Doce Notas

Bel canto de alto voltaje en el Liceu

opinion  Bel canto de alto voltaje en el Liceu

Maria Stuarda © Antoni Bofill

Una obra de enorme exigencia para los roles protagonistas que figura en los anales artísticos del coliseo barcelonés gracias al legendario estreno que protagonizó Montserrat Caballé a primeros de 1969, convirtiéndolo en uno de los papeles más esplendorosos de su carrera.

Para la presente ocasión, la dirección artística del teatro se armó de voces estelares, encabezadas por la diva norteamericana Joyce DiDonato, quien encarnó el rol de la trágica reina María (de acuerdo con la versión para mezzo que el mismo Donizetti escribió para la ilustre Maria Malibran, en su estreno milanés). La noche del 27 de diciembre, DiDonato dio muestras de un domino absoluto de su privilegiado instrumento, con una exhibición virtuosística de ornamentos y toda suerte de recursos canoros, así como con una línea de canto impoluta e incisiva, capaz de apurar al máximo todas las inflexiones dramáticas de su personaje. La reacción del público no sé hizo esperar en forma de sonoros y sentidos aplausos que se fueron sucediendo a largo de la representación, culminando con una vibrante ovación al final del espectáculo.

A su lado, vibró con fuerza e intensidad la también espléndida mezzo valenciana Silvia Tro Santafé, quien encarnó una reina Elisabetta de auténtico lujo, tanto en el aspecto vocal como en el escénico. Completó el trío de ases el magnífico tenor mejicano Javier Camarena, rubricando una actuación francamente excepcional en el rol de Roberto Leicaster, con un canto de timbre radiante y un exquisito sentido del fraseo. Cumplieron también a un notable nivel el resto de comprimarios: Michele Pertusi (Giorgio Talbot), Vito Priante (Lord Guglielmo Cecil) y la exquisita Anna Tobella (Anna Kennedy).

El veterano maestro Maurizio Benini tomó el pulso de la obra logrando una lucida interpretación musical y un notable rendimiento de la orquesta titular (descontando las pifias ya habituales de la sección de metales). El coro, a pesar de los recientes recortes, dio muestras de un buen estado de forma.

La producción de Moshe Leiser y Patrice Caurier fue más bien sobria y austera, valiéndose de proyecciones, unos escuetos decorados y un mínimo atrezzo, así como de un vestuario actual, a excepción de las dos reinas, engalanadas con ropajes sumamente barrocos. La solución resultó funcional en su conjunto y estuvo sostenida por una buena dirección de actores.

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