Doce Notas

Così fan tutte al Liceu

opinion  Così fan tutte al Liceu

Escena de Così fan tutte © A Bofill

Más allá de pretendidas lecturas pseudo-filosóficas en tiempos recientes, Così fan tutte se erige como una sutil mascarada preñada de ironía y perspicacia psicológica, toda ella vestida con una música que conquista unes cuotas de inspiración, belleza y profundidad hasta entonces insólitas.

Fue ésta la primera ópera de Mozart representada en la capital catalana (de forma un tanto amputada) en 1798, en el Teatre de la Santa Creu, y el pasado 20 mayo volvió a subir al escenario del Gran Teatre del Liceu con una producción proveniente de La Fenice de Venecia, firmada por el italiano Damiano Michieletto. Como es habitual en los tiempos que corren, la puesta en escena intentó “actualizar” la historia dapontiana con una fortuna desigual. Si bien, de entrada, el hecho de ambientar la acción en un hotel de 4 estrellas funcionó felizmente, a medida que avanza la función no se escapan detalles que, aún respetando el hilo narrativo, tropiezan a menudo con el texto dramático y la incisiva música mozartiana. Substituir la referencia cómica al doctor Mesmer y su terapia magnética por un desfibrilador o transmutar la reconciliación final de los amantes por un baño de lágrimas da lugar a un desencuentro entre lo que se canta y se toca, de un lado, y lo que se ve, por el otro. No obstante, en su conjunto, el cuidado trabajo del director escénico veneciano logra transmitir, en gran medida y de forma eficaz, el espíritu cómico y sarcástico de la obra, realzado por la vistosa escenografía giratoria de Paolo Fantin que se compone de cuatro ambientes: mostrador de recepción, bar, habitación y rellano del ascensor. Mención especial merece también la plástica iluminación de Fabio Barettin.

El reparto que cantó la función del día 21 de mayo, aunque anunciado como “segundo”, fue absolutamente de primera. La pareja de jóvenes soldados estuvo encarnada por David Alegret, un Ferrando de voz pequeña aunque elegantemente cincelada, y Borja Quiza, un Guglielmo de notable autoridad vocal y escénica que logró convencernos más en esta ocasión que en su pasada visita al coliseo catalán. Las infieles prometidas fueron interpretadas por dos arrolladoras voces de la nueva escena estatal: la extraordinaria soprano valenciana Maite Alberola (Fiordiligi) y la exquisita mezzo catalana Gemma Coma-Alabert (Dorabella). Ambas nos regalaron, ya desde el delicioso dúo inicial, algunos de los momentos musicales más álgidos de la representación. Completó el reparto William Berger con un pletórico y malicioso -y aquí también alcohólico- Don Alfonso, muy bien secundado en sus ardides por la incisiva Despina de Anna Tobella.

La orquesta titular, bajo la batuta de Josep Pons, acompañó con eficacia las voces, aunque acusó un tempo excesivamente lento en muchos de los números, cosa que restó pulso dramático a la obra. El coro funcionó con corrección en sus intervenciones.

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