Doce Notas

El bufón regresa al Liceu

opinion  El bufón regresa al LiceuLa pasada tarde del 2 de abril, Àngel Òdena asumía el rol protagonista después de que lo hicieran con gran éxito los laureados Carlos Álvarez y Leo Nucci en días anteriores. Y, a pesar del gran reto que significa debutar este papel alternándose con tan ilustres colegas, la recreación del cantante catalán fue francamente excepcional. Sólido, incisivo y robusto, su Rigoletto fue cantado con gran aliento expresivo y autoridad escénica, en una interpretación que, como en general el resto reparto, fue de menos a más. La escena del segundo acto frente a los cortesanos y el final con su hija moribunda alcanzaron cuotas casi antológicas, destacando también la intensidad dramática de sus airosos y parlando.

La cantante granadina María José Moreno dio cuerpo a una Gilda de canto refinado y delicado. Si bien la suya es una voz pequeña, posee homogeneidad y esmalte en toda la extensión de su tesitura, así como una gran ductilidad canora, capaz de hacer brillar tanto las frases más melosas como las agilidades más comprometidas. Memorables su interpretación del “Caro nome” del primer acto y las tiernas intervenciones de sus duetos. Completó el trío protagonista el tenor siciliano Antonino Siragusa como Duque de Mantua, el cual también debutaba papel en el escenario catalán. Si bien sus intervenciones del primer acto, aunque bien cantadas, estuvieron faltadas de la voluptuosa frivolidad que da aliento al personaje, después del descanso, y sobretodo en el tercer acto, su simbiosis con el libertino aristócrata fue absoluta. Su dominio del repertorio belcantista se impuso con un canto elegante sinuosamente elaborado.

A menudo el rol de Maddalena es relegado a cantantes secundarias, pero no fue este el caso: Ana Ibarra fue una femme fatale de voz carnosa y sumamente seductora que contribuyó en gran medida a realzar las primeras escenas del tercera acto. No podemos afirmar lo mismo del Sparafucile de Enrico Iori, de voz no siempre bien timbrada y mucho menos desenvuelto en las tablas. Entre el magnífico reparto de coprimarios, fue un lujo la Giovanna de Gemma Coma-Alabert, así como también el Marullo de Toni Marsol. Más desdibujado, sin embargo, resultó el Monterone de Gianfranco Montresor. El resto cumplieron sobradamente.

La batuta del maestro Riccardo Frizza supo concertar hábilmente el foso y el escenario, imprimiendo buenas dosis de ímpetu dramático en algunas escenas, como por ejemplo la de “Cortigiani, vil razza dannata”. La orquesta del coliseo respondió con eficacia y pulcritud a sus indicaciones, así como también el coro masculino titular.

La producción escénica pudo verse unos años atrás en el Teatro Real de Madrid. De tintes un tanto caravaggescos, apuesta por contrastar los colores cálidos más encendidos con el negro y el fondo oscuro. El vestuario (Sandy Powell), inspirado libremente en la estética renacentista, es la principal fuente cromática de un montaje cuya escenografía minimalista (Michael Levine)se articula gracias al movimiento de una plataforma cuadrangular. A penas una esbelta escalera, en el primer acto, y unas luces de neón, le bastan a Monique Wagemakers para ilustrar la acción dramática, logrando soluciones efectivas, especialmente en las escenas de grupo de la corte. De no ser por la lluvia a la salida, una velada redonda.

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