Doce Notas

El mejor barroco británico y los vientos de Lucerna

opinion  El mejor barroco británico y los vientos de Lucerna

The King’s Consort © M. Artalejo

Este año no ha sido una excepción y, más allá de reputados intérpretes nacionales, como el laureado Jordi Savall, el veterano certamen congregará algunas de las formaciones de instrumentos históricos más prestigiosas del ámbito europeo.

Una autoridad del barroco británico

Dos días después del debut estatal de la soprano Anna Prohaska (6 de agosto), una de las estrellas mediáticas del firmamento lírico actual, con un programa de música seiscentista y acompañada por el espléndido Ensemble Arcangelo, el emblemático conjunto anglosajón The King’s Consort desembarcó en el auditorio de la Costa Brava para ofrecernos un atractivo programa que exploraba la influencia de los grandes maestros del barroco italiano en la música londinense de colosal Händel. La veterana formación británica, fundada por Robert King en la década de los ochenta, es el grupo de música antigua que acumula más discografía (más de un centenar de discos editados) y una referencia mundial en los grandes maestros del barroco como Bach, Händel, Vivaldi o Henry Purcell, sobre el cual King está considerado una máxima autoridad y su principal biógrafo.

Fieles a un concepto interpretativo que, sin perder un ápice de la intensidad ni el pulso dramático de las obras, siempre resulta elegante y luminoso, el suyo es un barroco diáfano, traslúcido, que saca a relucir las líneas y las estructuras íntimas de sus arquitecturas sonoras; claridad de texturas y equilibrio de las secciones conjugados con la vitalidad expresiva del ritmo y los tempi. Todo ello pudimos degustarlo en el delicioso concierto del pasado 8 de agosto, con un programa que comprendió obras de Corelli (Concerto grosso en Re mayor, Op. 6 núm. 1), un brillante concierto para cuerdas y bajo continuo en Do de Vivaldi, el célebre Concierto para oboe en Re menor, Op. 9, núm. 2 del veneciano Tomaso Albinoni, una simpática Xacona de Purcell y cinco páginas händelianas protagonizadas por la exquisita soprano Julia Doyle.

Los virtuosos violines de Huw Daniel y Daniel Edgar, bajo la dirección al clave del maestro King, hicieron las delicias del público ya en el primer concierto vivaldiano, luciendo el vigoroso brillo de sus cuerdas, a las cuales se sumó la intensidad de las más graves en el magistral concerto grosso de Corelli. A pesar de que al famoso movimiento central del concierto de Albinoni le faltara una mayor volada lírica e ímpetu expresivo (estuvo bien tocado pero apenas cantado), la joven oboe Frances Norbury defendió con dignidad su cometido en los comprometidos pentagramas venecianos y en las arias händelianas. En estas últimas, brilló muy especialmente la debutante soprano anglosajona, con un canto estilísticamente inmaculado, de una gran pureza de línea e impecable resolución expresiva. Su interpretación de páginas como el aria “Tune your harps” del oratorio Esther, con la orquesta en pizzicato y los comentarios del oboe, o el delicioso motete Silete venti fueron realmente antológicas. Al final, los sentidos aplausos del público se vieron recompensados con la archiconocida propina “Lascia io pianga” del también händeliano Rinaldo.

Prodigiosos vientos de Lucerna

Hace un par de ediciones, la extraordinaria clarinetista Laura Ruiz se presentó por primera vez en el Festival ampurdanés de Torroella de Montgrí y este año ha regresado acompañada de sus colegas de la sección vientos de la orquesta suiza del Festival de Lucerna y del brillante pianista Enrique Bagaría. Juntos nos ofrecieron tres joyas del repertorio camerístico para vientos y teclado de Mozart, Beethoven y Poulenc.

Enrique Bagaría © M. Artalejo

En orden cronológico inverso, nos ofrecieron primero el delicado Trío para piano, oboe y fagot del compositor francés, una obra de juventud datada en 1926, aunque sus primeros bosquejos podamos rastrearlos ya a partir de 1921. Se trata de una pieza de exquisita factura, líneas claras y simples y sonoridades equilibradas, hecha de un lirismo no exento de ironía, en la que pueden apreciarse las influencias confesas de Haydn (en la estructura perfectamente equilibrada del primer movimiento) y de Saint-Saëns en el Rondó final (scherzo del Segundo Concierto para piano y orquesta), a la que el refinado oboe de Lucas Macías y el espléndido fagot de Guilhaume Santana, junto a la pericia al piano de Bagaría, hicieron franca justicia.

La segunda pieza del concierto fue el Quinteto para piano, oboe, clarinete, trompa y fagot del maestro de Bonn, obra datada de 1796 y estrenada al año siguiente, claramente inspirada en su homóloga mozartiana, de la misma tonalidad, instrumentación y movimientos. Se trata de una obra del primer período beethoveniano, durante el cual el joven compositor, guiado por la instrucción de maestros como Haydn y, sobre todo, Salieri, asimiló y exprimió el lenguaje formal del clasicismo. El claro referente aquí es el genio de Salzburgo, a quien Beethoven conjuga y cita en algunos pasajes, construyendo sin embargo una pieza de un pulso más denso y dramático que la mozartiana y dotándola de un aliento casi sinfónico. La interpretación del cuarteto de vientos de Lucerna y el pianista barcelonés rayó aquí el virtuosismo.

Ya en la segunda parte, llegó el turno del exquisito quinteto para vientos y piano (KV 452) que Mozart compuso en 1784 y estrenó pocos días después en el Teatro Imperial de Viena, en pleno apogeo de su período vienés. Se trata de una obra absolutamente innovadora en su momento, fruto de la fascinación por los instrumentos de viento que el joven compositor había heredado de la escuela de Mannheim. Su concepción es muy próxima a la de sus brillantes conciertos para piano y orquesta y se erige como un ejemplo perfecto de dialogo concertante, elaborado a modo de divertimento aristocrático que exprime con suma gracia y refinamiento las posibilidades expresivas de los cinco instrumentos.

Su estructura en tres movimientos parte de una forma sonata, en el primero, que sigue el modelo de sus conciertos para piano, en los cuales el piano toma la iniciativa y, en este caso, el cuarteto de vientos acompaña y comenta, con momentos de suma brillantez como el virtuosísimo solo de trompa de la cadencia final, magníficamente resuelto por José Vicente Castelló. En el movimiento central, que Mozart dilata mucho más de lo habitual, se entabla un exquisito diálogo modulante entre los vientos, punteado con gran delicadeza por el piano. Finalmente, en el Allegretto conclusivo, en forma de rondó, el diálogo entre vientos y piano se intensifica, con grandes dosis de ingenio y un juego simpático y prodigioso de modulación temática. En los tres movimientos, y especialmente en este último, brilló nuevamente el seductor clarinete de Laura Ruiz.

La excepcional acústica del auditorio contribuyó a acrecentar el éxito musical.

Salir de la versión móvil