Su trabajo se sostiene sobre la base de una escenografía de corte tradicional (Nathan Crowley), marcada por una atmósfera de tonalidades oscuras y azuladas, con la única excepción de la primera escena del segundo acto, ubicada en un diáfano apartamento con vistas campestres. En el primer acto, una gran escalinata marmórea preside una escena de atmósfera lúgubre, suntuosos muebles y elegantes lámparas, en donde tiene lugar el flechazo entre los trágicos amantes. La mejora de la salud de la protagonista, al principio del segundo acto, fruto de su idilio con el joven Alfredo a las afueras de París, se traducirá en una atmósfera traslucida y transparente, marcada por la claridad de grandes panales de cristal que airean el fugaz bienestar de los jóvenes amantes. Con la escena de la fiesta parisiense en casa de Flora, la atmósfera se torna nuevamente lúgubre y decadente como el destino de la protagonista, cuya humillación pública se precede de unos vigorosos fuegos de artificio. El tercer acto, presidido por una opulenta cama, exhibe la oscura y asfixiante atmósfera que consume internamente la desvalida cortesana, tan solo iluminada desde el ventanal del fondo a las puertas de su extenuación.
Las tonalidades oscuras de la escenografía son también dominantes en el elegante y clásico vestuario concebido por Valentino y Giammetti. Tan solo las vistosas galas de Violetta del segundo y tercer actos – en rojo y blanco, respectivamente – logran crear un contraste entre la frialdad reinante. No obstante, gracias a una precisa iluminación (Vinicio Cheli), Coppola logra construir un fluido movimiento escénico, especialmente en las escenas corales del primer y segundo actos, y subrayar el espléndido trabajo actoral del trío protagonista.
La napolitana Maria Grazia Schiavo fue la encargada de interpretar el exigente rol de Violetta Valéry alcanzando un gran triunfo la noche del pasado 25 de junio. Un servidor la había escuchado moverse como pez en agua en el repertorio tardo-barroco hace ya unos años, pero su recreación romana de la cortesana verdiana la avala como una de las grandes voces del repertorio romántico italiano. A su lado, el joven tenor mejicano Arturo Chacón-Cruz (Alfredo Germont) se reivindicó como tenor lírico con un canto de fraseo elegante, intuitivo, un timbre grato, un vigoroso carácter y unos brillantes agudos. A su turno, Giovanni Meoni hizo gala de una noble autoridad escénica en el rol de Giorgio Germont, con un instrumento poderoso que ganó en matiz y ductilidad durante el emotivo dúo con Violetta del segundo acto. Completaron los papeles secundarios la discreta Flora de Anna Malavasi, la impecable Annina de Chiara Pieretti y los correctos Gastone, Barone, Marchese y Doctore de Andrea Giovannini, Roberto Accurso, Andrea Porta y Graziano Dallavalle, respectivamente.
Magnífica la orquesta titular, bajo las ordenes de la atenta y dinámica batuta de Jader Bignamini, así como también el notable coro de la casa. Cabe aplaudir también la vistosa actuación del cuerpo de baile en la escena de las zíngaras y toreros del segundo acto.
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