
Núria Rial. Cortesía Palau de la Música Catalana
Una deliciosa velada musical que nos permitió degustar algunas de las piezas de esta primeriza compositora olvidada –la primera mujer en escribir una sinfonía–, servidas con pulcra elegancia y candorosa expresividad por la joven cantante catalana y el conjunto liderado por la clavecinista Nicoleta Paraschivescu.
Hija de un militar de origen español, Marianna Martines recibió una esmerada educación, tutelada por el célebre poeta Pietro Metastasio, quien fuera fiel amigo de su progenitor. Según recogen los testimonios de la época, bien pronto despuntaron sus dotes artísticas como cantante, intérprete y compositora, recibiendo clases de grandes maestros del momento como el napolitano Nicola Porpora y el compositor de la corte austriaca Giuseppe Bonno, así como también, según se ha venido sugiriendo, del prestigioso operista Johan Adolf Hasse y del por aquel entonces muy joven Joseph Haydn –durante unos años inquilino de una buhardilla en la misma finca vienesa que la familia Martines.
A los 16 años compuso su primera misa, iniciando así una carrera como compositora que la llevaría a cultivar casi todos los géneros del momento (motetes, cantatas, misas, sonatas, sinfonías, conciertos…) y a merecer grandes distinciones, como su nombramiento como miembro de honor en la elitista Academia Filarmónica de Bolonia (fue la primera mujer compositora en hacerlo) y su doctorado honoris causa de Pavia. Regentó uno de los salones más célebres de la capital imperial, cuyas veladas frecuentó también el joven Mozart, con quien interpretó algunas sonatas a cuatro manos, según recogen diversos testimonios de la época, y en la década de 1790 abrió una academia de canto de la que salieron algunas de las más grandes voces de su época. Muchos de los manuscritos de sus composiciones se perdieron en un incendio de 1927, no obstante su corpus se ha llegado a cifrar en unas doscientas obras, de las cuales apenas se conservan unas setenta. Tanto Mozart como Beethoven apreciaron e interpretaron su obra, aunque poco después de su muerte, con la emergencia de la nueva estética romántica, cayera rápidamente en el olvido.
En el transcurso del presente concierto pudimos escuchar un total de cuatro piezas de dicha compositora (cinco si sumamos el aria de propina final): una obertura en Do, un concierto para clave en Mi mayor y un par de escenas vocales sobre texto de Mestastasio, la cantata Il primo amore (1778) y la escena “Berenice, ah que fai?”. Suficiente para apreciar las cualidades de una música de elegante factura, bien tejida y siempre equilibrada; quizás algo más sencilla y rudimentaria en las piezas instrumentales que en las más sutiles e intensas páginas vocales. Como buena hija del clasicismo su lenguaje es siempre amable y distinguido, su música ostenta un gusto por la confección bien trabada de las ideas, expresadas mediante bellas y delicadas melodías.
La inquieta soprano Núria Rial puso sus exquisitas dotes de intérprete al servicio de una música que hizo lucir como pocas cantantes del país serían capaces de hacer. Su timbre nítido e inmaculado, unido a la naturalidad, la sinceridad y la exquisitez de su expresividad canora, hicieron las delicias de un público no muy numeroso pero absolutamente entregado. Secundaron su labor con esmero y buena praxis, los miembros de la formación historicista Ensemble La Floridiana. Una noche para celebrar y recordar.