Doce Notas

Fátima Miranda y otros instrumentos

entrevistas  Fátima Miranda y otros instrumentos

Fátima Miranda. © Mike Minehan

Desde el canto mongol o el Dhrupad de la India a las mil voces del Mediterráneo. Desarrollando así sus propios sonidos, que el espíritu de bibliotecaria le ha ayudado a sistematizar. Para esta salmantina que hoy reside en Madrid, a quien le conmueve en medida similar Edita Gruberova o La niña de los peines, “lo fundamental está en la libertad”, dice. “en hacer lo que quiera cuando quiero. Poniendo a mi disposición las técnicas vocales, no estando yo a su servicio”. Su presencia estelar en el marco de la octava edición de Ellas Crean, donde ofrecerá un menú largo y estrecho, síntesis de su trabajo en los últimos veinte años, le permitirá mostrar una novedad: las albórbolas, tejidas en forma de homenaje a la mujer sometida.

¿Cómo le cae eso de que la califiquen de inclasificable? Bien. Si cada cual fuera uno mismo, el mundo iría fantástico. Se establecen patrones y modelos dictados desde arriba a los que se supone hay que parecerse para responder a lo que se lleva o a lo que vende. Se crean deseos artificiales de ser no sé qué: cantante de pop; cantante de jazz… Déjelo usted en cantante o en artista y que cada cual haga lo que quiera con lo que tiene, lo que sabe o lo que le da placer. Un yogui titulaba su libro Se lo que eres como forma de yoga absoluto. Pero a veces nos empecinamos en parecer o querer ser lo que sea.

También es cierto que la libertad tiene un precio. Claro que lo tiene. Y no quiero decir que la consigamos, pero ya que te lo propones, estás más cerca de transmitir algo que sea al menos verdadero. Si a alguien no le gusta o no está de acuerdo con los resultados, es lo de menos.

Barbara Streisand titulaba un disco: Barbara y otros instrumentos, ¿cuál de ellos es la voz? El instrumento absoluto y excelso. El más difícil seguramente, pero a fin de cuentas quizá el que más posibilidades tenga de transmitir. El concepto de música nace después del de canto. Desde los orígenes de la humanidad, tras la aparición del lenguaje, ya se cantaba en rituales o en otro tipo de manifestaciones como simple forma de comunicación. A partir de ese momento comienzan a surgir las primitivas flautas y otros instrumentos que imitaban la voz.

En su personal laboratorio, ¿de dónde extrae más materia prima, de un instrumento o de otra voz? Hay instrumentos, como el chelo o el contrabajo, que conmueven profundamente por su parecido con la voz. Pero sólo comunican si transcienden la técnica. Lo mismo diría de aquellas voces, que siendo bonitas y bien formadas, no emocionan, mientras que otras, rotas, en el flamenco o la música popular, como es el caso de Chavela Vargas, son capaces de desgarrarte y hacer saltar lágrimas de lo más hondo. Lo bueno es cuando juntas las dos cosas: el control técnico y la capacidad de transmitir, empleando el máximo de recursos al servicio de lo poético.

Usted descubrió muy tarde su vocación. Mi caso es muy particular. Por lo general, la gente con 15 años o menos decide que quiere cantar. Pero yo no he seguido una dinámica convencional. Cito a veces una frase de San Agustín que se corresponde con lo que me pasó: “no te hubiera buscado de no haberte encontrado”. Cuando empecé a percibir que algo pasaba en mi garganta que me aconsejaba prestarle atención ya tenía las carreras de Historiadora del Arte y Bibliotecaria. Entonces empezaba a improvisar en el Teatro de Música Mundana invitada por Llorenç Barber.

Por mi formación universitaria me atraían las vanguardias artísticas, los minimalismos, las performances, y acepté con total inocencia. Sin otra pretensión que hacer aquello que me parecía coherente con el terreno en el que me encontraba, del lado de la reflexión, la especulación o la crítica del arte. Así subí al escenario por primera vez. Como no me había formado en ningún instrumento, tocaba botellas, platos, cucharas, macetas, cuernos, caracolas, papeles, maderas, tapacubos, canicas… Así, improvisando, empezó a emerger una imaginación que ignoraba tener. A salir y a germinar una voz. O unas voces en diálogo, desconocidas para mí, como reacción a aquellos encuentros de improvisación en ensayos y conciertos durante toda una década. Las primeras voces y sus respectivas técnicas son para mí aquellas que brotaron del diálogo de la imaginación con aquellos que podríamos llamar al estilo del objet trouvé duchampiano.

¿Qué sucedió entonces? Varias cosas que hicieron que a aquel primer caudal, que podemos denominar salvaje, se fueran incorporando otras técnicas. Técnicas inventadas por mí y para mi garganta, desde mi cuerpo hacia mi cuerpo; algunas, heredadas de Oriente, como el canto difónico de Mongolia, el del teatro Nô japonés que estudié con Yumi Nara, o el Dhrupat del Norte de la India, que se convirtieron en otra cosa a partir de mi práctica y mis búsquedas.

¿Alguna técnica se le ha resistido? Las que no se dejan aprender las convierto en otra cosa. Como el Tahrir iraní, que no he conseguido hacer mío. Tengo programado ir algún tiempo a estudiar allí con un gran maestro, y estoy segura de que lo lograré, como me ha ocurrido en otros casos.

