Doce Notas

Un Beethoven que levanta al Palau

opinion  Un Beethoven que levanta al Palau

Iván Martín

En programa dos de sus magníficas sinfonías y el Concierto nº 3 para piano y orquesta en do menor. Un atractivo que no dejó indiferente al público, que minutos antes ya esperaba impaciente la apertura de puertas. Más si cabe con el cartel de la tarde, presentando al pianista canario de actualidad Iván Martín, y como no a la emblemática Orquesta de Valencia, al frente de la cual subió su director titular Yaron Traub, en el que quizás sea uno de sus últimos conciertos.

En el programa se ofrecieron dos primeras obras del clasicismo heredado de los maestros Haydn y Mozart, por un lado la Sinfonía nº 1 en do mayor op. 21, y para cerrar esta primera parte se escuchó una exquisita interpretación del Concierto nº 3 para piano y orquesta en do menor, op. 37. Ya en la segunda parte pudimos disfrutar de una Sinfonía nº 7 en la mayor op. 92, mucho más madura y luminosa, con gran fuerza, y donde brilló la orquesta con todo su esplendor.

Sin duda alguna el reclamo de la tarde estaba servido, un joven y afamado pianista español y dos sinfonías de las que ponen el Palau en pie. En el concierto se dieron cita numerosos profesores y estudiantes de piano, atentos por escuchar uno de los conciertos más significativos para el instrumento, y de seguro que no quedaron defraudados por la interpretación de Martín.

En la primera de sus sinfonías, el compositor germano asombra al público vienés por su tratamiento de la tonalidad, acordes disonantes, arriesgados tutti secos en fortísimo, en definitiva un revés a la función tonal. El arriesgado inicio del Adagio molto estuvo marcado por una afinación difícil en las maderas, que supieron salvar los avezados profesores de la Orquesta de Valencia. No obstante, poco a poco, la formación se repuso, sonando en plenitud en los doce compases que afirmaron la tonalidad principal en do mayor y el primer tema de los violines, dando paso al Allegro con brío, y cerrando este primer movimiento que fue sin duda muy musical y que demostró una orquesta en su sitio, mostrando un Beethoven clásico y cuidado.

El segundo movimiento, Andante cantabile con moto, en fa mayor, fue delicadamente interpretado por la orquesta, que mantuvo un interés constante del público sin decaer en su musicalidad, cuidando cada detalle, desde las entradas imitativas en estilo escapado hasta la gran belleza que imprimió la flauta, con gran flexibilidad melódica, sobre el manto rítmico del timbal.

El Menuetto empezó juguetón y gracioso, en una armoniosa contención clásica, bien enmarcado en su estética del primer Beethoven. Sin embargo, hubo momentos de melenas al viento, perdiendo esta moderación que minutos antes había sido digna de elogio. Por último, el Finale hizo despertar al Palau, destacando por su energía, con una calidad, una sonoridad y unos planos, que despertaron el interés del oyente, avivando la atención del público. Cabría alabar la dificultad que tiene despertar en un público melómano el atractivo por la música de Beethoven, acostumbrados a su escucha más que habitual en las salas de concierto. El viernes pasado pudimos sentir algo de nuevo en esta interpretación por parte de la veterana formación.

En una inusual programación, que hizo extensa esta primera parte de concierto, se escuchó el Tercer concierto para piano y orquesta. El público pudo apreciar las dotes del pianista grancanario Iván Martín (1978), que encantó por su exquisito gusto, de una transparencia clásica totalmente dentro del estilo.

El Allegro con brío presenta en la cuerda el tema contundente, con contestaciones de oboes, clarinetes y trompas, que en esta ocasión acompañaron a la perfección al solista. Pudimos ver a una orquesta despierta, centrada en su labor de arropar a un pianista que brilló por su pulcritud al teclado, con nítida demostración virtuosa con la mesura que el compositor reclama. El Largo igual pecó de lento y de afinaciones delicadas en el final del mismo por parte de los vientos. Sin embargo, esto quedó relegado a un segundo plano ante el despliegue de musicalidad entre el solista y la orquesta, quedando los sentimientos descubiertos a flor de piel. Para terminar el tercer movimiento en un brillante Rondó, que destacó por rotundo y conjunción de los elementos. Todo estuvo en su correcto sitio, a pesar de los diferentes tempi en algunas de las entradas del pasaje en fugato, que hizo tambalear el magnífico conjunto que se presentaba. La orquesta se creció y demostró su respeto hacia el pianista, con un cuidado diálogo y se adaptó a la música que fluía del canario.

Tras esta agotadora primera parte, el conjunto valenciano abordó una Séptima sinfonía, valedora del romanticismo beethoveniano, que impregnó de fuerza, en ocasiones en exceso, el auditorio. En el primer movimiento las maderas demostraron un trabajo muy elaborado y un conseguido pase de motivos. También hubo ocasiones en las que la intensidad parecía deshincharse, poniendo de manifiesto la dificultad de mantener el vigor en esta música. En el Allegretto, de un acertado dramatismo, contrastaron de forma perfecta las modulaciones en tono jocoso, pese a los momentos en los que los graves sonaron demasiado fuerte, sobrepasando el diálogo con la melodía. El Presto se inició grandioso, con carácter marcado y contrastado con los juegos de las maderas, en algunos momentos llevados por el amaneramiento, pero que gustaron sobremanera al público. Y por último el Allegro con brio, una apoteosis en su justo sitio, que sin embargo hizo perder la mesura en los matices, rozando además tiempos vertiginosos.

La velada fue magistralmente dirigida por Yaron Traub, de memoria y sin tarima, que se movió libremente por el escenario entregándose a sus músicos en cada movimiento. En definitiva, un concierto que el público disfrutó y agradeció con una entusiasta ovación, un Beethoven que levantó al Palau y resurgió reconvertido en fresco, en nuevo, inmanente.

 

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