Doce Notas

La suciedad del entretenimiento

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D.Q. Don Quijote en Barcelona

Hablaba en este texto Turina de una agria felicitación navideña que había enviado por correo electrónico a su lista personal de contactos (a sus amigos, en suma) y en la que deslizaba una amarga constatación relativa a que el ya pasado IV centenario de la muerte de Cervantes y Shakespeare se había deslizado ignorando entre nosotros dos de sus obras más destacadas, dedicadas a sendos escritores. Turina hablaba de una dosis de veneno en su texto. Quizá la diferencia entre amargor y veneno se sitúe justamente en la dosis.

Naturalmente, el compositor madrileño tiene tanta razón como derecho a expresar esa incongruencia que lleva a exigir a nuestros creadores esfuerzos de inventiva máximos que luego se aparcan inmisericordemente. Las dos obras que Turina cita no son poca cosa: la ópera D.Q. (Don Quijote en Barcelona), que se estrenó en el Liceu de Barcelona en el año 2000 con un sobreesfuerzo de producción que llevaba el sello de la Fura dels Baus, cuando este colectivo aún no sabía o quería medirse a la hora de disponer de recursos escénicos.

La ópera fue un espectáculo grandioso y un éxito notable, solo ensuciado por algunas disonancias que parecían reclamar que el compositor hubiera sido catalán. Se anunciaba que sería llevada a más de un teatro nacional, al menos. No se hizo y el enorme esfuerzo de todos (Turina, músico, Justo Navarro, libretista, la Fura, los intérpretes…) quedó en fuego de artificio. Luego pasó 2004 (centenario de la primera edición de Don Quijote), 2014 (centenario de la segunda edición) y, finalmente, 2016 (centenario del fallecimiento del escritor), y nada de nada. Se podría añadir que suerte similar corrió la magna ópera de Cristóbal Halffter, Don Quijote, estrenada un año antes en el Teatro Real de Madrid.

José Luis Turina cita también sus Cuatro Sonetos de Shakespeare, estrenados en 2008 por la Orquesta de la RTVE, con Leaper dirigiendo y el sopranista Flavio Oliver como solista. Tampoco esta obra inmersa de lleno en el centenario ha sido solicitada.

Este vacío no es una cuestión personal contra un compositor muy querido, es más bien un síntoma de un hueco cultural que merece más de una reflexión. Turina eleva el tono de su queja hasta los “profesionales” de la información. Es lógico comprender el lamento del compositor, pero resulta difícil compartir una queja que se dirige a un sector seguramente colapsado, por no decir zombi.

En realidad, el tono de la reclamación de José Luis Turina remite a una situación especialmente dramática: nuestra sociedad (hablo, de momento, de la española, pero no tendría problemas en extender el ámbito bastantes fronteras más allá) ha perdido por completo el enlace con décadas de esfuerzos empleados en articular esa cosa tan sutil y delicada como es la autoestima cultural. De hecho, toda la “celebración” del año Cervantes-Shakespeare no merece otro calificativo que el de mediocre, se mire como se mire.

Pero, ¡ay!, ojalá se tratara solo de Cervantes-Shakespeare. Parece que la doctrina del “shock”, situada en lo cultural, ha dejado catatónicos a todos (o casi) en un país aterrado por la ausencia de futuro y, en consecuencia, afectados por el olvido del pasado y el vértigo del presente. ¿Cervantes? ¿Quién es ese?

Podemos desmenuzar hasta el miligramo el despliegue de estulticia que se desprende de un estado de catalepsia generalizada; pero el detalle fino no nos va a ayudar a entender el fenómeno de apatía y desinterés que se asocia a una crisis que ya es letal para autoconfigurarnos como sociedad. Decía ayer mismo el escritor David Torres en su blog del diario digital Público: “El concierto de Año Nuevo quintaesencia de los peores vicios de esa etiqueta falsamente llamada música clásica. […] Considerar la enésima repetición de los regüeldos de Léhar, Nicolai y los Strauss la cita más importante o esperada del año en este terreno demuestra hasta qué punto la música clásica está embalsamada, en coma o fuera de juego.”

Concluye Turina proclamando su derecho a sublevarse. Él habla de lo suyo, claro. Pero tiene razón, si cada uno se sublevara por lo suyo dispondríamos de un ejército más temible que el de Espartaco.

 

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