliseo de La Scala de Milán, hacia el otoño de 1812.

Consciente del reto que significaba debutar en este gran teatro milanés, Rossini elaboró una partitura de gran exigencia para los intérpretes, algunos de los cuales ya conocía bien puesto que habían estrenado anteriormente algunas de sus farsas venecianas. No obstante, estas mismas exigencias serían las que, como apunta el artículo del añorado Alberto Zedda, han condicionado la programación posterior de esta obra debido a la dificultad de encontrar un reparto capaz de hacerles justicia.

Afortunadamente no fue este el caso de la reciente producción pesarense, en donde la pasada noche del 17 de agosto pudimos disfrutar de un competente y comprometido elenco de solistas. Encabezaba el reparto la deliciosa mezzosoprano Aya Wakizono, quien demostró sus excelentes dotes para el repertorio belcantista en el papel de la marquesa Clarice. Después de rubricar una vigorosa cavatina de entrada, a medida que avanzó la representación, la soprano japonesa dio muestras de su dominio para la coloratura, luciendo un canto sumamente expresivo y seductor. Su pretendiente, el conde Asdrubale, fue interpretado por el cantante metrosexual Gianluca Margheri, quien para mayor lucimiento de su escultural cuerpo nos cantó su primera aria en slip. Más allá de regalarnos la vista, el bajo italiano demostró poseer aptitudes para las agilidades que exige el papel, así como para el canto silabato, aunque a menudo sus agudos (diabólicos en este rol para bajo) sonaron un poco descubiertos. Cabe tener presente que muchos de los personajes de la obra han de navegar entre pasajes más bufos y otros de carácter más serio, cosa que exige una gran versatilidad no siempre al alcance de todos los intérpretes.

Entre los personajes masculinos, lució un portentoso instrumento el Macrobio de Davide Luciano, así como el Cavalier Giocondo de Maxim Mironov, de voz más bien pequeña pero de elegante línea y firmes agudos. Espléndido también el poetastro Pacuvio, encarnado con gran empeño vocal y desenvoltura escénica por el barítono Paolo Bordogna, y muy cumplidor el Fabriozio de William Corrò. Completaron con buen oficio los roles femeninos, la Baronessa Aspasia de Aurora Faggioli y la meliflua Donna Fluvia de Marina Monzó. El coro del Teatro Ventidio Basso se sumó al buen hacer general, así como la Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI, bajo la fluida batuta del milanés Daniele Rustioni.   

Pier Luigi Pizzi siempre es una garantía en la dirección escénica y esta vez no fue una excepción, con una dinámica y bien perfilada caracterización de los personajes, supo exprimir el jugo dramático del libreto, especialmente su carácter más cómico, valiéndose del funcionalismo escenográfico de una casa racionalista.

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