Doce Notas

Un Macbeth en blanco y negro

opinion  Un Macbeth en blanco y negro

Macbeth © A. Bofill

Ya en sus obras de madurez, Mozart había explotado con magistral acierto la caracterización psicológica de sus protagonistas desde un punto de vista musical, aunque lamentablemente sus sutiles aportaciones en este terreno no tuvieron continuidad. Habremos de esperar hasta mediados del siglo XIX, cuando, contagiado por los primeros brotes  de las corrientes realistas, Verdi superará los estereotipos del primer melodrama romántico y alumbrará auténticos dramas musicales con personajes de carne y hueso. Gracias a su aportación, la dimensión humana invadirá la escena operística italiana y alumbrará el camino de las futuras generaciones veristas.

La primera ópera en donde podemos apreciar de forma evidente las aportaciones del maestro italiano en este terreno es en su versión del Macbeth shakespeariano, obra escogida para inaugurar la presente temporada operística en la capital catalana. Verdi aborda la obra del poeta británico con una partitura de incisiva profundidad dramática que se vuelca en el realismo psicológico de los personajes, especialmente en la fatídica pareja protagonista de los Macbeth. Es célebre, en este respecto, la insistente correspondencia del compositor reclamando intérpretes que se ajustaran a las características dramáticas y musicales de sus personajes. Un propósito que, en el caso que nos ocupa, el Gran Teatro del Liceu parece haber atendido puntualmente en esta nueva coproducción del clásico verdiano –  un título que, en el coliseo barcelonés,  acumula ya más de un centenar de representaciones desde su primer estreno, el primero de julio de 1848-.

En la undécima y última función de esta coproducción proveniente del Grand Théâtre de Genève, pudimos apreciar la magnífica recreación que el cotizado barítono Ludovic Tézier hizo del rol titular. Éste era su debut del personaje y el resultado no podía ser más alentador. El suyo fue un Macbeth de elegante línea,  intensamente cantado y, aunque en algunos momentos se echara en falta mayor dosis de maldad, de notable autoridad escénica. Sus memorables intervenciones del tercer y cuarto actos culminaron con una magistral y ovacionada aria expiatoria. A la par, la soprano austríaca Martina Serafin debutaba el rol de Lady Macbeth, exhibiendo un poderoso instrumento y dando muestras de un dominio magistral de las tablas escénicas. Aunque sus medios vocales no fueron holgados en las agilidades del registro agudo, la incisiva intensidad de su zona central y su autoridad en el escenario lograron una emotiva encarnación del malévolo personaje.

Excepcional y rotundo estuvo el imponente Banco del bajo Vitalij Kowaljow, ofreciéndonos algunos de los pasajes de mayor volada canora de la velada. El Macduff de Teodor Ilinco, quien sustituyó al indispuesto Saimir Pirgu, fue resulto con dignidad y entereza, así como también el resto de coprimarios: Dama (Anna Puche), Malcolm (Albert Casals), Médico (David Sánchez), Sirviente, sicario y heraldo (Marc Canturri).

El montaje escénico, firmado por Christof Loy, estuvo enmarcado por la imponente arquitectura del escenógrafo Jonas Dahlberg, concebida como una gran sala rematada con una monumental escalinata al fondo y una inmensa boca de chimenea lateral. El trabajo de actores funcionó convencionalmente y con fluidez; los últimos actos fueron quizás los mejor resueltos dramáticamente, con un buen uso de las luces y la aparición de una especie de urnas de cristal con los  futuros reyes de Escocia, aunque, por otra parte, escenas tan importantes como la del brindis de coronación del segundo acto quedaran mucho más desdibujadas. Todo el espectáculo estuvo resuelto plásticamente  en blanco y negro, sin concesión alguna al color (incluso la sangre era negruzca). Una solución que podía querer evocar el cine en blanco y negro, como así parecía sugerir la majestuosa escalera con explícitas referencias al film Rebecca  de Alfred Hitchcock., aunque, más allá de la estética, su función dramática fue más bien escasa.

Finalmente, cabe destacar el buen rendimiento de las huestes locales, tanto del coro como de la orquesta titular, esta última dando muestras de una sensible y constante mejora, avalando en cada función el inmejorable trabajo de su director titular, Josep Pons. En este caso, la batuta del espectáculo recayó en el joven maestro Giampaolo Maria Bisanti, quien ofreció una pulcra lectura de la partitura, al servicio de la escena y sin grandes aventuras hermenéuticas. Cabe señalar que, pese a unos leves desajustes en el coro inicial, la interpretación fue ganando pulso dramático e intensidad musical, alcanzando un brillante final.

Hay que celebrar que se recuperara parte del ballet de la versión francesa de la ópera, aunque solo fuera parcialmente. Lástima, pero, que se suprimiera el apoteósico coro final  “Vittoria! Vittoria!” de la versión parisina.

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