Doce Notas

La Jove Orquestra InterComarcal estrena en España sinfonías americanas del XIX

opinion  La Jove Orquestra InterComarcal estrena en España sinfonías americanas del XIX

Jove Orquestra InterComarcal

Los conciertos tuvieron lugar el 27 de diciembre, en La Selva del Camp, el 28 en Altafulla y el 29 en Tarragona.

Por si aún quedaban dudas, la JOIC nos ha demostrado una vez más que es posible programar de manera diferente, en este caso un concierto de Navidades sin recurrir a los hits. No busquen en su programa el Concierto para la noche de Navidad, el Lago de los cisnes, los Valses de Strauss o el Mesías. Bien al contrario, en los conciertos de esta joven orquesta cargada de talento y de energía hemos podido saborear nuevas propuestas que contrastan con los habituales menús musicales y gastronómicos de estas fechas.

Después de un inicio a base de obras más conocidas, la estrella de An American Christmas, título de la última gira provincial de la JOIC, fueron las obras capitales de dos compositores cuyos nombres probablemente no habrán oído mencionar ni tan sólo los músicos más experimentados: Louis-Moreau Gottschalk y William Henry Fry.

De Gottschalk se interpretó, por primera vez en España y cuarta en Europa la sinfonía Noche en los trópicos, en la versión realizada por el director americano Richard Rosenberg.

Su primer movimiento es un nocturno de música relajada, tranquila y cálida y fluye en un apacible 6/8 de respiración pausada y gran cantabilidad. Su lirismo se encuentra a caballo de la música vocal de Mendelssohn o Schubert y del melodismo de la ópera francesa, y su búsqueda sin complejos del color armónico por él mismo hubiera podido provocar en la Alemania de la época ríos de tinta comparables a los del acorde de Tristán. La preocupación por la unidad temática, sin duda herencia de la experiencia europea de Gottschalk, se refleja en cómo los diversos temas parten de una misma célula, que se nos revela sólo a mitad de la pieza, y en una experimentación formal que consigue unir el tema con variaciones con la forma reexpositiva,y en el cuidado por el desarrollo. Remarcable el solo de corneta, realizado por David Urrutia, que hizo gala de una exquisitez maravillosa en color y fraseos, y muy interesante la escritura temática en la cual es tan importante la línea de lo que hay como de lo que no hay: el silencio como elisión de alguna nota culminante de la frase que le da aún más interés.

 

Lo que verdaderamente representa un mundo completamente nuevo respecto a la música sinfónica de la época es su segundo movimiento, Fiesta Criolla, que dejaría perplejos a muchos músicos y melómanos experimentados al conocer su fecha de composición. Impregnado de ritmos latinos desde inicio a fin, con un sabor totalmente propio y genuino, este movimiento es la puesta por escrito de la música que germinaba en la Nueva Orleans de los 1850’s. Síncopas, contratiempos, anticipaciones, desplazamientos rítmicos, superposiciones métricas dan a este movimiento su rica personalidad, cargada de juvenil vitalidad y picardía. (Como guiño a la tradición, en el momento más inesperado, aparece una fuga escolástica al estilo de Bach a partir del tema principal.) La cuerda está tratada en muchos momentos como simple acompañamiento percusivo mientras los vientos tararean, piropean, seducen e incluso gritan de júbilo, atrevidos y desacomplejados, con temas de una sensualidad exuberante. En una orquestación realmente extraña para lo que es el repertorio de la época, lo más llamativo de todo, sin duda, es la relevancia y el uso de la percusión. Gerard Filgueira, el jefe de sección, nos comenta cómo la partitura original está pensada para un total de más de 250 músicos, y en ella la parte de percusión viene indicada como «ruido», dejándola a mano de la improvisación de todos los músicos que uno sea capaz de encontrar para añadir a la plantilla. A pesar de que en el arreglo de Rosenberg, para orquesta con plantilla habitual, se hace una propuesta de realización para las percusiones, los músicos de la JOIC decidieron hacer una versión propia, construida a partir de las figuraciones rítmicas latinas que Filgueira conoce bien y usando una extensa selección de instrumentos propios de esta música, tales como pailas, congas, claves, bongós… Sin duda, un enorme acierto que rebló el clavo mostrándonos esta obra en todo su carácter, brillo y osadía. Es precisamente esto lo que da una fuerza nueva y diferente a la música de Gottschalk, lo mismo que lo convirtió en uno de los pianistas más famosos de su época, reconocido por el mismo Chopin y admirado por las multitudes de ambos lados del océano.

