Doce Notas

Tercera visión de El mundo de ayer. París era una fiesta

siamo forti  Tercera visión de El mundo de ayer. París era una fiesta

KOAN 2, Retablo de Maese Pedro. Cortesía Fundación BBVA

La propuesta se ha realizado con el apoyo de la Fundación BBVA y las tres citas se han podido ver en Teatros del Canal con notable expectación. Cada concierto teatralizado ha desarrollado una idea temática, pero los tres han situado su peripecia en las primeras décadas del siglo XX, esos años en los que la vanguardia era aún un marco feliz y lleno de esperanzas de renovación que no le hacían ascos al hedonismo y la sensualidad que, tras la I Guerra Mundial, se definieron como la “belle époque”.

Este tercer concierto de El mundo de ayer fijaba su atención en ese mito del París de los veinte que fue el salón de la Princesa de Polignac. Allí se estrenaron obras de Stravinsky, Satie, Poulenc o Falla, y posiblemente se escucharon muchas otras de lo más granado de ese ambiente en el que flotaban personalidades como Picasso, Diaghilev, Proust, Cocteau y un largo etcétera.

La propuesta de Encinar para esta visión se ha centrado en tres joyas musicales de la bella época: Trois poèmes de Stéphane Mallarmé, de Ravel; Trois poésies de la lyrique japonaise, de Stravinsky y, como plato fuerte, El retablo de Maese Pedro, de Falla. De aperitivo, se escucha la canción La Barcheta, del ciclo Venezia. Chansons en Dialecte Vénetien, de Reynaldo Hahn y un fragmento de I love Paris, de Cole Porter.

De los tres conciertos teatralizados que han conformado el ciclo, este dedicado al salón de la Princesa de Polignac ha sido el más leve teatralmente; quizá como resultado de que las piezas musicales son una colección de maravillas. En efecto, los dos ciclos de Ravel y Stravinsky tienen una ligazón. Las tres canciones de Stravinsky fueron una suerte de respuesta a la influencia que le causó al ruso la escucha del Pierrot Lunaire, de Schoenberg; a su vez, plato fuerte del anterior concierto de Encinar. Mientras que las tres canciones de Ravel lo fueron, si hacemos caso a las malévolas memorias de Stravinsky, como respuesta a sus tres miniaturas líricas. Celos aparte, son obras delicadas, de orquestación preciosista y de deliciosa escucha. Además, se prodigan poco en directo. Encinar sugiere que ambas obras podrían haber sido escuchadas en el salón de la rica americana, nacida Singer, que protagoniza la sesión. No hay pruebas, pero es toda una tentación. El retablo de Maese Pedro sí que se escuchó allí y fue un encargo directo, con un estreno que llena la bibliografía de Falla de anécdotas.

El salón y sus invitados

Encinar nos hace escuchar en off la noticia que proclama la victoria de Mussolini, inaugurando el fascismo en Europa. Y, con luz de sala, nos vemos en pleno salón y sus corrillos de notables en charla mundana. Es sugestivo y meritorio el trabajo de los músicos y cantantes del programa doblados en actores. El pianista José Segovia toca un fragmento de I love Paris en plena fiesta. Luego, los dos ciclos líricos se proponen en modalidad de ensayo, con el propio maestro Encinar dando indicaciones a los músicos. Intercalada suena la canción del venezolano Reynaldo Hahn.

En la segunda parte, todo se pliega a la escucha de El retablo de Maese Pedro. Y hace su aparición el vídeo de Elisa Encinar, cuya presencia ha sido leiv motiv de este ciclo. En esta ocasión, el vídeo es una manera de contar la historia de Melisendra, Don Gayferos, Trujamán, Don Quijote, etc. Es un vídeo que propone una estética de vídeojuego con una animación que queda discretamente en segundo plano, lo que potencia la música y el hecho mismo del concierto.

De hecho, esta tercera entrega de un ciclo de suma originalidad ha optado por potenciar los componentes del concierto mismo. En los dos ciclos líricos, es el ensayo, en El retablo, el vídeo casi dirige la atención hacia el grupo orquestal. Es un modo de decir que el concierto teatralizado es, sobre todo, un concierto al que, a lo sumo, se le añade una aureola, una especie de tercera dimensión que busca potenciar lo que suena. Y lo que suena es magnífico, obras espléndidas, muy bien tocadas y cantadas. Es obligado aplaudir a las voces de las sopranos Raquel Lojendio y Lucía Martín-Cartón, al tenor Gerardo López y al barítono Josep-Miquel Ramón. De los 26 miembros del grupo KOAN 2 sería injusto destacar a alguno; si acaso, ha tenido un papel especial el ya citado pianista José Segovia, que se desdobla con el clave en El retablo y se escucha muy bien.

Mención aparte merece José Ramón Encinar. La parte de dirección orquestal es a placer, concierta admirablemente el todo. Pero su protagonismo se eleva como ideador de una propuesta en la que cada detalle está cuidado al máximo, incluido el programa de mano, convertido en una extensión de su proposición y en el que Encinar asume hasta las traducciones de los textos cantados. Con todo, lo más importante es mencionar su idea. Estos conciertos teatralizados constituyen una apuesta personal completa y compleja. Encinar se enfrenta a una crisis de la representación de la música en directo y se vuelca en sus soluciones. No es sencillo extrapolar estos conciertos teatralizados a cualquier otro que no sea él mismo. Pero su llamada de atención es trascendente: el concierto público necesita hoy día como mínimo algo parecido a esto.

Además, nos sugiere algo profundamente turbador: en esos años del primer cuarto del siglo XX, la madurez artística más excelsa se estaba dando la mano con una crisis que movía el suelo que pisaban. En el concierto anterior quedaba muy claro el horror del nazismo de fondo. En este, la inconsciencia de la gente guapa y lista les hacía ignorar que se estaba incubando el huevo de la serpiente. Mussolini ya había hecho su aparición. Quizá Encinar nos esté poniendo un espejo en qué mirarnos.

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