Pero a base de intentarlo, trabajando en Berlín con mi amigo, el recientemente desaparecido Stefano Scodanibbio, me empezaron a brotar unos sonidos que ni yo misma reconocía como míos. Una voz como de cabestro, que daba por resultado a puro golpe de glotis un sonido con la sensibilidad de la saeta. Me emocioné tanto ante aquello que no reconocía, a pesar de haberlo hecho germinar y crecer, que me puse a llorar. Lo dejé dormir un tiempo, y cuando regresé a ese sonido, me salió un tahrir fatimizado .

Un invento que se pueda anotar ¡Está todo inventado! La originalidad está en que, si te haces permeable, si entrenas tu oído y tu vida como un deportista, todo lo que caiga en ese terreno puede crecer y convertirse en otra cosa que pasa por ti.

¿Se ha aproximado al belcanto? Esa sería mi tercera fuente.

¿Más fácil de asimilar? Como el difónico, el belcantoes otra convención, en la que se empecinaron en evitar en la medida posible la garganta, recurriendo a la maschera y no sé cuantas cosas más. Me acerqué al belcanto por saber cómo perjudicar en la menor medida el aparato fonador; sin intentar convertirme en una soprano con aspiraciones en el repertorio lírico.

Pero debo decir que estudiarlo me ha servido muchísimo. Después de tenerlo algún tiempo abandonado, desde hace dos años no he dejado de recibir clases. Me ayudan a dosificarme y, en lugar de sacar adelante un técnica vocal en tres días, a ser consciente de que también en esto necesitas tiempo de entrenamiento. De ese modo puedes desarrollar técnicas insólitas. Ahora, cuando tengo ya un abanico muy amplio de recursos vocales, me pasa.

Me puede ocurrir también que lo que para los demás es fácil para mí sea difícil, y viceversa. La dificultad está en conciliar las dos partes, y eso requiere mucho estudio, y tener una gran conciencia y consciencia de tu cuerpo, de tu aparato fonador, del fraseo, de cómo dosificar la emisión del aire… Si hace tiempo decía que no se canta con la garganta sino con el oído, a esta cualidad añado ahora la del control del aire.

El concierto de Ellas Crean, ¿es un programa resumen? Como no tengo ninguna prisa, entre un parto y el siguiente pueden pasar cuatro, cinco o seis años. Y siendo tan reciente perVERSIONES, para esta ocasión he decidido presentar una antología con obras de mis otros conciertos, menos de este último, que requiere piano. He buscado la dramaturgia que pudiera dotar de unidad al concierto. Sólo una pieza, Albórbolas, acompañada de vídeo, puede tener algo de novedoso. Su esencia son los gritos con ese nombre con origen en la palabra árabe alwálwala, que existen en diversas culturas mediterráneas. Los podemos conocer en España como irrinchis, aturuxos, yuyus… dependiendo del punto geográfico, y se utilizan para la celebración de la alegría, pero también para duelo o, como se ve en la película La batalla de Argel, para que las mujeres alienten a sus hombres en el combate.

Las albórbolas más populares son las de las bereberes pero, a diferencia de ellas, que consiguen el sonido con el batir de la lengua, yo los produzco con algo similar a golpes de glotis. Cuando me propuse hacer un paisaje sonoro de Madrid, de repente, sin saber que estaba grabando, una mujer marroquí me contó una historia de maltratos que había sufrido. A ella, cuyas palabras aparecen en el montaje, están dedicadas mis albórbolas en las que mi voz se entreteje con ese mapa sonoro. En homenaje de solidaridad con las emigrantes maltratadas, recordando que siguen existiendo sexismo, machismo y misoginia. Sin carácter de panfleto, reflejando a través de la belleza y la poesía lo que es determinado Madrid en este momento. Otra obra que también tiene algo de novedosa, ya que la hice como bis en Cantos Robados, es Respiros de España, Blues, pasando por La Lirio, del maestro Quiroga, por una historia de romance de ciego o por Teresa de Ávila convertidos en una especie de blues que interpreto con una tampuri india.

¿Nunca le ha atraído cantar una ópera grande al completo? Como nací tan tarde a esto y desde la raíz de lo más orgánico, me puse directamente a hacer mis cosas: lo mío. Yo no era cantante ni iba para ello ni se suponía que iba a ser vanguardista… nazco al revés, cuando ya tengo dos profesiones de funcionaria… desde la improvisación más salvaje, más orgánica. Desde el cuerpo, porque es cuerpo y no podía ser de otra manera. Poniéndome a improvisar con lo que tenía a mano.

¿Su garganta aprende más viendo o escuchando? Aprende de todo. Se alimenta de las exposiciones de arte que ve; de una puesta de sol, del sinsabor por tantas “casposidades” que nos toca vivir. Incluso de la comida, que me inspira mucho. En la obra TabulaPlena! se escucha: “¡Calamares en su tinta!”. Lo que convierte en arte aquello a lo que me dedico es una actitud muy humana similar a la entrega a todo aquel o aquello que amas y le das lo mejor que tienes. Sin racanear; sin escatimar; sin ningún tipo de ahorro. Tomándotelo en serio.

Si hubiera querido ser artista, posiblemente no lo hubiera sido. Pero existe un eje común en lo que hago. Vamos, que cuando me pongo me pongo y ya se sabe que “la española cuando besa, es que besa de verdad”. En caso contrario no lo hago, porque no me resultaría divertido.

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