A partir de un detallado examen de la presencia de los afectos en la teoría musical y en la teoría retórica occidentales, así como de los elementos musicales en esta última, la autora establece como punto de inflexión un momento histórico excepcional, aproximadamente la primera mitad del siglo XVII, en el que se dan cita la revolución científica, un pre-enciclopedismo racionalista, la inercia del pensamiento místico-analógico, una espiritualidad que recurre a la sensualidad para afirmarse y el surgimiento del estilo representativo, teatral, de la nueva música monódica. Es así como vemos recorrer las páginas del libro a figuras como Descartes con sus Pasiones del alma, Kircher con su Musurgia universalis, Caramuel, San Ignacio de Loyola y, desde luego, Monteverdi. Lucía Díaz Marroquín explica la ambigüedad histórica en el manejo de los conceptos afecto y pasión, y señala cómo a partir de 1600 la pasión, originalmente una perturbación anímica, se dignifica y se asimila al afecto.
Es a partir de este momento cuando se origina un proceso de codificación de los afectos-pasiones con sus equivalencias en manifestaciones artísticas, notablemente en la pintura, pero también, aunque no de un modo unívoco, en la música, lo que se conoce como “teoría de los afectos”. La dimensión retórica del discurso musical engloba de modo natural esta teoría afectivo-musical y, además, tipifica ciertos recursos musicales y gestuales como idóneos para la expresión músico-teatral. La expresión retórica de los afectos a través de la música y del teatro llegará hasta el siglo XIX y tendrá su plasmación teórica en los tratados de canto y declamación. Por otra parte, la recuperación de esta parcela de nuestra tradición, explica la autora, puede encontrarse en ciertas propuestas pioneras realizadas en el siglo XX.