Doce Notas

La cuarta sinfonía de Antonín Dvořák

notas al reverso  La cuarta sinfonía de Antonín Dvořák

Česká filharmonie en la Sala Rudolfino © Václav Jirásek

A las 15 horas salíamos de Wrocław en dirección Praga… La radio del Ford Focus nos bombardeaba el parte meteorológico cada media hora… Atravesamos Bohemia bajo la amenaza del Huracán Ksawery… En mi accidental condición de copiloto apremié al chófer para tratar de llegar al destino antes de las siete… ‘Tengo entradas para un concierto a las siete y media’… ‘Nosotras también’ respondieron desde atrás la abuela, la madre y el nieto… ‘En la Sala Rudolfinum, ¿y vosotras?’… ‘Nos tocaron unas entradas para escuchar a Black Sabbath en directo’.

Hay una boca de metro camuflada en el corazón de Bohemia, a un minuto de la Sala Rudolfinum. Cuando aparcábamos en las afueras de Praga, Frank Peter Zimmermann daría cuenta de los primeros compases del Concierto para violín de Dvorak. Cuando, media hora más tarde, logré franquear el acceso al anfiteatro, Zimmermann encaraba, en vertiginoso descenso, el final de su propina: parte de una partita de Bach.

El 6 de diciembre le tocó el turno a la Cuarta Sinfonía de Antonín Dvořák, dentro del ciclo que el titular de la Česká filharmonie, Jiří Bělohlávek, está dedicando a la integral sinfónica de la mayor gloria musical del río Moldava. El melómano medio está familiarizado con la cuarta sinfonía de Bruckner, Brahms, Mahler o Mendelssohn, quizás no tanto con las cuartas de Beethoven, Shostakovich o Sibelius. ¿Pero quién conoce, quién puede canturrear algún pasaje de la cuarta sinfonía de Dvořák? No es ésta la más programada de las obras del sinfonista checo.

Lejos de la excelencia de sus tres últimas sinfonías, la Sinfonía n. 4 en re menor op.13 (1873-1874) tiene algo de ecléctica y hasta algún arranque parrandero como testimonia el Scherzo. En ella se detecta a su vez la impronta del virus wagneriano, una auténtica epidemia por aquellas fechas. Bělohlávek dirigió con dandismo y parsimonia una de las orquestas más dotadas de Europa. Una auténtica delicia escuchar a la Filarmónica Checa, más aún en su privilegiado hogar natal.

Pocas salas de conciertos decimonónicas aúnan plenitud acústica y óptima visibilidad. Por muy lejos que uno se halle del primer atril, tiene la sensación de que estirando el brazo alcanza a rozar la partitura. Nada más acomodarme, pensé que tenía la mejor localidad del recinto, pero no fue el caso. El número áureo del coliseo checo estaba ocupado por una joven señorita, en honor de la cual la sección de metales de la Filarmónica Checa interpretó, al término del concierto, una breve y festiva fanfarria. Bělohlávek ejerció, micrófono en mano, de maestro de ceremonias. ¿Qué mejor aliado? Tras las palabras del director, un joven y audaz checo pidió matrimonio ante dos mil testigos a la titular de la mejor butaca de platea, al número áureo de la Sala Rudolfinum, si no de Praga en ese momento.

No es de extrañar, que me quedara con la anécdota y no con la copla. Uno no asiste a menudo a pedidas de mano y menos de dicho porte. La escena terminó por difuminar mis ya vagos recuerdos de la Cuarta sinfonía de Dvorak. El año próximo la tendremos enlatada –el concierto fue grabado– junto a las ocho restantes. Entonces prometo hacer los deberes, querido Antonín.

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El año vence, ha vencido ya: Wagner, Verdi… Cada Año Nuevo es por unas horas el Año Strauss. Este 2014 con más motivo si cabe. El del otro Strauss. Richard Strauss cumpliría este año, de ser biológicamente inmortal, 150 años.

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El año vence, ha vencido ya. ¿Qué será de Britten y Lutoslawski en adelante? El siglo XX también venció hace tiempo. Ya nos hemos acostumbrado a reconocerlo bajo el recurrente apelativo de siglo pasado. Y pensar que no hace tanto el siglo pasado era el XIX. Pese a todo, aún hay quién sigue planteándose la eterna pregunta, ¿qué entendemos por música del siglo XX? Entre ellos, las dos majors del mundo discográfico, Decca y Deutsche Gramophon. Ambas lanzaron semanas atrás y conjuntamente una serie económica con registros de algunas de las obras más emblemáticas compuestas entre 1900 y 2000. Esto es, lo que en su día fue nuestro siglo. La música contemporánea de no hace tanto. ¿Quién sabe hasta cuándo conservará el apelativo de contemporánea? Curiosa mutación el de este último adjetivo cronológico, o más bien debiéramos decir adjetivo cronoilógico, a estas alturas de siglo XXI.

De todas las obras seleccionadas en la hoja excel del siglo XX, según Decca y DG, figuran tan sólo dos composiciones de autores españoles: El sombrero de tres picos de Manuel de Falla (1919) y The Plague de Robert Gerhard (1964).

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En Polonia, 2013 se despidió con el fallecimiento el pasado 29 de diciembre de Wojciech Kilar. Compositor del siglo pasado, pero también del presente. Músico obligado en la historia del cine polaco, hizo tándem con los más prestigiosos cineastas de su país: Polański, Wajda, Kieślowski o Zanussi, entre otros. Su polonesa de la banda sonora del Pan Tadeusz de Andrzej Wajda se ha convertido ya en patrimonio de todos. A su compás miles de bachilleres se sacuden la vergüenza, año tras año, en el tradicional baile de graduación.

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El Cant de la Sibil.la no se sabe de qué siglo data, ni a qué siglo, antes o después de Cristo, dirige sus profecías. Los años del oráculo pertenecen a otro calendario ignoto, cábalas hay para todos los gustos. Su canto, atemporal, no deja de intrigar, seducir y acongojar, ni que sea por unos instantes – unas milésimas de segundos-, a los mortales más descreídos de nuestra contemporaneidad. En la Esglèsia de Santa Eulàlia de Mallorca, Catalina Van Roy volvió a obrar el pequeño milagro. Magnífica voz y excelente interpretación.

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La acompañante del Ford Focus, la joven madre, resultó ser una ex autoestopista de verdad. En su día se escapó de extranjis a Varsovia a golpe de pulgar. ¿A qué no adivinan con qué intención? Para escuchar a la gran soprano polaca Ewa Podleś. Nunca nada es lo que parece.

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