Doce Notas

No todas las peceras están listas para el mismo pez. La práctica artística como investigación en música

libros  No todas las peceras están listas para el mismo pez. La práctica artística como investigación en músicaNo sé si el encabezado de esta reseña provoca sorpresa, estupefacción, o desconfianza, o si simplemente estimula una suerte de indiferencia apática y no evoca al lector nada concreto o sugerente. Quizás, sin embargo, algunos os sintáis identificados y estimulados a proponer ideas y nuevas visiones al respecto, a seguir trabajando en este nuevo camino. No estoy segura, aunque albergo ciertas sospechas, y he de decir que, por experiencias pasadas y presentes, no son todas muy halagüeñas.

De lo que sí estoy convencida es de que lo que puede parecer un juego de palabras y una evocación de peces y peceras sin sentido entraña, en realidad, un problema más profundo y de mayor calado que ha cobrado especial relevancia y actualidad en nuestro país en los últimos meses, si bien ha estado latente (y encubierto por algunos) desde hace muchos años. Se trata de la relación, tanto conceptual como práctica e institucional, entre investigación e interpretación en el ámbito de la música, entre musicólogos e intérpretes, o, visto desde una perspectiva más puramente pragmática, entre la universidad y el conservatorio.

El reciente libro editado por Mine Doğantan-Dack y publicado por Oxford University Press ofrece una serie de reflexiones en torno a este tema, aunque la aplicación de éstas en España es, creo, bastante problemática todavía. Artistic Practice as Research in Music ciertamente nos incita a la reflexión, aunque no sólo en torno a su contenido per se sino también acerca de las circunstancias y particulares situaciones en las que los diversos capítulos del libro han sido gestados.

La tendencia a compararnos y medirnos con otros es natural y, así, uno se plantea si esas circunstancias son semejantes a las que se pueden dar en nuestro país, si un libro relativamente similar podría haber visto la luz en una de nuestras casas editoriales. Honestamente pienso que no, o que, al menos, aún no. El agua no parece estar suficientemente templada para este pez.

El volumen se articula en tres grandes secciones, con cuatro ensayos de diferentes autores cada una. La primera sección ofrece una serie de perspectivas institucionales y críticas que pretenden enriquecer el debate. Dada su vigencia en el contexto español actual, esta sección recibe un mayor peso en esta reseña. En la segunda, se debaten diversas cuestiones disciplinares y metodológicas, desde la adopción de métodos de la psicología experimental hasta la introspección y reflexión interna como vías acreditadas de investigación (Davidson y Whitney). También se apunta a la composición electroacústica como práctica e investigación al mismo tiempo (Young), y se profundiza en cómo la inclusión de las percepciones de los intérpretes en el trabajo analítico puede dar pie a reformulaciones de conceptos tradicionalmente definidos de forma estática (Rink). Por último se exponen cuatro proyectos específicos en los que interpretación, composición e investigación se entremezclan de formas muy diversas. Éstos se desarrollan en torno al piano (Doğantan-Dack), el oboe (Redgate), el cello de acero (Chime) y la improvisación colectiva (Toop).

Ya en el prólogo al volumen, la editora señala que la consideración de la práctica artística como investigación en sí misma no es algo nuevo, manifestándose por primera vez en los años 90 dentro de las artes visuales inglesas. Sin embargo, ni siquiera en ese país existe todavía un consenso acerca de cómo ha de establecerse la relación entre estas esferas, o de cómo la práctica musical puede y debe ser evaluada dentro del ámbito académico.

Como muestra el artículo de Nicholas Cook, desde los años 70 han existido multitud de interacciones entre musicología e interpretación. En todos los lugares que Cook analiza, la importancia de diversos factores económicos, institucionales y gubernamentales ha sido decisiva a la hora de determinar el desarrollo de ambas disciplinas.

Así, en EE.UU., donde musicología, interpretación y composición conviven en los mismos espacios, se creó el grado de Doctor of Musical Arts (DMA) para que los músicos pudieran acceder a puestos universitarios. Éste parece ser el modelo que se quiere aplicar, si bien con modificaciones, en España. Sin embargo, tiene un problema fundamental, pues aúna práctica e investigación pero no trata a la práctica como investigación. Por otro lado, dado que las tesis escritas por los músicos prácticos “carecen” de un rigor que es evaluado en unos términos académicos totalmente alejados de la realidad de quienes las producen, el intérprete sigue estando relegado a una posición inferior frente al analista. En una economía política y económica basada en el conocimiento, el crear titulaciones especializadas para la práctica dentro del ámbito de la investigación puede ser una receta para una “ciudadanía de segunda clase”.

