
Aleksandra Kurzak en La Fille du Régiment ©J. del Real
Con esta presencia parece claro que el público actual muestra mayor preferencia por este apartado amable y de comedia del gran compositor de Bérgamo que su producción seria y dramática en la que, no obstante, se alzan rotundos títulos como Lucia di Lammermoor, La favorite, Lucrezia Borgia o Roberto Devereux, por no citar más que un puñado entre 75 óperas de una producción descomunal.
La fille du Régiment fue estrenada en 1840, año fértil si consideramos las cinco óperas estrenadas en sus doce meses. Es cierto que de las cinco hay dos revisiones: Les martyrs y dos lecturas de Lucrezia Borgia, pero no deja de ser impresionante su fecundidad.
La trilogía cómica del compositor italiano ha gozado de excelente salud. Aclaremos que ópera cómica tiene varias acepciones, cómica en el sentido actual sería su Don Pasquale, las otras se encuadran mejor en el concepto moderno de comedias, tono amable, ausencia de dramas, enredo amoroso que terminará teniendo fácil solución, algún personaje histriónico, etc. La segunda acepción de ópera cómica debe leerse en francés, opéra comique, e indica un teatro musical cantado y hablado en la línea de nuestra zarzuela, el singspiel alemán y otras variantes nacionales. Podía ser comedia o no, Carmen era una opéra comique y no tiene mucho de que reírse.
La fille du Régiment era opéra comique en ambos sentidos, una pieza escrita en francés con textos hablados en combinación con los cantados y argumento de comedia. Se ha hecho habitual recortar los textos hablados a lo justo y, desde luego, la ópera no sufre ya que su música es abundante, de alta calidad y suficiente para contar la historia.
La fille du Régiment en el nuevo Teatro Real
Interesante y esperado montaje este que se ha iniciado el 20 de octubre y llegará hasta el 10 de noviembre con trece funciones. Si el Don Pasquale que brindó Riccardo Muti hace poco dejó las mejores sensaciones, L’elisir d’amore también reciente, por el contrario, dejó al respetable con cara de tonto debido a una puesta en escena gratuitamente absurda. Quedaba, pues, la tercera, La fille du Régiment, y aquí solo puedo dar mi modesta impresión personal: coherente, simpática, sólida en lo artístico y sin especiales tonterías escénicas. Un apetitoso bocado que te reconcilia con el rito de ir al Teatro Real.
Pero como críticos hay que sabrán decirlo mejor que yo, me centro en lo que me gusta: el análisis puramente sociológico de lo que representa hoy un título clásico, vivido, eso sí, desde el apunte ligero cuando no anecdótico de mis leves impresiones.
Asisto al ensayo general de esta ópera. Los ensayos generales abiertos del Real siempre me han gustado mucho porque su público es el que creo que se me parece. La sensación de estar a gusto hace que no me preocupe demasiado el riesgo de que los cantantes no interpreten a voz, como indica amenazadoramente una voz al inicio de cada ensayo. El realidad, solo es algo grave en los “Wagner” o “Strauss” o algún Verdi exigente.
No obstante veo que esto está evolucionando, ya hay demasiada gente que se viste de “ópera” y escasean los entrañable vaqueros. Los amigos del sector y los colegas de la información musical se hacen raros. También los músicos se hacen escasos. Puede ser temporal pero se me enciende el piloto de alarma.
De una u otra forma, saco más información en estos ensayos generales que en funciones regladas, la gente está más libre aunque sea solo para la simpleza. En el intermedio, mientras salimos al descanso, oigo al descuido un fragmento de conversación: “¡…estas óperas…!” es una frase demasiado corta, pero me interesa hasta el punto de que intento seguirla en el fragor de la salida por los pasillos. Pero no consigo escuchar más que otra frasecita inconexa: “¡… es que Verdi o Puccini…!” Y ya no consigo oír más. En breve me encuentro en el hall central donde algún conocido me recuerda las “Filles du régiment” que cantó en Bilbao Juan Diego Flórez, o las históricas del Teatro de la Zarzuela con Alfredo Krauss. ¡Ah, que tiempos…!
Apenas me he interesado por saber quién canta, lo que muestra la clase de aficionado desnaturalizado que soy. Qué le vamos a hacer, solo busco la comunicación con Donizetti, por eso nunca se podrá esperar de mi algo parecido a una crítica. De todos modos, el tenor debe de ser Javier Camarena, que dobla con Antonino Siragusa, pero si me equivoco no asumo responsabilidades. Es un excelente cantante que asume con decisión los formidables dos de pecho de la esperadísima aria “Ah, mes amis…” Físicamente es gordito y simpático, no le va mal el personaje, aunque la galanura elegante de un Juan Diego Flórez o el porte severo de un oficial de húsares que gastaba Alfredo Kraus difieren mucho de su figura. Yo creo que el bobalicón de Tonio está quizá más cerca de Camarena, pero admito discrepancias. La soprano podría ser Aleksandra Kurzak y la contralto Ewa Podles, pero no afirmo nada.
El director musical es el italiano Bruno Campanella al que la informalidad del ensayo general le permite dirigirse al público antes de iniciar el preludio para afirmar que la orquesta es formidable. Bravo por él. Y la dirección de escena corresponde a Laurent Pelly del que lo mejor que se puede decir de él es que se ha salido ya del dogma Mortier y nos ofrece una dramaturgia clara sin más concesiones al canon deconstructivo que nos domina que llevar la acción a la Primera Guerra Mundial; nada grave.
Pero la frase del pasillo me obsesiona, “…estas óperas…” ¿Qué quiere decir eso y, sobre todo, la fragmentada continuación, “…Verdi o Puccini…”? ¿Qué las óperas de Verdi y Puccini son “las óperas” y que tantas otras, en las que se engloba esta hija del regimiento, son un capítulo diferente, una segunda división? Solo puedo especular. No sirve de nada que me diga que un retazo de charla de alguien que no conozco no tiene más valor que ese. El caso es que aislado de su contexto se convierte en una sentencia.
¡Ah, qué difícil es a veces mantener la admiración y el respeto por Verdi y Puccini! En todo caso, me sirve para afirmar que mi concepto de ópera es el de su totalidad, que lo que más me gusta es todo, y especialmente disfruto descubriendo nuevas óperas o incluso fingiéndolo. Por eso llego al teatro intentando no saber nada de lo que voy a encontrarme, me desintereso de quien canta y prefiero no leer los argumentos cuando no los conozco o los he olvidado (el Teatro Real ayuda mucho en ello, ya que en estos ensayos generales ya no da ni un mísero papel fotocopiado).
Esto me permite deslumbrarme por piezas como esta ópera maravillosa sin la que ni Verdi o Puccini podrían haber alcanzado las cotas que ahora admiran los que piensan que no hay más dios que Verdi o Puccini.