Doce Notas

Refracciones y reflexiones de un saxofonista llamado Wayne Shorter

Shorter © Boguslaw Beszle

Shorter © Boguslaw Beszle

opinion  Refracciones y reflexiones de un saxofonista llamado Wayne ShorterAl igual que Donostia, Wrocław apura sus últimas semanas de capitalidad cultural europea. La sala sinfónica del Narodowe Forum Muzyki no podía tener mejor puesta de largo que la deparada por 2016. En los últimos 11 meses la amplia explanada que conduce al coloso caoba ha sido hollada por nombres mayúsculos de la interpretación como Gardiner, Lang Lang o Eschenbach.

A las puertas mismas del flamante auditorio comienza el incipiente kilómetro cero de su particular Hall of Fame. Metros cuadrados no le faltan, ni faltarán, a la alfombra pétrea. A juzgar por su reserva de suelo, el susodicho paseo de la fama promete un historial extenso, secular. A fecha de hoy sólo cuatro maestros inmortalizados, entre ellos, el excelso saxofonista Wayne Shorter. Junto a su rúbrica consta tan sólo la fecha del concierto: 18.11.2016. Una fecha que a buen seguro no olvidarán muchos de los aficionados al jazz y sobre todo los integrantes del Lutosair Quintet +.

La última gran cita jazzística del año nos devuelve a Shorter, viejo conocido del público breslavo y a su inmenso cuarteto acompañante. Danilo Pérez, inseperable escudero de Shorter, ha sabido forjar a su vera una de las trayectorias pianistícas más sugestivas de las últimas décadas. Institivamente Shorter busca respaldo a su vez en el recodo imprevisible del Steinway. Aunque sobre el escenario se dan la espalda y varios decenios los separan, Shorter y Pérez parecen adheridos el uno al otro. Octogenario y pupilo, comparten duende. Con eso está todo dicho.

Wayne Shorter sigue siendo un chaval. Quien tocara con Art Blackey y Miles Davis presume de una sonrisa envidiable. Hoy desde la cátedra de taburete, que le otorgan millares de jams ejerce de primus con afable semblante. Sin protocolos ni grandes alardes el saxofonista y su cuarteto entraron el Forum Narodowe Muzyki como cualquier grupo telonero. El estreno de The Unfolding se repartió en tres suertes. La primera para entendidos, la segunda para los avanzados y la tercera (la premiere en sí) para todos los públicos.

Debussy, Ravel y, por qué no, Falla son nombres recurrentes que suelen mentar los jazzmen consagrados. Y es que los grandes del jazz no han restado nunca indiferentes al influjo del impresionismo finisecular. Quizás radique todo ello en esa disolución de la estructura rígida, de los movimientos, del yugo de la forma sonata. Esa música liberada de moldes previos, de compartimentos estancos, tendió puentes invisibles a principios del XX entre Viejo y Nuevo Mundo, entre la vanguardia parisina oficial y la bohemia norteamericana de bajos fondos. No nos extrañe luego que, un siglo después, muchos jazzmen rindan aún sutil culto a los compositores mencionados. Hasta cierto punto pueden considerarse sus epígonos lejanos. El impresionismo en música, al igual que en pintura, tendió a diluir las formas, primó la mancha al reborde. Y, ¿qué es el jazz sino un borrón repensado? Brochazos y puntillismo, frente al trazo primoso, el controno lineal de Ingrés en la partitura.

Shorter © Boguslaw Beszle

En la primera suerte se sumergió el Wayne Shorter Quartet en una nebulosa estática de más de media hora. Expansivas bocanadas, primando la dimensión armónica a la discursiva. Danilo Pérez exhibió su sabiduría cromática. Huyendo de los virtuosismos, que acostumbran a levantar aullidos en los clubes, Shorter y los suyos dosifican las notas para trascender el sonido, no tanto para desbocar al respetable .

La cuadrilla activó el metrónomo en la segunda parte y se dejó llevar, eso sí, sin llegar a galopar del todo. Más breve que la primera incursión, la elegancia de la percusión rítmica (el bajista John Patitucci meticuloso y exquisito, Brian Blade batería de neurona sensible más que de bíceps) se enzarzaron en sucesivos careos e intercambios con la dupla Shorter-Pérez. Sí la primera parte sonó impresionista, en la segunda pudimos intuir entre líneas a Webern o Berg en sus disquisiciones.

Siempre se magnifica el rol de la improvisación en el jazz, ahora bien a menudo la verdadera improvisación escasea, o de aparecer mas valdría a veces contenerla. La del cuarteto Shorter es una inventiva by doing aquilatada, donde no faltan desplantes, cesión de patata caliente y retos mútuos. El saxofonista exprime a sus aparceros, al objeto de sonsacarles hasta el último compás de creatividad. Hace como que no va con él la cosa y cuando debiera tomar el testigo, se declara en huelga indefinida y, apoltronado en el taburete, observa entre jocoso, pillo e intrigado cómo se las ingenia el solista de turno para llenar ese vacío y lidiar con el silencio no previsto. Shorter todavía no autoriza el cambio de suertes. El maestro ejerce de sabio observador. Sin impacientarse, dilata el tiempo y deja que todo caiga por su propio peso.

El jazz, como un reflejo en agua erizada, no gusta de contornos claros y estancos. Todo se muestra borroso en superficie, descoyuntado, descompuesto, cuarteado por ráfagas de viento cambiante. Las tapas del piano, espejo negro por excelencia, en cuya sinuosa silueta se distorsionan los músicos. El latón altamente tatuable; en su piel se refracta todo el escenario presente. Los destellos barnizados del contrabajo que ciegan al oyente a intervalos irregulares y el armazón de la batería, platos incluidos, soporte que emite señales de luz a diestro y siniestro. Lo dicho: reflejos que invitan a la reflexión.

Y llegamos así a la tercera parte, a la apoteosis de The Unfolding (encargo a cuatro bandas de The John F. Kennedy Center for the Performing Arts, el Opening Nights Performing Arts de Florida State University, el Monterey Jazz Festival y el Narodowego Forum Muzyki de Wrocław). Para la ocasión el NFM’s Brass Quintet se reforzó hasta convertirse en big band. Con el permiso de maestro Shorter (Wayne se llevó los dedos índice y corazón a sendos ojos, como diciendo “te sigo”) Radosław Labahua dirigió la primera audición mundial de la obra.

The Unfolding (algo así como la revelación), recurrió al gran formato en su vocación de colofón. Escena final del gran tríptico jazzístico de la velada, que empezó con aires austeros y concluyó contagiando entusiasmo. Esto es, la revelación solo puede entenderse en son positivo. Del embrión íntimo del cuarteto, a su progresivo engranaje y posterior culminación en clave big band. Para este último tercio, Wayne amarró el saxo soprano y nos obsequió con algunas frases prístinas, suficientes para que a uno se sienta obligado a amar de por vida dicho instrumento.

Con el público entregado, concluyó Shorter su masterclass en Wrocław. A buen seguro que el año próximo harán lo posible para que vuelva al Jazztopad. A la espera de un nuevo noviembre (listopad: noviembre en polaco) su caligrafía inmortalizada preside ya el acceso a la nueva catedral musical de Wrocław.

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