
Nabucco © A. Bofill.
Unos monolitos de piedra, unas figuras de alambre, unas llamaradas y unas intrascendentes proyecciones fueron los principales elementos de la oscura, triste e insubstancial puesta en escena de Abbado que intentaba evocar, con poca fortuna, el antisemitismo del pasado siglo. Afortunadamente, la savia aunque histriónica dirección musical del maestro israelí logró realzar desde el foso la apatía escénica, obteniendo un óptimo rendimiento de la orquesta titular.
El rol principal, en el primer reparto, recayó sobre el colosal barítono Ambrogio Maestri, quien la noche del 19 de octubre logró notables intervenciones aunque no siempre estuvo tan radiante como nos tiene acostumbrados, resistiéndosele algunos de los pasajes de mayor calado dramático del rey asirio. La entregada e intensa Abigaille de Martina Serafin salió airosa de su diabólico rol, no obstante acusar reiterada tirantez en los agudos y unos graves poco timbrados. Quizás, en pro de su salud vocal, haría bien de replantearse seguir abordando este rol en el futuro. Más noble y elegante que rotundo, el Zaccaria de Vitalij Kowaljow fue una de las mejores actuaciones de la velada. Le secundaron con éxito la exquisita Fenena de Marianna Pizzolato y el notable Ismaele de Roberto de Biasio. Los comprimarios Alessandro Guerzoni (Gran Sacerdote), Javier Palacios (Abdallo), Anna Puche (Anna) rindieron a un buen nivel.
El coro fue otra de las virtudes de esta producción, si bien su esperado “Va pensiero” sonó excesivamente afectado por los contrastes de dinámicas. Con todo, el público, como era de esperar, forzó su bis de rigor.
La fiesta inaugural se vio empañada por la manifestación de los trabajadores del Liceu y una nueva convocatoria de huelga para los próximos títulos y conciertos ante el incumplimiento de los acuerdos alcanzados la pasada temporada por parte de la dirección del teatro.
____________________________