
Il Combattimento © Toti Ferrer
Un combate amoroso
El primero de agosto, en el bello claustro adyacente a la iglesia del Carme –hace ya algunos años, convertido en espacio habitual de representación de las nuevas producciones de bolsillo del festival–, se estrenó un original montaje que pretendía llevar a la escena la pulsión dramática y amorosa de distintas obras de Claudio Monteverdi. Gran renovador de la escena musical del XVII, este compositor italiano puso en la expresión dramática, en la retórica musical, en la capacidad de traducir a los pentagramas los afectos de las palabras, todo el empeño de su obra madura. Como resultado de todo ello, nos legó un conjunto de composiciones en donde las palabras y los versos adquieren una intensa carga emotiva gracias al desarrollo de un nuevo lenguaje musical que profundiza en el énfasis de la melodía, la línea de bajo, el apoyo armónico y la declamación dramática (Monteverdi lo llamó la “seconda prattica” para distinguirlo del antiguo estilo polifonista del Renacimiento – la “prima prattica” -, también cultivado por el compositor en sus obras de juventud y en el repertorio sacro). Este conjunto de innovaciones se manifiestan principalmente en sus últimos libros de madrigales y en su creaciones operísticas, de donde se tomarán prestados los números musicales que sustentan este singular espectáculo.
Un escenario central, convertido en un ring de boxeo, con un mínimo atrezzo conformado por cuatro pequeños taburetes, cuatro guantes de boxeo y tantos cuantos cubos, sirvió de espacio para escenificar el combate amoroso entre el cuarteto de cantantes conformado por la soprano Sara Blanch, la mezzo Anna Alàs y los tenores David Alegret y Víctor Sordo. Una contienda pasional de variados registros y diversos asaltos, hábilmente trabada por el experimentado director andorrano Joan Anton Rechi. Una tarea nada fácil dada la disparidad de números musicales, pero en la cual se puso explícitamente en valor la riqueza expresiva y la intensidad dramática de la música monteverdiana.
El éxito de la velada cabe atribuirlo en gran medida al buen hacer de los intérpretes concertados, que unas veces se golpeaban, otras se acariciaban y otras se perseguían, logrando escenificar de forma convincente el ímpetu psicológico y pasional de la poética musical del maestro veneciano. Así, la exquisita Sara Blanch (una de las voces emergentes más prometedoras del panorama estatal) hizo las delicias del público en su recreación de célebres números como “Il lamento della Ninfa”, del octavo libro de madrigales, o la dulce canción “Si dolce è il tormento”. A su vez, Victor Sordo y Anna Alàs demostraron su pleno dominio del stile rappresentativo en páginas como por ejemplo “Il Combatimento di Tancredi e Clorinda”, el primero, y en el emotivo “Lamento d’Arianna”, magistralmente recreado por la mezzo catalana. El tenor David Alegret, aunque no tan familiarizado con el repertorio seiscentista, defendió con dignidad sus intervenciones en los diversos números madrigalescos.
Como en anteriores ediciones, la concertación musical corrió a cargo del maestro Fausto Nardi, quien obtuvo un espléndido rendimiento del reducido conjunto de instrumentos históricos catalán Vespres d’Arnadí. Cabe felicitarse también por la sugestiva iluminación de Alberto Rodríguez, así como por el óptimo aprovechamiento de las batas de boxeo reversibles confeccionadas por Mercè Paloma.
Confiemos que un esfuerzo tan logrado no quede en flor de un día y que podamos disfrutar en breve de este espectáculo en nuevos escenarios.
Bryan Hymel © Joan Castro
Un astro norteamericano
El debut del tenor Bryan Hymel, el pasado 5 de agosto (aunque en el interior del programa de mano figurara erróneamente el mes de julio), fue una auténtica revelación para buena parte del nutrido grupo de melómanos que se congregaron en la iglesia del Carme. Este joven cantante de Nueva Orleans, de fulgurante carrera y aclamada presencia en los principales escenarios internacionales, ha sido una de las grandes revelaciones de la presente edición del certamen.
Acompañado por el cotizado pianista Julius Drake, el cantante norteamericano inició su recital con la interpretación de cuatro heroicos himnos para tenor de Ralph Vaughan Williams (Four Hymns for Tenor, 1920), seguidos de tres delicadas canciones de Les Nuits d’éte de Hector Berlioz a cargo de la cantante griega Irini Kyriakidou –no tan solo la pareja artística del cantante estadounidense. Si bien en estas primeras piezas Hymel exhibió un canto seguro y brillante, de emisión algo interna pero de timbre radiante, las expectativas acerca de su extraordinaria valía se prolongaron durante el descanso. Por su parte, la delicada soprano griega derrochó sensualidad y preciosismo en el repertorio francés, especialmente en la exquisita canción “Le Spectre de la Rose”, magistralmente acompañada al piano por el maestro Drake.
Ya en la segunda parte, la soberbia interpretación de las célebres páginas “Ah! Lève-toi, soleil!” (Romeo et Juliette) y “Mamma, quell vino e generoso” (Cavalleria rusticana) despejaron cualquier sombra de duda acerca del magistral talento del tenor norteamericano, tornando las expectativas preliminares en manifestaciones de admiración y entusiasmo. Kyriakidou, a su vez, exhibió un canto precioso y delicado, aunque quizás contenido en exceso, firmando una refinada interpretación del “Himno a la luna” de Rusalka. El dúo “Parle-moi de ma mare” de Carmen y la aria de Don José “La fleur que tu m’avais jetée” acabaron por certificar la maestría técnica y expresiva del astro estadounidense. Tres propinas – un preciosista «O mio babbino caro», un colosal «Nessun dorma» y un sobrecogedor “Ne pouvant réprimer les elans de la foi” de la Hérodiade de Massenet – no bastaron para colmar la pasión desatada por el cantante americano en el auditorio, restando el muy respetable anheloso de una próxima actuación en un escenario de mayor formato.
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