Doce Notas

Arabella regresa al Liceu

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Arabella ©Monika Rittershaus

Un título, el de “Arabella”, cuyo estreno liceísta, en 1962, se encuentra estrechamente vinculado a la efeméride del debut de la excelsa soprano –si más no, en sus tiempos pasados- Montserrat Caballé.

La presente reposición, en coproducción con las óperas de Frankfurt y Gotemburgo, venía firmada por el director de escena germano Christof Loy, de quien ya vimos en anteriores temporadas del mismo teatro dos montajes: El rapto en el serrallo e Il turco in Italia. No nos sorprendió, por lo tanto, en el estreno del pasado 17 de noviembre, el cambio de ambientación de la Viena decimonónica de la obra original a un minimalista espacio urbano indeterminado de un tiempo incierto del pasado siglo XX; aunque el experimento acabó aportando bien poco, por no decir nada, a la trama dramática en general. No obstante, sí cabe destacar la extraordinaria caracterización y el ágil moviendo de los actores, tanto de solistas como del coro; todos ellos muy bien logrados.

El reparto estuvo encabezado por la espléndida soprano Anne Schwanewilms, una Arabella de justos medios y exquisitez musical. A su lado, el extraordinario barítono Michael Volle encarnó un Mandryka colosal, de gran exhuberancia vocal y arrolladora interpretación escénica. Ofelia Sala hace años que viene postulándose como uno de los valores líricos más sólidos del panorama español y, con su deliciosa interpretación de la joven travestida Zdenka, una vez más dio buenas muestras de ello. La pareja formada por el Conde Waldner (Alfred Reiter) y Adelaide (Doris Soffel) fueron resueltos con buen oficio y eficacia por sendos intérpretes alemanes.

Muy solvente y entregado estuvo también el tenor Will Hartmann, aunque al final se le rompiera un agudo en su intenso dúo con Arabella del tercer acto. Atractiva y chispeante estuvo la debutante liceísta Susanne Elmark en el rol de Fiakermilli, así como muy correctos, el resto de comprimarios.

El coro funcionó con solvencia, y la orquesta, bajo la veterana batuta de Ralf Weikert – que vino a substituir al anunciado Ros-Marbà-, abordó con decisión y óptimos resultados la sutil partitura del maestro Strauss, quien, por cierto, se presentó como director en reiteradas ocasiones en este histórico teatro, la primera de las cuales en un ya lejano 1900.

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