Doce Notas

Extraterrestre

Grigory Sokolov, piano, al Festival de Torroella de Mongri

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Grigory Sokolov © M.Artalejo

Para aquellos que se perdieron su actuación el pasado febrero en el Palau de la Música Catalana o para quienes no les importe escucharlo repetir el mismo programa – que no serían pocos, puesto que con él cada concierto resulta irrepetible-, el Festival de Torroella de Montgrí acogió, el pasado 8 de agosto, uno de los recitales de la actual gira del pianista Grigory Sokolov. Una actuación que puso de relieve ante el público ampurdanés el milagroso prodigio musical que obra el intérprete ruso al piano.

Sobre la base de un programa centrado en el repertorio clásico (Mozart y Beethoven), Sokolov desplegó su magisterio musical para ofrecernos una profunda y particular lectura de cinco escogidas obras pianísticas, piezas en las que el pianista ruso destiló una articulación de precisión quirúrgica y una unción expresiva que desafían el límite de lo terrenal. Lo que en otras manos sería una más o menos ajustada ejecución, en las suyas deviene una milagrosa exhalación en donde virtuosismo técnico, profundidad expresiva y vigor temperamental se funden en un prodigio interpretativo sin parangón.

Abrió el concierto la sonata mozartiana en Do mayor KV 545, una obra habitual de los programas académicos para estudiantes, aunque, no por su simplicidad técnica, deja de ser una jugosa joya a la espera de alguien que sepa bruñirla. Ya desde su primer movimiento, Sokolov supo exprimir la jovialidad delicada e infantil de la pieza, con unos tiempos amplios y ligeros, nunca apresurados, primando en todo momento la claridad en la articulación, la elegancia en el fraseo y el equilibrio en las dinámicas. Al carácter grácil de esta primera obra siguió una página de mayor calado dramático: la Fantasía en Do menor KV 475. Una pieza en la que Mozart nos abre las puertas al movimiento prerromántico del Sturm und Drang y en donde las modulaciones tonales fluctúan dando lugar a un juego de luces y sombras que el veterano pianista sabe explotar con sutilidad, temperamento y sin estruendo, explorando las divagaciones mozartianas con un halo de misterio e inquietud. Del mismo maestro y de un carácter similar, cerró la primera parte del programa la Sonata en Do menor 457, abordada así mismo por Sokolov con rigor y personalidad, apurando la gravedad de su pulso dramático y recreándose en la pureza de las ensoñadoras melodías mozartianas del Adagio central, antes del impetuoso final que nos abre ya las puertas al espíritu beethoveniano de la segunda parte.

Dos sonatas en tonalidad menor del catálogo de Beethoven, la núm. 27, Op. 90, en Mi menor y la núm. 32, op.111, en Do menor, dieron cuerpo a la segunda parte del recital pianístico. En la primera, el intérprete ruso desplegó con gran fluidez la suntuosidad discursiva que le caracteriza: austeridad no exenta de ímpetu dramático y un impulso retórico capaz de alumbrar los más profundos repliegues de la partitura. La segunda sonata, la última que concibió el maestro de Bonn, ahonda en un discurso divagatorio y tumultuoso en el que Sokolov se sumerge como pez en agua para extraer reveladoras y acuciantes sonoridades de sus profundidades. Una exposición que tras la diáfana presentación de los temas fugados del primero de los dos movimientos, se deslizó por las variaciones del segundo tiempo con una fluidez fulgurante, vitalista y resplandeciente, antes de encontrar su serenidad conclusiva.

Una serenidad que se prolongó escasos segundos, dando lugar al estallido de un público extático y totalmente poseído por un fenómeno musical estratosférico. La euforia del auditorio contrastaba con la habitual parquedad del maestro ruso en sus saludos, aunque su milagro expresivo obró de nuevo al retomar el piano para ofrecer hasta tres propinas: Schubert, Chopin y Rameau.

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