Este mismo problema de evaluación del trabajo artístico según las normas de un sistema que fue diseñado para otras disciplinas se observa en el Reino Unido. Allí se está tendiendo a considerar a la práctica musical como cualquier otro tipo de actividad investigativa, en el sentido de que también opera y se puede conceptualizar en base objetivos, metas, interrogantes y métodos. Gracias a ello, el gobierno británico ha financiado una serie de macro proyectos de investigación – entre ellos, CHARM, CMPCP y el actual “Alchemy in the Spotlight”, dirigido por Mine Doğantan-Dack – en los que la colaboración entre músicos, compositores y musicólogos ha sido una realidad, si bien su intensidad y profundidad han sido muy variadas.

Por su parte, Darla Crispin reflexiona acerca de como la declaración de Bolonia (1999) ha afectado – positiva y negativamente ‒ a los conservatorios del continente Europeo. Por una parte, la enseñanza musical en estos centros está sufriendo un proceso de “academización” en el que la orientación práctica y la relación entre profesor y alumno, fundamentales en la tradición occidental, parecen estar perdiendo peso.

Además, la reducción de los años de estudio y la consiguiente separación entre Grado y Máster están impulsando a estas instituciones a adoptar, en aras de ampliar el periodo de educación, unos planes de doctorado con los que no están de acuerdo en su totalidad. Creo que la similitud con el caso español es más que evidente. De todas maneras, Crispin elogia de Bolonia su favorecimiento de las interacciones entre practicantes y teóricos, llegando a proponer un modelo viable en estas instituciones. Anthony Gritten, como era de esperar en un tema tan controvertido, discrepa. Para él, no existe ningún modelo viable en todos los casos puesto que el vínculo entre investigación y práctica ha de consistir en un constante, fluido y maleable “cruzar de fronteras” entre ambos campos.

Estos capítulos no son más que una muestra de un conflicto de una magnitud tan amplia y tan enraizado en nuestra sociedad que, quizás, la única manera de erradicarlo pase por proponer soluciones extremas, como ocurre especialmente con los capítulos finales de Artistic Practice as Research in Music.

En la introducción al libro, la editora habla de unos orígenes decimonónicos para este debate, aunque tal vez no sea del todo desacertado relacionarlo con la teoría platónica de las Ideas, y su dicotomía entre la forma ideal de las cosas y su materialización siempre imperfecta en el mundo. Lo que está claro es que la erradicación de esta oposición ha de pasar por una concienciación colectiva, desde los artistas e investigadores que desarrollan sus actividades de forma individual hasta las más altas esferas del control y la gestión de la educación, la investigación y la cultura en este país; de hecho, el volumen aspira a ser acogido por “lectores procedentes de diversos ambientes y disciplinas de la investigación musical, al igual que de otras disciplinas artísticas”. Sin esta concienciación general el cambio de paradigma que se propone desde todas y cada una de las páginas del libro jamás podrá producirse. Sin él, seguiremos por más tiempo anclados en el obsoleto debate acerca de si los profesores de conservatorio necesitan el grado de doctor concedido en base al grado de sesudez de una tesis doctoral que poco tiene que ver con sus preocupaciones.

Y, mientras tanto, que los alumnos de conservatorio aprendan sólo a tocar sus instrumentos (o a dominar las otras disciplinas prácticas que allí se imparten), y que los musicólogos sigan con los ojos – y los oídos – cerrados a la realidad sonora y creativa del arte que estudian, que sigan mirando papeles estáticos con líneas, puntos y curvas. ¿Acaso no sería más enriquecedor un acuario lleno de colores y tonalidades, producido por la convivencia y las múltiples interacciones entre todos los peces? En esta línea, Artistic Practice as Research in Music aspira a “motivar un discurso disciplinar compartido”. Importantes pasos se han dado ya para convertir a la práctica musical en objeto digno de estudio académico, pero sólo mediante el reconocimiento del valor de las aportaciones que los artistas-investigadores pueden hacer al trabajo musicológico, se podrá forjar, según la editora, un futuro sostenible para la investigación artística dentro del amplio campo de la Musicología contemporánea.

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