El segundo estreno de la noche fue Santa Claus: A Christmas Symphony (estrenada la Nochebuena de 1853), de W. H. Fry, transcrita directamente del manuscrito y expresamente para la ocasión por el director de la formación, Marcel Ortega i Martí. Como en Noche en los Trópicos, el concepto de sinfonía de esta obra está muy alejado del que podemos encontrar en la tradición teutónica, y esta denominación se refiere más que nada a una creación para orquesta y de un cierto calibre en dimensión temporal y de efectivos. El propio Fry, primer compositor de ópera de su país, pretendió durante su vida sentar las bases de un sinfonismo americano, alejado de una música germana que consideraba «aristocrática y antirrevolucionaria». Para ello buscó un modelo más «democrático» juntando la música programático-descriptiva, el estilo operístico italiano y la utilización de melodías populares. Sus siete sinfonías (entre las cuales hay una dedicada a las cataratas del Niágara que cuenta con dieciséis timbales para representar el estruendo del agua) son la muestra de esta búsqueda permanente hoy olvidada. En la Christmas Symphony se nos presenta un cuento de Navidad en el que se narran de manera yuxtapuesta diversos episodios que suceden aquella noche: las danzas de los jóvenes en la vigilia, representadas por una melodía folklórica y un vals -impecable Josep Arnau (19 a) al clarinete; la despedida de todos para irse a casa, con un lamentoso solo de la sección de violonchelos; las oraciones de los niños antes de acostarse, maravilloso recitativo para violines y violas según el Padrenuestro en inglés; una nana cantada para adormecer a los niños, la cual es la primera aparición del saxo en la historia del repertorio orquestal y fue interpretada con expresiva, madura y cándida sencillez por Oriol Parés (25 a); las fatigas de un viajero que muere en medio de una tormenta de nieve, con un solo de contrabajo que nada tiene que envidiar al de la 1a Sinfonía de Mahler; las doce campanadas con el consecuente paso de Papá Noel en su trineo; la llegada del alba y el encuentro de los juguetes por parte de los niños, y, cómo no, un final por todo lo alto gracias a un Adeste Fideles que culmina la obra en un tutti glorioso, american style.

Dirigidos con la habitual claridad y expresividad de su titular, los miembros de la JOIC ofrecieron sendas versiones nítidas, seguras y cómodas de ambas obras, y la magia que creaban al tocar trascendía el escenario e impregnaba todo el auditorio. El talento de estos jóvenes es indudable, y su trayectoria a la hora de abordar repertorios poco conocidos y sacarlos a la luz es ya uno de sus hechos identificativos. En los últimos cinco años, la JOIC ha interpretado obras como La Bella Melusina, de Mendelssohn o la Suite Sinfónica «Antar», de Rimsky-Korsakov, además de haber estrenado en España la Sinfonía Irlandesa de Ch. V. Stanford el pasado 2012. Los conciertos que hemos podido disfrutar estos últimos días (con obras que quién sabe cuándo se podrán volver a escuchar en directo en nuestro país) son un hito más en el recorrido de esta orquesta, que ya tiene en vistas un programa entero de Mendelssohn en junio próximo (Hébridas, Escocesa y Psalmo 42, en colaboración con el Cor Ciutat de Tarragona) y la Cuarta de Brahms en julio, además de la 3ª edición de su Concurso para Solistas en febrero.

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