
Retablo de Maese Pedro © Javier del Real/Teatro Real
Un poco de memoria. El retablo de Maese Pedro, con música de Manuel de Falla sobre el episodio homónimo de El Quijote de Cervantes, muerto hace 400 años para más señas, cuenta la historieta de un teatro de títeres en el que se narra el secuestro de Mesilendra por el Rey Marsilio, y de cómo su esposo Don Gayferos, la libera huyendo juntos.
Don Quijote, que contempla el espectáculo de títeres, comienza a confundir la ficción con la realidad y, tras un par de calentones previos, irrumpe en el teatrillo para impedir que los muñecos del Rey Marsilio den alcance a los muñecos de la pareja huida. El resultado es el destrozo del teatrillo y Don Quijote feliz por haber hecho “justicia”.
La operita de Falla, una de sus mejores realizaciones, fue encargada y estrenada en los salones de la Princesa de Polignac en París. Con motivo del centenario, se ha podido ver y oír en Madrid recientemente. El Teatro Real ha organizado una función infantil (¿es para niños esta historia?). También ha subido a escena recientemente en un montaje de José Ramón Encinar dedicado a los salones de la famosa Princesa, dentro de su ciclo “El Mundo de Ayer”. CentroCentro del Ayuntamiento de Madrid ha acogido algunos de los muñecotes que diseñó Zuloaga para una reposición, dentro de una exposición dedicada a los dos amigos, Falla y Zuloaga.
Todo aficionado habrá disfrutado de estas reposiciones como lo que son, efemérides de una obra musical extraordinaria que remitía al gran clásico de nuestra literatura. A nadie se le habrá pasado por la cabeza que alguien volviera a confundir la ficción de unos títeres por la realidad misma. Incluso Falla y sus diversos colaboradores trataban la historieta con la nostalgia de un mundo definitivamente perdido en esa patria a la que nunca se vuelve, salvo que se llame uno Don Quijote: la infancia.
Vista a la derecha
Sin embargo, por lo visto, la derecha española vive en un mundo de infantilismo permanente, pero, eso sí, agresivo y pendenciero. Y ha bastado un pequeño espectáculo de títeres visto por 30 personas para montar una bronca política cuya sustancia remite al escándalo constante de unos medios de comunicación cuya potencia de fuego es uno de los peligros más graves de la democracia española.
La historia es bien conocida por los que hayan asistido incrédulos al desarrollo de los acontecimientos. El Ayuntamiento de Madrid ha contratado para una de las sesiones del carnaval, que ha osado marcharse al barrio de Tetuán, a la compañía Títeres desde Abajo que ha presentado la pieza La bruja y Don Cristóbal. Y en ella se muestra: “el ahorcamiento de un juez, el apuñalamiento de una monja y un cartel de ‘Gora Alka-ETA’”. Denunciados por algunos padres y, posteriormente por el propio Ayuntamiento, los dos titiriteros han ingresado en prisión. Y como eso sabe a poco en términos políticos, la Audiencia Nacional acuerda que sigan en prisión sin fianza (por menos que esto, pero con distinto rango del acusado, un juez ha sido defenestrado para siempre jamás); la Fiscalía de Madrid estudia acciones legales contra el Ayuntamiento y el PP denunciará a la concejala de Cultura por “colaboración en enaltecimiento del terrorismo”.
Todos estos excesos, expresados en el lenguaje actual de la represión, suenan mucho más feos que los más literarios de Don Quijote, cuando se indignó ante la vista de los desmanes del títere de Maese Pedro: “Non fuyades, cobardes, malandrines y viles criaturas…”, gritaba Don Quijote mientras destrozaba los muñecos del teatrillo.
Así que la cuestión se impone: ¿Nos hemos vuelto todos locos? ¿O es el PP el que se empeña en que nos volvamos locos mientras caemos como corderitos en las trampas en las que son maeses?
Creer en los cuentos
Que a uno le guste más, menos o nada una pieza de ficción es lo corriente, ya sea cine, teatro, novela o lo que sea. Que considere que los malos de la ficción son “cobardes, malandrines y viles” y que conviertan eso en ley, y en la más implacable de todas, eso es abuso. Y quien no se resista a los abusos es merecedor de todo lo que le ocurra.
No estoy en condiciones de valorar por qué la Audiencia Nacional, la Fiscalía de Madrid, el PP y su gigantesco aparato mediático toman la ficción como realidad. Cuando lo hacía Don Quijote nos parecía entrañable, pero meter en prisión a alguien por algo así es demasiado serio; y alguien está sobrepasando alguna línea roja de la convivencia y del sentido común.
En este país, nadie ha enaltecido el terrorismo nunca, más allá de las minorías implicadas y algunos núcleos de población emocionalmente cercanos a ellos. E incluso eso se ha acabado ya felizmente. Es un problema que no existe y por el que deberíamos sentirnos orgullosos más que paranoicos. Si en el contexto de una ficción narrativa, alguien hace una mención a este asunto, que venga un crítico teatral a zanjar su calidad.
En cuanto a los actuales Quijotes de guardarropía que se empeñan en gritar “cobardes, malandrines y viles” cada vez que ven carnaza política, habrá que empezar a decirles que ya está bien; como dice su plasmático líder, no vamos a pasar ya ni una más. Maese Pedro se quedó con el teatrillo destrozado, pero el Ayuntamiento de Madrid es caza mayor. Nos duelen sus dudas y no nos gustan algunas de sus torpezas, pero es la esperanza de una regeneración social y política que no nos van a quitar con quijotadas. Como diría el otro, ¡veremos!
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