No es sencillo resumir lo que ha representado José Luis. Tan difícil como para que las primeras noticias de su muerte se limiten a indicar que presentaba los Conciertos de año Nuevo, era responsable del mítico programa de Radio Clásica “El mundo de la fonografía”, había escrito sobre Mahler y… poco más.
Pero José Luis era mucho más, tenía una presencia poderosa desde hace más de cuarenta años. Recuerdo haber leído de joven un artículo suyo sobre Pierre Boulez que me deslumbró. Yo era apenas un adolescente, pero él, que solo tenía dos años más que yo, no debía ser mucho mayor, todos crecemos a la vez. En esos años, hablo de los sesenta y los setenta, Pérez de Arteaga escribía cosas prodigiosas sobre música clásica, y llegaba hasta la contemporánea, que era lo que me interesaba a mí. Pero era también cambiante; como una suerte de “El gran Vázquez”, capaz de lo mejor y de las espantadas más pintorescas.
Pero lo que siempre fue una constante era su descomunal encanto, teñido a veces de picaresca y de una postura de cigarra que chocaba con el entorno mortecino y gris de la música clásica. Su voz en la Radio ha marcado a varias generaciones de oyentes, prodigiosa, segura y erudita, sin provocar en el oyente sensación de inferioridad; tenía ese arte de comunicar cosas complejas haciendo ver que eso era lo normal.
Pero los que lo hemos conocido con la voz unida al cuerpo, ese cuerpo “orsonwellesiano”, no podemos dejar de pensar en él en su totalidad. Son inolvidables para quien esto firma los largos años del Festival de Alicante que dirigí, en los que la fiel presencia de Radio Clásica siempre tomaba cuerpo en José Luis, incluso cuando el conductor fuera otro buen amigo.
Recuerdo un año en que mi asistente y yo estábamos preparando el Festival en Alicante un par de semanas antes del inicio, días de calma y sosería antes de la tempestad del Festival. Suena el teléfono del hotel y era José Luis, había heredado una cantidad y se había ido a Alicante a pasar unos días de vino y rosas. Como éramos sus únicos conocidos allí, el detalle era tan entrañable como halagador. Por supuesto, nos invitó a todo lo que pudo esos días de abundancia. Al año siguiente, allí estaba José Luis, como siempre, pero, ¡ay! con la modestia habitual que él vivía a lo grande, como un marqués de Leguineche.
Como profesional, siempre me cabreó que no escribiera en todas las ocasiones como él sabía hacerlo. Pero, ¡qué más daba! Nos contaba historias, como que se encontraba con Javier Solana en un ascensor, cuando era Ministro de Cultura, en la prehistoria, y el joven león socialista le decía: “¿Eres el famoso José Luis Pérez de Arteaga?” ¿Cómo olvidar una cosa así?
Seguro que sus amigos, que son legión durante más de cuarenta años de andanzas, tendrán anecdotario para cubrir mil historias. Yo no puedo olvidar una, José Luis era aficionado a las bromas y los chistes, tenía esa sublime inteligencia que siempre he admirado en él y en otros (pocos en este país hipertenso). Un día, en análoga y luctuosa situación, José Luis me dice: “¡Últimamente se está muriendo gente que no se había muerto nunca!” ¡Grande, Pérez! ¡Muy grande! Tú tampoco te habías muerto nunca, pero una sola vez ha bastado y el inmenso hueco que dejas no sé si lo veré sustituido. Radio Clásica llora, claro. Otros miramos con mayor tristeza una vida que no será la misma. El Concierto de Año Nuevo se puede ir al infierno; “El mundo de la fonografía” se podrá reconvertir en el mundo de podcast; el Festival de Alicante ya solo lo recuerdan algunos nostálgicos, pocos; pero el estilo y la gracia de aquel que nos disputaba una croqueta en un cóctel con el salero de un aristócrata de la vieja Europa, eso no tiene sustituto.
Para Almudena, su viuda, poco consuelo puede quedar antes de que el olvido haga eficazmente su trabajo. Todavía recuerdo su boda como si fuera ayer. En todo caso, no tengo nada que decir que vaya más allá del título de este blog: Almudena ¡siamo forti!
Puede escuchar su último programa de El mundo de la fonografía aquí
____________________________