Doce Notas

Una conferencia sobre Carmen y un tenor galáctico

Una conferencia dramatizada sobre el mito de Carmen fue el hilo argumental de la nueva ópera de pequeño formato estrenada en el Claustro del Castell de Peralada, gracias al impulso de los responsables artísticos del festival ampurdanés y al inquieto equipo de la plataforma d’Òpera de Butxaca i Nova Creació (OBNC).

Diseccionando Carmen

4Carmen es una obra de factura coral, poliédrica, un collage a ocho manos (cuatro libretistas y cuatro compositores) que quiere reflexionar –o quizás mejor, divagar– sobre el trasfondo vivencial que mueve al trágico y fascinante personaje concebido por Mérimeé y musicado por Bizet. El resultado, si bien desigual, logra hilvanar con escasos recursos (tres actores/cantantes, acompañados de piano y chelo) una atractiva y simpática trama argumental con notable agilidad y desenvoltura escénica.

4Carmen. cortesía Festival de Peralada

El compositor Lucas Peire, con un lenguaje musical ambiguo, más atmosférico que dramático, y Marc Artigau (dramaturgo) trazan la introducción de la obra y los distintos fragmentos que enlazarán las tres visiones de Carmen expuestas por cada uno de los personajes. Carmen aux enfers, la más floja de las tres historias, nos transporta al mundo de ultratumba donde Don José, una vez tras otra, en secuencias reiteradas que retroceden cronológicamente, mata a su amada gitana y a su marido, el también gitano García. La dura vocalidad y el marcado atonalismo de la música de Mischa Tangian, así como la sensación dramática de bucle provocada por los reiterados diálogos (Helena Tornero) y movimientos – de gran plasticidad coreográfica- acabó fatigando buena parte del auditorio en apenas media hora. A las antípodas de ésta, la historia construida por Carles Pedragosa (música) y Jordi Oriol (libreto), Restaurant Carmen, nos retrajo al espíritu de la ópera bufa, con simpáticos y ágiles diálogos, de lenguaje ingenioso y desenfadado, y una música popular, atractiva y de gran eficacia dramática, salpicada de guiños a la partitura de Bizet. La tercera historia tiene lugar en una sala de disección donde se realiza una figurada autopsia del cadáver de Carmen. La escena, protagonizada por un policía, un forense y el cadáver, logra tejer momentos felices, con un lenguaje que se acerca al género del musical y da lugar a lucidos conjuntos vocales (dúos y tríos) y a una concertación instrumental rica y variada, obra de Clara Peya sobre texto de Marc Angelet.

En su conjunto, cabe destacar el excelente trabajo de los tres jóvenes intérpretes: Marta García (soprano), Toni Viñals (tenor), Néstor Pindado (barítono). La perfecta asimilación de cada uno de los roles cambiantes en cada escena y sus distintas vocalidades y estéticas musicales (tarea nada fácil) contribuyeron, en gran medida, al éxito de esta arriesgada propuesta. En este sentido, cabe destacar también el hábil trabajo de Marc Rosich en la dirección de escena, haciendo virtud de la escasez de recursos y apoyándose en una sugerente iluminación (Sylvia Kuchinow), en un ágil y plástico movimiento escénico (Roberto G. Alonso) y en la extraordinaria contribución musical del piano de Alfredo Armero y el violonchelo de Àlex Rodríguez.

Un año más, cabe felicitar al Festival Castell de Peralada por su acierto y compromiso con la nueva creación operística y, muy especialmente, como en este caso, cuando esta última se compromete también para llegar al público más allá de satisfacer el ego artístico de sus creadores.

Cien por cien J. D. Flórez

La presencia de un tenor galáctico ya es una tradición dentro de la programación del Festival Castell de Peralada. Este año, el pasado 6 de agosto, reapareció en el escenario de los jardines el astro peruano Juan Diego Flórez, una de las voces más solidas, exquisitas y prodigiosas de la tesitura tenoril a escala planetaria.

Juan Diego Flores. Cortesía Festival de Peralada

Con un programa belcantista de mayor calado lírico que ligero –muestra de la evolución vocal del cantante-, el elegante tenor sacó a relucir la belleza de su timbre aterciopelado, explotado con un señorío y una maestría en el fraseo, el legato y las dinámicas francamente milagrosos. Si a ello añadimos su capacidad insultante para el agudo y un dominio magistral del fiato, el éxtasis del público está asegurado. Consciente de ello, Flórez se permite todas aquellas licencias artísticas que considera oportunas en pro de la exhibición de su magisterio, hasta el punto de colocar en el podio, al frente de la orquesta, a un compatriota suyo para subordinar todo el conjunto instrumental a sus indicaciones canoras.

Esto fue lo que sucedió en el pasado concierto ampurdanés, en el cual el director y responsable del proyecto musical y social que preside Flórez en Perú (Sinfonía por el Perú), Espartaco Lavalle, se puso al frente de la excelente Orquesta de Cadaqués. Si bien el maestro peruano demostró buenas dotes de concertador en los diferentes fragmentos instrumentales de la velada (especial relieve tuvieron la Farandole de la segunda suite de L’Arlesienne y el desconocido ballet del segundo acto de Les troyens), su papel en las arias junto al tenor latinoamericano se vio relegado a un servilismo absoluto, hasta el punto de estar pendiente de las indicaciones del cantante a cada frase y articulación musical. Una actitud más propia de un ensayo general que de un concierto que, inevitablemente, acabo lastrando la brillantez del resultado final conjunto, sobre todo en la concertación de números tan ricamente orquestados como las arias del Werther de Massenet (“O nature, plaine de grâce” y “Pourquoi me réveiller”) o las del Faust (“Salut! Demeure chaste e pure”) y el Roméo et Juliette (L’amour… Ah! Lève-toi, solieil!”) de Gounod. En realidad, muy a pesar de las declaraciones a la prensa del mismo protagonista, cabría hablar más de un recital de bolo con orquesta que de un concierto propiamente dicho.

Con todo, los prodigios vocales de Flórez – quien lució nuevamente sus mejores cualidades en el repertorio donizettiano, así como en la simpática y conclusiva “Au mont Ida” de La Belle Hélène – bastaron con creces para llevar al entusiasmo al auditorio, quien vio recompensadas sus ovaciones con tres deliciosas propinas, una aria de Jérusalem, “La donna è mobile” y “Una furtiva lagrima”, precedidas por otra de las licencias del divo de la velada: la interpretación de la canción popular andina “Malagueña salerosa”, para la cual prescindió totalmente de la orquesta, acompañándose él mismo con la guitarra, una pieza que dedicó a la mezzo Teresa Berganza –que se encontraba en los palcos de invitados-, distinguida en la presente edición, junto al tenor peruano, con la medalla de oro del Festival.

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