
Cappella Neapolitana ©M. Artalejo
Un debut de lujo y una orquesta renovada
Por décimo año consecutivo, la formación catalana de instrumentos históricos Acadèmia 1750 subió al escenario del Festival de Torroella de Montgrí el pasado 4 de agosto y, en esta ocasión, lo hizo acompañada de uno de los violinistas italianos más legendarios de las últimas décadas: Giuliano Carmignola. Conjuntamente, abordaron un atractivo programa de carácter marcadamente clasicista, bajo la dinámica batuta del maestro Massimo Spadano.
La primera parte del concierto estuvo centrada en la obra de Franz Joseph Haydn, del cual la orquesta catalana nos ofreció su Sinfonía núm. 49 en Fa menor, con una interpretación más discreta en los movimientos lentos que en el soberbio Presto conclusivo. Carmignola se sumó al conjunto para interpretar el primer concierto para violín y orquesta en Do mayor del compositor de la familia Ezterházy, con un resultado excepcional. Al vibrante Allegro inicial de las cuerdas, siguió una delicada y ensoñadora interpretación del Adagio central, coronada por un Finale – Presto arrollador y virtuosístico.
La segunda parte se abrió con el alegre Concierto para violín y orquesta núm. 1 en Si bemol mayor, K. 207 de Mozart, una de sus obras de juventud que, si bien había sido datada comúnmente en el 1775, los estudios más recientes apuntan que podría ser incluso un par de años anterior a lo que se creía. Carmignola, magníficamente secundado por las huestes de la Acadèmia 1750, nos ofreció una vistosa y desenfadada lectura del mismo, exprimiendo todo el arrebato juvenil de las veloces semicorcheas que abundan en su partitura. Una exhibición de maestría que fue largamente ovacionada por el público que llenaba el auditorio Espai Ter.
No obstante, la formación catalana aun nos tenía reservado un suculento plato final: la deliciosa Sinfonía núm. 5 en Si bemol mayor de Franz Schubert, su página orquestal más mozartiana. En ella se puso de relieve la buena labor que el maestro Spadano está realizando al frente de este conjunto, el cual ha reincorporado importantes efectivos como las brillantes violinistas Farran Sylvan James y Alba Roca. La interpretación de la sinfonía schubertiana reveló detalles de gran calidad y una envidiable dinámica discursiva, concluyendo así con brillo una espléndida velada musical.
Un barroco pulcro aunque destilado
La Cappella Neapolitana – hasta hace poco conocida como Cappella della Pietà de’ Turchini – es una prestigiosa formación de música antigua especializada en el repertorio barroco de la escuela napolitana, dirigida por el reputado musicólogo Antonio Florio. El conjunto, fundado el 1987, cuenta con una amplia trayectoria que lo ha llevado a actuar a las principales salas y festivales europeos, así como a realizar numerosos registros que han permitido sacar a la luz incontables obras y compositores hoy día aún lamentablemente olvidados. La labor de Florio, en este sentido, ha sido proverbial, pues gracias a su tenaz trabajo y empeño ha puesto nuevamente en circulación las creaciones de compositores tan desconocidos como Francesco Provenzale, Francesco Boerio, Gaetano Latilla, Leonardo Vinci, Leonardo Leo o Francesco De Majo, entre otros muchos.
A sus méritos musicológicos cabe sumar su faceta de intérprete al frente de este espléndido conjunto de instrumentos históricos, con una concepción estética que hace de la pulcritud y la pureza estilísticas su principal sello distintivo. La suya es una visión del barroco depurada, comedida, de una extremada sobriedad clásica, lejos de inflamadas dinámicas y arrebatos pasionales. Un barroco inevitablemente dramático pero sumamente contenido, como destilado. Una estética a las antípodas de las modas musicales al uso en el ámbito de la música antigua, de la cual pudimos hacernos una buena idea el pasado 7 de agosto, gracias a la iniciativa del Festival de Torroella de Montgrí.
Florio y su conjunto nos presentaron un atractivo programa centrado en la antífona mariana Salve Regina, para lo cual se acompañaron de la presencia de la espléndida soprano Valentina Varriale, una auténtica revelación de la velada. El programa se abrió con la recuperación histórica de una Salve Regina para solista y instrumentos del desconocido Orazio Benevoli, una obra de interés más bien discreto que, sin embargo, nos permitió ya descubrir el portentoso talento de la joven cantante italiana. Una sinfonía a tres violines del napolitano Nicola Fiorenza sirvió de interludio musical antes de poder escuchar la espectacular antífona mariana de Leonardo Leo (compositor aun poco conocido pero afortunadamente cada día más reivindicado), una pieza para soprano y cuerdas de florida escritura vocal e intensa pulsión dramática, magistralmente resuelta por la cantante napolitana.
Ya en la segunda parte, Varriale tuvo nuevamente ocasión de lucir su inmaculado timbre y exhibir sus impecables cualidades canoras en las respectivas antífonas de Giovanni Battista Pergolesi y Antonio Vivaldi, entre las cuales tuvimos ocasión de escuchar uno de los célebres conciertos vivaldianos: el Concierto para violín, cuerdas y bajo continuo en Re mayor, Op. 3, núm. 9.
La Cappella Neapolitana nos ofreció una pulcrísima lectura apolínea de las páginas reseñadas, dejando entrever con suma transparencia su arquitectura musical, tan bellamente barnizada por el exquisito fraseo y el delicado canto de la aplaudida soprano napolitana. Con todo, el suyo fue un barroco que sonó desnaturalizado, desapasionado, falto de incisión discursiva y de pulsión dramática. Más allá de sensibilidades y debates estilísticos, la estética del barroco es substancialmente dramatismo, apasionamiento y contraste; su antítesis la encontramos en los valores estéticos de la pureza, la serenidad y el armónico equilibrio del neoclasicismo winckelmanniano. Tocar lo primero haciendo sonar lo segundo sería como quitarle el alcohol al vino. Y, más allá de su indiscutible calidad e interés artístico, esto fue lo que sucedió en este estimulante concierto para mayor deleite de los abstemios veraniegos.
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