Doce Notas

Las metáforas musicales del poder

libros  Las metáforas musicales del poderLa figura que, en virtud de la sucesión dinástica, había ostentado un ideal de justicia avalado supuestamente por los designios divinos era abatida por la justicia humana. Pero aún era pronto para el desengaño. Tendrían que sucederse dos revoluciones, tendría que mutar el súbdito en ciudadano, para desvanecerse la ilusión de una monarquía garante de la justicia. En el siglo XVII, en casi todos los estados europeos se veía al rey imbuido de la prerrogativa que lo facultaba para instaurar un orden justo en la tierra paralelo al orden divino. En parte, esta visión tenía sus raíces en el papel protector que había jugado la monarquía frente a las arbitrariedades del sistema feudal en el siglo XV. Desde muy temprano, la música acompañó en forma de analogía la exaltación del poder monárquico. Así, en el Tractado de amores de Arnalte e Lucenda Diego de San Pedro hace de Isabel la Católica una sabia maestra de capilla que mete en compás a los levantiscos nobles: “Nunca haze desconcierto,/ en todo y por todo acierta,/ sigue a Dios, que es lo más cierto, / y desconcierta el concierto/ que lo contrario concierta”.

La imagen del gobernante como concertador armonioso del conjunto social, como virtuoso tañedor de un instrumento musical que es metáfora de las diferentes voces que componen la república, alcanzó su punto más alto en el siglo XVII y se manifestó con especial nitidez en el género emblemático. La emblemática aúna el discurso literario con la representación iconográfica y da lugar a una unidad significante que, desde sus comienzos en la primera mitad del siglo XVI con los Emblemata de Andrea Alciato, tuvo una orientación ética, individual y social. Éste es el tema que aborda Sara González.

El libro tiene su origen en una tesis doctoral defendida por la autora en 2004 en la Universidad de Castilla-La Mancha. En él, se establecen los principios que hicieron posible ese juego de analogías y de identificaciones entre el instrumento musical y el conjunto social, entre el tañedor y el gobernante. Estos son los de la tradición pitagórico-platónica, transmitidos fundamentalmente por Platón. El filósofo de la Academia diseña un estado ideal regido por las proporciones musicales, producto de la armonía musical interna del ciudadano justo que, a su vez, es reflejo de la armonía cósmica basada en las proporciones aritmético-musicales, esto es, en la ley natural. Junto a esto, señala a la cítara y a la lira como los únicos instrumentos dignos de acompañar una educación tradicional para los futuros gobernantes de la república, en tanto que desprecia a los demás, muy especialmente al aulós, instrumento de viento demasiado rico y versátil para su visión austera del mundo. Con todo ello se hace eco y refuerza una tradición persistente más allá de la antigüedad clásica grecorromana que identifica a los dos primeros con el orden apolíneo y al último con el movimiento inquietante del mundo dionisíaco.

El Humanismo dio nuevo vigor a la tradición pitagórico-platónica y alumbró la imagen del gobernante sabio que consigue la concordia entre sus aliados o entre sus súbditos con la misma maestría con la que el hábil tañedor dispone las cuerdas de su instrumento. Hay que señalar que no es siempre el instrumento de cuerda el objeto de dicha analogía; así, Antonio Pérez propondrá desde el exilio el órgano, con su multiplicidad de tubos, como ejemplo de lo anterior. Pero casi siempre es el recuerdo mítico de la cítara y la lira el que se impone, un recuerdo transfigurado en laúd, vihuela, lira da gamba, arpa o guitarra. Sentados estos principios, la autora da cuenta de los diferentes halagos y avisos que recibieron los tres últimos Austrias españoles en forma de emblemas musicales que recrean todo este universo alegórico-político y reelaboran conceptos como el de justicia, rigor, templanza o clemencia.

El libro incorpora varias ilustraciones de emblemas. El más rico en significados o, al menos, en connotaciones específicamente musicales me parece el de Saavedra Fajardo, una gran arpa coronada, imagen de la monarquía hispánica, que le sirve para aconsejar al monarca diferentes maneras en el trato a sus vasallos: “Un reino suele ser como la arpa, que no solamente ha menester lo blando de las yemas de los dedos, sino también lo duro de las uñas. Otro es como el clavicordio en quien cargan ambas manos, para que de la opresión resulte la consonancia. Otro es tan delicado como la cítara, que aun no sufre los dedos y con una ligera pluma resuena dulcemente. Y así, esté el príncipe muy advertido en el conocimiento destos instrumentos de sus reinos y de las cuerdas de sus vasallos, para tenellas bien templadas, sin torcer (como en Dios lo consideró San Crisóstomo) con mucha severidad o cudicia sus clavijas; porque la más fina cuerda, si no quiebra, queda resentida, y la disonancia de una descompone a las demás, y saltan todas”. Un libro magnífico, en suma, para entender la gramática del poder, al que cabría poner el reparo de no tener la bibliografía actualizada.

(Luis Robledo Estaire es Catedrático de Historia de la Música en el RCSMM)

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