Doce Notas

Una Elektra esencialista y antológica

opinion  Una Elektra esencialista y antológica

Elektra © A. Bofill

Chéreau, lejos de explotar arquetipos o de recrearse en la inmundicia, aborda Elektra desde la perspectiva humana, intenta profundizar en el pathos que mueve a los personajes, especialmente los femeninos, dotándolos de sensibilidad y una palpitante humanidad. La suya es una mirada sobria pero penetrante, que perfila cada personaje con una entidad dramática de carne y hueso, sobre la base de un escenografía y una iluminación que nos retrotraen a los escenarios rurales de la Italia meridional. Un dramatismo que quiere captar la fuerza psicológica que mueve y retuerce el alma de estos trágicos personajes, depurando la acción de convencionalismos y captando la esencia interior que los agita. Labor a la cual contribuyeron, en gran medida, el extraordinario reparto de intérpretes, los mismos que justamente habían debutado el estreno de esta producción en Aix-en-Provance y que nuevamente, y por última vez, hicieron las delicias del público liceísta en las cinco representaciones que celebraron en la capital catalana.

Además de excelentes actores, brillaron también todos ellos en el arte canoro. La inmensa Elektra de Evelyn Herlitzius probablemente no tenga hoy día parangón en la escena internacional. Toda ella es un derroche de energía pura, servida con una intensidad canora realmente apabullante, electrizante. Poseedora de un poderoso instrumento, rico en metal y homogéneo en su amplia tesitura, la soprano germánica lo explota con gran habilidad dramática e intensidad expresiva, construyendo un personaje de alto voltaje dramático que desató el entusiasmo del público al finalizar la representación. A su excelencia se sumaron la deliciosa y arrebatadora Chrysothemis de Adrianne Pieczonka y la colosal e incisiva Klytämnestra de la histórica Waltraud Meier. Un trío femenino realmente antológico que logró encabezar una de las versiones más logradas de esta obra cumbre straussiana que se hayan podido escuchar y ver este decano escenario operístico.

Completaron el reparto con gran solvencia el vigoroso Orest de Alan Held y el noble Aegisth del tenor Thomas Randle. Compartió escenario con ellos, a sus noventa y dos años (¡!), una auténtica leyenda viva: Franz Mazura, en el papel de preceptor de Orest. A su vez, cabe aplaudir sin reservas el espléndido papel desarrollado por el conjunto de sirvientes (Florian Hoffmann, Mariano Viñuales, Bonita Hyman, Silvia Hablowetz, Marie-Eve Munger, Roberta Alexander, Mariel Aguilar, Olatz Gorrotxategi, Carmen Jiménez i Helena Zaborowska), así como también el de Renate Behle como Zeladora y confidente.

Con todo, no solo las voces brillaron en esta producción, sino que la orquesta titular del teatro, bajo la batuta de Josep Pons, exhibió toda su musculatura y capacidad incisiva en una ejecución que rozó la excelencia. Si a estas alturas alguien tenía aún dudas acerca de la gran labor que el director catalán está llevando a cabo al frente de la orquesta del Liceu, con la memorable interpretación de estas páginas straussianas sus méritos artísticos se impusieron a prueba de sordos. Desde el primer compás, Pons supo sostener la tensión y el pulso dramático que palpita en la partitura del maestro germánico, desplegando un sonido compacto y lleno de matices, en íntimo diálogo con las voces, sacando a aflorar del foso las intrincadas pulsiones psicológicas que mueven el destino de los personajes. Un interpretación instrumental digna de cualquier coliseo que se precie y que, junto a las voces y la producción escénica (repuesta por Vincent Huguet), coronó musicalmente este 2016 con broche de oro.

Nota al margen. Por segunda vez en esta temporada, los programas de mano se agotaron antes de la última función. Nos consta que varios abonados han escrito a los Reyes Magos de Oriente para que el próximo 2017 provea al Liceu de una mayor abundancia. Confiemos que hayan sido lo bastante buenos para que sus deseos se vean cumplidos.

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