
Le siège de Corinthe. Cortesía Festival
La presente edición del veterano festival de Pesaro ha repuesto tres producciones y ha impulsado un nuevo montaje del primer título francés rossiniano: Le siège de Corinthe. Un estreno firmado por la compañía catalana La Fura dels Baus, en el que el director Carlus Padrissa y la polifacética artista Lita Cabellut aunaron sus talentos.
Si bien, como es sabido, una parte substancial del material de esta ópera francesa proviene de un título rossiniano previo estrenado unos años antes en Nápoles (Maometto II, 1820), en Le siège de Corinthe Rossini se empleó a fondo en la revisión del original italiano, introduciendo una gran cantidad de música nueva y aplicándose a fondo en la reorquestación de los números reutilizados. El libreto en francés corrió a cargo Luigi Balocchi y Alexandre Soumet y la obra fue estrenada con gran éxito el octubre de 1826 en la Ópera de Paris, en pleno contexto de la Guerra de Independencia de Grecia (1821-1832), cuyo reciente episodio del asedio de Mesolingi encontró un buen paralelismo en el melodrama rossiniano.
El montaje concebido por Padrissa explota hasta la saciedad dos ideas para ilustrar la historia de los griegos asediados: el agua, como elemento indispensable para la subsistencia, y la apología del martirio, como salida épica al trágico destino. Haciendo buena, de este modo, la máxima de Tertuliano (“La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”) y como queriendo hermanar el agua (símbolo baptismal) y la sangre (símbolo del sacrificio) en un vistoso ritual escénico (con no pocas alusiones a elementos litúrgicos: incienso, pendones, procesiones, baños baptismales…), el director furero reviste el escenario con un muro de envases de agua de plástico, sobre un fondo de proyecciones ambiguas, viscosas e inquietantes made in Cabellut. Los personajes del coro y los protagonistas se mueven entre el escenario y la platea, ora portando garrafones de agua, ora estandartes con figuraciones tortuosas, con unos vestidos negros de toques vivos que permiten distinguir ambos bandos: tonalidades azules y verdes, los asediados, y rojas, los asaltantes. Un conjunto plástico y dinámico que Padrissa sabe mover con habilidad y efectismo, aunque no pueda evitar caer en algunas soluciones tediosas, como por ejemplo las prolongadas proyecciones de los versos de Lord Byron, justificadas, en tanto que ilustre protagonista de la revolución griega, aunque poco efectivas por lo excesivo de su extensión y la rapidez de su proyección. Cabe destacar por su gran calidad plástica la iluminación de Fabio Rossi.
Por lo que a la música respecta, en su conjunto pudimos disfrutar de una óptima representación. Ante todo, cabe celebrar que, después del laborioso trabajo de reconstrucción de la partitura originaria, del cual da buena fe Damien Colas en el programa de mano, hayamos tenido ocasión de escuchar una completa recreación de la obra original estrenada en Paris el otoño de 1826, poco después de que Rossini se trasladara a la capital francesa para convertirse en la principal autoridad musical de la escena gala. El equipo de intérpretes contó con la exquisita soprano Nino Machaidze, quien hizo una gran recreación del rol de Pamyra, tanto en el plano vocal, luciendo un instrumento de bello timbre, elegante línea e impecable coloratura. como en el escénico. Su comprometida escena del segundo acto (recitativo, aria y doble cabaletta) fue uno de los momentos más memorables de la velada. A su lado brilló también el Néoclès del tenor ruso Sergey Romanovsky, con sólidos y estentóreos sobreagudos y un canto de gran aliento expresivo. El Mahomet de Luca Pisaroni, a pesar de no contar con un instrumento de gran calibre, logró destacar por su calidad musical y su autoridad escénica. Algo más débil resultó la recreación del tenor norteamericano John Irvin, de canto elegante pero carente de la rotundidad que exige el rol de Cléomène. Carlo Cigni completó el reparto de protagonistas con una entregada y convincente encarnación del vigoroso Hiéros.
La Orquesta de la RAI, dirigida con sabiduría y dinamismo por Roberto Abbado (a pesar de llevar un brazo en cabestrillo) logró una feliz interpretación de la rica orquestación que Rossini elaboró para la Ópera parisina, entre la cual pudimos disfrutar también de las páginas musicales de los deliciosos ballets. El Coro del Teatro Ventidio Basso rindió a un altísimo nivel y demostró una entrega escénica absoluta.
Una esperanzadora cantera
Viaggio a Reims. Cortesía Festival
La mañana del pasado 16 de agosto, antes de la representación de Le siège de Corinthe, pudimos disfrutar de la simpática producción de la cantanta escénica Il viaggio a Reims a cargo de los jóvenes cantantes de l’Accademia Rossiniana del festival. Con una dirección escénica a cargo de Emilio Sagi, que hace de la necesidad virtud, un competente equipo de intérpretes emergentes hizo relucir esta ópera de circunstancias escrita por Rossini poco antes que Le siège de Corinthe, con motivo de la solemne coronación del rey Carlos X de Francia, para el Théâtre des Italiens de París (19 de junio de 1825).
Si bien la obra carece prácticamente de acción dramática, la dirección escénica y la absoluta entrega de los jóvenes intérpretes supo sacar todo el partido a la pequeñas intrigas amorosas que esmaltan el supuesto viaje de los clientes de un balneario a Reims, a donde no podrán llegar por falta de transporte, por lo que al final decidirán celebrar la coronación del rey en el mismo balneario. Aunque teatralmente inerte, la partitura rossiniana contiene unos números musicales muy lucidos y vistosos, desde arias y duetos a hermosos concertantes, cosa que hacen de ella una obra muy atractiva y seductora para el lucimiento de los cantantes. Entre estos, pudimos disfrutar de la exquisita Corinna de Beatriz de Sousa, quien exhibió un portentoso dominio del legato y de las dinámicas en dos exquisitas intervenciones acompañada por el arpa, así como un memorable dueto junto al Cavalier Belfiore de Oscar Oré. Este último, un joven tenor peruano de hermoso timbre y elegante canto que por momentos nos recordó a su compatriota Flórez; sin duda se trata de un talento a seguir de cerca. Giorgia Paci lució un gran dominio del canto ornamentado y la coloratura en el rol de la Contessa di Folleville, mientras que Martiniana Antonie cantó con unción expresiva el papel de la Marchesa Melibea. Completaron el cupo aristocrático la elegante Madama Cortese de Noluvuyiso Mpofu (espléndida su aria de entrada), el entregado Conte de Libenskof de Emmanuel Faraldo, el vigoroso Lord Sidney de Elcin Ruseynov, el desenvuelto Barone di Trombonok de Michael Borth, el expresivo Don Alvaro de Francesco Auriemma y el soberbio Don Profondo de Roberto Lorenzi. Entre los coprimarios cabe destacar también la notable actuación de Daniele Antonangeli (Don Prudenzio) y Valeria Girardello (Maddalena).
A parte de los solistas, gran parte del mérito de esta exitosa producción recayó en la brillante dirección musical del joven maestro Michele Spotti, quien nos brindó una lectura vitalista, enérgica, atenta a los matices y a las dinámicas, y de una impecable concertación entre la escena y el foso. A sus ordenes respondieron con gran empeño los músicos de la Filarmónica Gioachino Rossini.
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